miércoles, 29 de abril de 2020

Independencia de México. Antecedentes

Como vimos anteriormente, a inicios del siglo XIX Napoleón Bonaparte se había convertido en el hombre fuerte de Europa y el mundo occidental, lo que motivó a otras potencias —principalmente Inglaterra— a hacerle frente. Entre tanto, hacia 1808, había impuesto a su hermano José Bonaparte como rey de España y esto había de afectar la historia de nuestro país que en ese momento era una posesión española llamada “Nueva España”.

Recordemos que la Nueva España se inició con la conquista del Imperio Azteca en 1521 y tendría una duración de trescientos años, pues en 1821 se consumaría la independencia del Imperio Mexicano que luego se conformaría como una república. Pero veamos brevemente cómo pasó todo esto.

Para darnos una idea de la sociedad novohispana y para comprender los motivos que llevaron a unos a pretender independizarse de España nos apoyaremos en un fragmento de la obra de Elisa Vargaslugo, México Barroco vida y arte, en que nos proporciona tanto una descripción de la sociedad novohispana, como del sentimiento de orgullo, arraigo a la tierra y de diferenciación con respecto de la sociedad española que nació entre la sociedad criolla de finales del siglo XVIII, es decir en las vísperas de la lucha por la independencia:

En el año de 1799 había en la Nueva España alrededor de cuatro millones de habitantes, de los cuales los españoles eran la décima parte y en sus manos se acumulaba prácticamente toda la riqueza del reino. Los indios seguían en el mismo estado de ignorancia y aislamiento en que los dejó la conquista, sin bienes ni honor, verdaderamente estancados, apáticos e indiferentes, a causa de que las Leyes de Indias los protegieron como a menores de edad, provocando su atraso y su desgracia. Los mestizos eran ya muy numerosos, no obstante, aún sin fuerza social. Los criollos, casta también numerosa aunque sojuzgada como las demás, fue la clase instruida y pensante, en cuyo seno surgió el sentimiento libertario que labró el camino de la independencia de la Nueva España; sentimiento que se desarrolló de manera poderosa e incontenible y tuvo extraordinaria proyección mediante las artes.

Heterogénea, multicolor y muy contrastada fue desde sus orígenes la población del México colonial, debido a que se constituyó con la mezcla de indios, españoles y negros. La casta española, iniciada con los conquistadores, se mantuvo y continuó creciendo con la constante llegada de más personas de la península, razón por la cual a los españoles también se les llamaba peninsulares. Los hijos de los españoles fueron los criollos, es decir hombres de sangre hispana ya nacidos y criados en tierra americana. Por otra parte, de la unión de españoles e indios surgió el mestizo, nacido muchas veces de las relaciones violentas entre españoles e indias, y en otras ocasiones hijo de legítimos matrimonios mixtos, pues sí los hubo, y en número más crecido de lo que se ha creído.

Un caso ejemplar es el de Baltasar Gómez de Muscobia, considerado indio principal, que vivía en la ciudad de México hacia 1641 y estaba casado con una española de la buena sociedad.

Como es del conocimiento general, la necesidad de mano de obra, sobre todo para los trabajos de las minas, favoreció la importación de esclavos negros que vinieran a reforzar o a sustituir a los indios, quienes, como había quedado demostrado, no tenían resistencia física para esas arduas y peligrosas empresas bajo la superficie de la tierra. De la libre unión de los españoles con sus esclavas negras surgieron los mulatos. Así, al correr de los años, la población novohispana se componía de españoles (apodados también gachupines), criollos, mestizos, castizos (hijos de español y mestiza que por su mayor porcentaje de sangre española se asimilaban casi automáticamente a la clase dominante), mulatos y, además, de las muchas otras mezclas sanguíneas que pronto surgieron de la unión de negros con mulatos, con mestizos o con indios, conocidos genéricamente como “de color quebrado”, que pronto fueron la parte más numerosa de la sociedad y quienes se dedicaron en su mayoría al trabajo artesanal.

Ahora bien, ¿quién era quién en ese complejo y variado mundo multicolor? Como resultado de la conquista los españoles —primero los conquistadores mismos y después los peninsulares que fueron llegando a lo largo del tiempo, así como los descendientes de ambos, los criollos— formaban la clase social más alta y privilegiada. Las riendas del gobierno civil y eclesiástico: virreyes, oidores, arzobispos, el alto clero y todos los altos funcionarios de la administración pública eran, por lo general, españoles. Esta fue una medida tomada por la Corona para conservar el predominio sobre la Colonia, a pesar de que el rey había ordenado que se prefiriera a los criollos para los cargos públicos. Aunque llegó a haber obispos, oidores y gobernadores criollos. Así pues, los criollos, a pesar de formar parte de la clase más alta de la sociedad, por obvias razones políticas, eran obstaculizados para desempeñarse en los puestos representativos de la autoridad real. Es decir, los criollos novohispanos se encontraban con las manos atadas en su propio país e imposibilitados para entregarse abiertamente a las ocupaciones de la vida socio—política de su patria.

En 1629, cuando el papa Urbano VIII beatificó a Felipe de Jesús —fraile franciscano, criollo, quien murió como mártir en el Japón— la situación política de los criollos parece haber mejorado, pues en cierto modo se demostraba su capacidad para recibir órdenes sacerdotales. Pero ese reconocimiento, fue disminuyendo a medida que los criollos ganaban en preparación intelectual, superando a los peninsulares. Estos, celosos de sus privilegios, y temerosos de la fuerza política que pudieran alcanzar, pusieron dificultades para evitar la superación de los criollos, exagerando sus defectos y debilidades.

Entre la sociedad criolla hubo talentos para todos los conocimientos; hubo poetas, historiadores, literatos, pintores, arquitectos, escultores, teólogos, latinistas, cirujanos, etcétera, quienes con gran irritación veían como los cargos importantes se otorgaban preferentemente a los españoles. Muy importante es la opinión dada por el virrey marqués de Mancera en 1673 acerca de la insondable separación que ya existía entre los españoles peninsulares y los criollos: “...pretendiendo los criollos no ser inferiores a los de Europa, y desdeñando éstos la igualdad”. Por otra parte, el arzobispo Núñez de Haro y Peralta expresó que era muy conveniente tener sujetos a los criollos con empleos medianos, y que convenía mucho “que tengan por delante a nuestros europeos”, que, según él, eran quienes deseaban el bien de la patria. Para entonces los criollos consideraban extranjeros advenedizos a los peninsulares que llegaban de Europa a enriquecerse a costa de los indios y sostenían que la causa del mayor deterioro de estos últimos, no estaba en su naturaleza, sino en la manera de gobernar de los europeos.

Más difícil aún, fue la vida para los mestizos. Estos, constituían una minoría ajena y socialmente desajustada —en 1673 todavía era considerada por el virrey marqués de Mancera como grupo menos numeroso que los negros y los mulatos. Los primeros mestizos eran, los descendientes de los conquistadores y de los primeros peninsulares llegados a la Nueva España. Estos, “mestizos viejos”, se consideraban a sí mismos con iguales derechos que los españoles y así eran tratados, sobre todo aquellos que podían presumir de un glorioso apellido en lengua vernácula, como los Moctezuma, y los Ixtlixóchitl de Tenochtitlán y Texcoco respectivamente, o los Maccicatzin de Tlaxcala. Otra cosa fueron los “mestizos nuevos” que nacieron a partir del último tercio del siglo XVI, por lo general de uniones ocasionales con indias no distinguidas y que no eran reconocidos como hermanos por los mestizos viejos.

Los mestizos nuevos no tenían un destino claro en la sociedad. Se desempeñaban trabajando en algunos de los gremios artesanales más humildes, como los zapateros remendones y candeleros. Sin embargo hubo algunos mestizos que escalaron la sociedad novohispana, sobre todo aquellos que tuvieron la suerte de ser reconocidos por sus progenitores españoles.

Martín Cortés el Mestizo, hijo de Hernán Cortés y de la Malinche, (1523-1599) fue sin duda uno de los primeros mestizos y el más alto representante de la mezcla de sangres hispana e indígena.

La nobleza indígena, a pesar de haber sido el grupo dominante no escapó a los efectos de la conquista. Sus privilegios desaparecieron ante la irrupción de los españoles que ocuparon la cúspide de la sociedad. Esa casta de la nobleza prehispánica poco a poco se desintegró y sólo se conservaron unos cuantos, los que se asimilaron por matrimonio a la clase española, de los cuales varios salieron para España, en donde acabaron sus días. Para mediados del siglo XVII, los nobles indígenas se confundían con los macehuales, o sea con los indios de la clase trabajadora a la que antes ellos habían gobernado. La casta de los indios era, por supuesto, la más numerosa, a pesar de las tremendas epidemias, trabajos forzados y hambres que la habían diezmado. Fueron siempre la clase oprimida, la base sacrificada de la pirámide económica y social, como lo siguen siendo actualmente.

Según las Leyes de 1542, los indios debían ser tratados como súbditos libres de la Corona, pero a la vez se les consideraba súbditos de condición servil, por lo que la Corona tenía el derecho de obligarlos a trabajar, para el mantenimiento del reino. Algunos caciques conservaron su rango, pero fuera de gobernar en sus pueblos —sometidos a las leyes españolas— tampoco podían aspirar a los puestos importantes.

Sin embargo, con la fundación del Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco para la educación de indios nobles, en 1536, los indígenas demostraron igual capacidad intelectual que los españoles. Frutos notables de la educación humanista que se impartía en el Imperial Colegio fueron las figuras de Juan Badiano —indio de Xochimilco traductor del libro de medicina escrito en náhuatl por Martín de la Cruz— y Antonio Valeriano, consumado latinista, indio de noble estirpe, originario de Azcapotzalco.

Gracias a su gran talento Valeriano llegó a ser gobernador de la parcialidad de indios de la ciudad de México y se contó entre los colaboradores de fray Bernardino de Sahagún. Por lo tanto, la obra emprendida y lograda por el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco constituye la más digna, valiosa y admirable empresa a favor de la superación del mundo indígena. Pero desafortunadamente la institución funcionó solamente 74 años.

Desde 1564, en que el virrey Luis de Velasco dejó el poder, el colegio ya no contó con el mismo apoyo de las autoridades. En 1576 la gran peste que asoló la ciudad, diezmó el alumnado y causó mucho desánimo. En 1590, la muerte de fray Bernardino de Sahagún fue irreparable para la vida académica porque con él desaparecía el más fuerte apoyo moral para el colegio. En 1605 falleció también el insigne maestro Antonio Valeriano, admirado y respetado por indios y criollos. Su muerte reunió para su entierro a tal cantidad de población que las autoridades españolas tomaron dicha manifestación multitudinaria como una señal del poder que podría cobrar un clero indígena culto o los indios educados; dicho acontecimiento fue una causa más de que se propiciara la desaparición del colegio.

La equivocada opinión que las autoridades españolas y la mayoría de los españoles tenían acerca de si se debía o no educar a los indios, quedó claramente registrada en una carta escrita por fray Domingo de Betanzos y fray Diego de la Cruz, uno de cuyos párrafos comienza diciendo: "los indios no deben estudiar por que ningún fruto se espera de su estudio” y termina afirmando: “...como cosa muy necesaria quede, se les debe quitar el estudio...”; hecho imperdonable que se cumplió.

La raza negra en cambio —debido a una antiquísima tradición que asociaba el color oscuro con el mal— fue considerada la más baja en las categorías sociales de la Nueva España, tal como sucedía en aquel entonces en otras partes del mundo. Pero, en la Nueva España, aunque destinados a la esclavitud, los negros que lograron su libertad tuvieron mejores perspectivas de superación económicosocial que los indios. Resulta interesante comprobar que el color claro de la piel no contaba para ser eximido de la condición de esclavo, si se era hijo de madre esclava.

Existe un interesante documento acerca de la búsqueda de un esclavo “blanco de ojos verdes” a quien, como tal, había que marcarle la cara. Obviamente esa persona fue hijo de un español y de una negra.

Sin embargo, contrariamente a estas drásticas medidas, en la Nueva España los esclavos recibían mejor trato que en otros países. Hubo siempre negros libres, debido a la costumbre de otorgar la libertad bajo ciertas circunstancias, sobre todo a los hijos que las negras y mulatas tenían de padres españoles y que fueron muy numerosos. Además, los esclavos también podían comprar su libertad y la de sus mujeres e hijos, a los precios del mercado. Es más, los mulatos —al menos los más encumbrados— podían poseer esclavos, como lo prueba el hecho de que Juan Correa, pintor mulato de la segunda mitad del siglo XVII, vendiera una esclava de su propiedad.

Las castas “de color quebrado” tuvieron mayores oportunidades de progreso. En sus manos estaba la práctica de los oficios artesanales más importantes indispensables para satisfacer tanto las necesidades de la vida cotidiana como las artísticas. Hubo entre ellos, zapateros, violeros, sastres, carpinteros y hasta pintores de caballete “de color quebrado”, a pesar de que en las Ordenanzas del gremio de pintores se prohibía específicamente su ingreso. Ejemplos del éxito que los hombres de color quebrado podían alcanzar con su trabajo y buena disposición fueron el cirujano Juan de Correa —considerado como una eminencia en su especialidad— y su hijo, el mencionado pintor Juan Correa, quien llegó a ser uno de los más notables artistas de la segunda mitad del siglo XVII y el pintor preferido de la Catedral Metropolitana.

Las diferencias de raza, de cultura y de fortuna social y económica eran abismales, y no fueron bien manejadas por la Corona, por lo que se produjo una sociedad descontenta, intrincada y prácticamente inmanejable. Además, a las profundas desigualdades humanas hay que sumar las crecientes ambiciones políticas que cada día enfrentaban más a españoles y criollos. Por todas estas razones, las diferencias sociales y el descontento de muchos aumentó de manera alarmante a finales del siglo XVIII, cuando la Nueva España alcanzó su mayor riqueza económica.

La figura del criollo es la importante porque en él se originó y desarrolló el sentimiento americano, origen de la mexicanidad. Los criollos novohispanos eran y no eran españoles: eran hijos de españoles pero hablaban, comían y sentían de manera diferente, pues su tierra natal americana no era España. De esa situación surgió en el criollo un espíritu de rebeldía, tan potente, que constituye el impulso de la historia novohispana. Esa rebeldía tenía que encarnar en un hecho determinado y ese hecho fue el criollismo novohispano; sentimiento socio-político que impulsó al hombre novohispano a buscar “su propio ser”. La búsqueda de sí mismo lo llevó a desear diferenciarse de lo español en todos los campos y promovió el sentimiento de su propia grandeza. Así, el criollo, a pesar de haber estado sujeto al gobierno español, alimentó siempre el sentimiento de la grandeza de su tierra americana y luchó por ella.

En el siglo XVII el bachiller Arias de Villalobos cantó con mayor entusiasmo la grandeza de esta tierra, de sus habitantes, de sus atuendos y riquezas, dedicando especiales, barrocos y expresivos elogios a los artistas y las artes novohispanos. En 1604 el poeta Bernardo de Balbuena tituló su famoso poema dedicado a la ciudad de México "Grandeza mexicana" y en él canta que todo en México era grande y famoso; lleva al lector de exageración en exageración -gracias a la libertad poética- y acaba por proponerle que México es "el cielo del mundo". El sentimiento de la grandeza americana había continuado penetrando firmemente el alma de los criollos.

Otra muestra de este abundante acervo literario, ya de mediados del siglo XVIII, es el libro de Manuel de San Vicente, cuyo solo título basta para reforzar estos comentarios: Exacta descripción de la magnífica Corte Mexicana Cabeza del Nuevo Americano Mundo significada por sus escenciales partes, para el bastante conocimiento de su grandeza.

Además como resultado de la búsqueda de su ser, los criollos asumieron como su pasado clásico el antiguo pasado indígena, reforzando fuertemente el anhelo de grandeza.

El criollo fue la clase culta, dedicada al estudio de las humanidades y de las artes. Esta vía de expresión sirvió para expresar su sentimiento de grandeza, tanto en la literatura, como en las artes plásticas, de manera tan intensa que, la suntuosidad y exuberancia del arte barroco mexicano en muy buena medida se vieron impulsadas por ese sentimiento de grandeza, por ese afán de competir con la Madre Patria y de mostrar a la Nueva España, aún más grande y más bella que la primera.
Sistema de castas
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Fuente:
Elisa Vargaslugo, México Barroco vida y arte, México, 1993, Salvat Editores, pp. 14—23
Nota: Los fragmentos fueron adaptados con fines didácticos para una mejor y más directa comprensión de los estudiantes de la clase de Historia.

martes, 21 de abril de 2020

Sobre las revoluciones burguesas y el periodo napoleónico

Washington en la Guerra de Independencia



Antes de la revolución en Francia, y de hecho como una de las causas de la misma, este país ayudó a los colonos ingleses de Norteamérica a luchar y conseguir su independencia respecto de la corona inglesa. La ayuda no fue gratuita ni filantrópica, en realidad se trataba de la oportunidad ofrecida a Francia de vengar la derrota que había tenido por Inglaterra en la Guerra de Siete Años, en la cual ésta le había arrebatado el valle de Ohio en América del Norte, así como algunas posesiones en los distintos mares del mundo. 

Por lo tanto, la lucha de los colonos ingleses en América le dio a Francia la oportunidad de asestar un fuerte golpe al poderío inglés, sin embargo ello significó también un fuerte derroche de recursos que, como vimos, sumiría a Francia en una crisis financiera, que agravada por la sequía y el invierno crudo de 1788, que la dejaron sin cosechas, generaría el malestar popular que llevaría al estallido de la revolución que terminó con el “antiguo régimen” monárquico y estableció el poder popular, democrático y republicano en el país galo.

Por otra parte hay que insistir en que la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica se debió tanto a la tenaz lucha de los colonos ingleses, como —y quizá de forma más definitiva— a la ayuda recibida de las potencias europeas que como Francia, España y Holanda le declararon la guerra al Reino Unido forzándolo a otorgar la independencia a aquellas y a pagar compensaciones territoriales a éstas.


Luis XV de Francia prestó el apoyo a los colonos contra Inglaterra

También es necesario puntualizar que ambas revoluciones tienen un común denominador —incluso los procesos de independencia de los países de América Latina también lo compartirán—: fueron impulsadas por la burguesía en contra de los sectores nobiliarios y concluyeron con el establecimiento de regímenes de corte republicano y democrático, en la mayoría de los casos. Ello ha permitido denominarlas como “las revoluciones burguesas”.

El caso de la independencia de las colonias inglesas de Norteamérica es emblemático porque de ella derivarán —como ya especificamos— la crisis del Estado Francés que llevará al estallido de la revolución, pero también inducirá a los colonos hispanoamericanos y portugueses de Brasil a la lucha por emanciparse de sus respectivas metrópolis dominadoras. Pagarán así las potencias europeas —Francia, España y Portugal— el apoyo brindado a los colonos ingleses, con la homologación de sus demandas de libertad y los levantamientos que derivarán también en la independencia de los actuales países de Latinoamérica, México incluido.

Como ya advertimos, los colonos ingleses tuvieron como motivo de su separación del Reino Unido la prohibición de colonizar los territorios del Valle de Ohio ganados a Francia en la Guerra de los Siete Años, lo cual generó la frustración de los mismos que pensaban que con su consecución podrían expandirse al oeste y adquirir tierras que les generaran bonanza y estabilidad económica. Y no sólo eso, la guerra supuso a la corona inglesa un gasto inmenso que procuró recuperar creando impuestos —al té, al licor, al papel sellado, entre otros— que cobró a los propios colonos contribuyendo al encono de los mismos, y en el colmo, para evitar alzamientos populares de protesta engrosó al ejército inglés en las colonias haciendo que los mismos colonos oprimidos cubrieran sus gastos por medio de leyes que los obligaban a hospedarles y aún a cubrir su alimentación. 

Comenzó a hablarse de las pretensiones absolutistas y tiránicas del rey Jorge III, en una población de tradición parlamentaria; de su intención de imponer la religión anglicana, de sus agravios en suma. Y pronto surgieron los conflictos entre colonos y milicias británicas, generados entre otras cosas por las protestas como las acaecidas en el puerto de Boston, con ocasión del boicot a un cargamento de té propiedad de la Compañía de Indias –única facultada para introducir té en las colonias ante la prohibición de producirlo de forma local–, suceso conocido como “La Fiesta del Té”, o los disturbios por la incautación de un cargamento de vino propiedad de colonos norteamericanos, y otros descontentos que devinieron en la llamada “Masacre de Boston”, en la que murieron los primeros mártires de su causa —entre los que contaron irónicamente, en tanto que sociedad esclavista, a una persona de raza negra de nombre Crispus Attucks— o la pretendida incautación de armamento en la ciudad de Lexington, donde “sonó el disparo de retumbó por el mundo” —como reza su historia patria— y que dio inicio a la lucha independentista. 

Personajes ilustrados como George Washington —nombrado Comandante de las milicias coloniales y a la postre “Primer Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica—, Benjamin Franklin —destacado como embajador encargado de conseguir el apoyo de Francia y otras potencias europeas a la causa americana—, Thomas Jefferson —quien redactara la Declaración de Derechos de Virginia y la Declaración de Independencia realizada en 1774— entre otros a quienes los estadounidenses denominan sus “padres fundadores” son personajes históricos que deben ser dignos de mención en esta historia.

La "Fiesta del Té": disfrazados de nativos americanos los colonos boicotearon un cargamento de té de la Compañía de Indias


Como corolario de la Revolución Francesa aparece el genio militar y político de Napoleón Bonaparte, joven militar corso que logró colocarse como salvador de la patria francesa en una época de incertidumbre y caos generada por el “terror” de los años de la Soberana Convención Revolucionaria (1792-1796) quien logró no sólo impedir el desembarco inglés en el puerto de Tolón, al sur de Francia, así como la expulsión de los ejércitos austriaco y prusiano de suelo francés, sino aún conquistas territoriales que supusieron no sólo la pacificación del territorio francés sino su expansión. El 9 de noviembre de 1799 —el “18 de Brumario del año VII” según el nuevo calendario impuesto por los revolucionarios franceses— Napoleón Bonaparte se impuso en el poder mediante un golpe de Estado, estableciéndose como Primer Cónsul de un gobierno denominado “el Consulado Francés”, cuyas principales medidas políticas y económicas serían tomadas por el primero de tres cónsules, es decir: Napoleón Bonaparte.

Napoleón Bonaparte


Napoleón gobernó con las libertades alcanzadas por la revolución, puso orden en Francia por medio de la persecución y cooptación de sus opositores, para lo cual se apoyó en la creación de un eficiente servicio de inteligencia. Por otra parte resultó buen administrador y reorganizó las finanzas del Estado al unificar la moneda creando el franco como unidad de intercambio y creando el Banco Central de Francia, único facultado para emitir moneda; además creó un eficiente sistema de recaudación de impuestos y estableció un nuevo y también eficiente sistema de pesos y medidas para regular el comercio. 

La nueva paz napoleónica trajo consigo la creación de empleos, mientras que las exacciones impuestas a los pueblos “liberados” —es decir sometidos al control francés— generaron suficiente riqueza para embellecer las ciudades galas e impulsaron a Napoleón a coronarse como “Emperador de los Franceses” en 1804 —ya en 1802 había logrado imponerse como “cónsul vitalicio”— y convertirse en la máxima autoridad en Europa, pues no había quien pudiera contrarrestar su poder, habiendo sometido al emperador austriaco Francisco I, a quien incluso había tomado a una de sus hijas, María Luisa, como esposa —esta le daría un hijo como heredero, quien recibiría el título de “Rey de Roma”—; al Rey Federico Guillermo III de Prusia, así como al Zar Alejandro I de Rusia. 

Sólo Inglaterra significaba la oposición a los designios napoleónicos y ésta contrarrestaría el poder de Napoleón por medio de la organización de coaliciones de países en su contra y varias batallas, de las cuales conviene apuntar la marítima de Trafalgar en 1805 —a cargo del Almirante Nelson, en la que la derrota napoleónica impidió la invasión de la isla británica—, así como la de Leipzig —la llamada “Batalla de las Naciones” de 1813, que significaría el inicio del declive napoleónico— y la Batalla de Waterloo de 1815, en la que finalmente sería derrotado el emperador francés de forma definitiva por el Duque de Wellington.

En 1806 Napoleón, intentando minar el poderío inglés en Europa impuso un bloqueo económico a los productos ingleses, denominado el Sistema Continental, lo que no pudo cumplir Portugal que dependía por entero del intercambio comercial con el Reino Unido. Así Napoleón marchó sobre Portugal, con la anuencia del rey Carlos IV de España, para someter al regente Juan de Portugal, quien para salvar la corona lusitana huyó a Brasil donde estableció la corte de la Casa de Braganza en Río de Janeiro.

Fernando VII


A su regreso de Portugal, en 1806, Napoleón encontró problemas sucesorios en la Casa reinante de España, entre el rey Carlos IV y su hijo Fernando VII —quien había sido coronado rey ante la presión ejercida por los opositores al rey Carlos IV; luego éste se habría retractado y pretendido recuperar para sí la corona. Aprovechando la situación Napoleón requisó la corona española e impuso como nuevo rey de España a su hermano José Bonaparte —quien se hizo famoso por su afición a la bebida, lo que le valió el mote entre los españoles de “Pepe Botella”, dicho sea de paso. 

La imposición de sus hermanos como reyes no era nueva, ya había sucedido con el propio José Bonaparte quien antes había sido coronado como rey de Nápoles, o su hermano Luis Bonaparte, coronado rey de Holanda y su hermano Jerónimo, rey de Westfalia, con la pretensión de fundar una nueva Casa de reyes europeos.

Caricatura que desprestigia a José I Bonaparte

Aquí es donde se cruzan las historias de la Francia napoleónica con la historia mexicana, pues con la imposición de José Bonaparte como rey de España esta última nación iniciaría su lucha por reconquistar su independencia, pero a la vez tal suceso daría pie a los acontecimientos que llevarían  no sólo a México sino a toda la América española a los procesos de independencia que conformarían el mapa político latinoamericano que hoy conocemos.



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Mira el capítulo "Guerreros. Napoleón", en este blog y elabora un breve reporte del mismo.

Para complementar escucha la siguiente entrevista a Juan Iván Peña Neder en que nos habla de la personalidad de Napoleón. Sólo haz click Aquí

(Dura 15 minutos, no te estreses)

jueves, 2 de abril de 2020