Como vimos anteriormente, a inicios del siglo XIX Napoleón Bonaparte se había convertido en el hombre fuerte de Europa y el mundo occidental, lo que motivó a otras potencias —principalmente Inglaterra— a hacerle frente. Entre tanto, hacia 1808, había impuesto a su hermano José Bonaparte como rey de España y esto había de afectar la historia de nuestro país que en ese momento era una posesión española llamada “Nueva España”.
Recordemos que la Nueva España se inició con la conquista del Imperio Azteca en 1521 y tendría una duración de trescientos años, pues en 1821 se consumaría la independencia del Imperio Mexicano que luego se conformaría como una república. Pero veamos brevemente cómo pasó todo esto.
Para darnos una idea de la sociedad novohispana y para comprender los motivos que llevaron a unos a pretender independizarse de España nos apoyaremos en un fragmento de la obra de Elisa Vargaslugo, México Barroco vida y arte, en que nos proporciona tanto una descripción de la sociedad novohispana, como del sentimiento de orgullo, arraigo a la tierra y de diferenciación con respecto de la sociedad española que nació entre la sociedad criolla de finales del siglo XVIII, es decir en las vísperas de la lucha por la independencia:
En el año de 1799 había en la Nueva España alrededor de cuatro millones de habitantes, de los cuales los españoles eran la décima parte y en sus manos se acumulaba prácticamente toda la riqueza del reino. Los indios seguían en el mismo estado de ignorancia y aislamiento en que los dejó la conquista, sin bienes ni honor, verdaderamente estancados, apáticos e indiferentes, a causa de que las Leyes de Indias los protegieron como a menores de edad, provocando su atraso y su desgracia. Los mestizos eran ya muy numerosos, no obstante, aún sin fuerza social. Los criollos, casta también numerosa aunque sojuzgada como las demás, fue la clase instruida y pensante, en cuyo seno surgió el sentimiento libertario que labró el camino de la independencia de la Nueva España; sentimiento que se desarrolló de manera poderosa e incontenible y tuvo extraordinaria proyección mediante las artes.
Heterogénea, multicolor y muy contrastada fue desde sus orígenes la población del México colonial, debido a que se constituyó con la mezcla de indios, españoles y negros. La casta española, iniciada con los conquistadores, se mantuvo y continuó creciendo con la constante llegada de más personas de la península, razón por la cual a los españoles también se les llamaba peninsulares. Los hijos de los españoles fueron los criollos, es decir hombres de sangre hispana ya nacidos y criados en tierra americana. Por otra parte, de la unión de españoles e indios surgió el mestizo, nacido muchas veces de las relaciones violentas entre españoles e indias, y en otras ocasiones hijo de legítimos matrimonios mixtos, pues sí los hubo, y en número más crecido de lo que se ha creído.
Un caso ejemplar es el de Baltasar Gómez de Muscobia, considerado indio principal, que vivía en la ciudad de México hacia 1641 y estaba casado con una española de la buena sociedad.
Como es del conocimiento general, la necesidad de mano de obra, sobre todo para los trabajos de las minas, favoreció la importación de esclavos negros que vinieran a reforzar o a sustituir a los indios, quienes, como había quedado demostrado, no tenían resistencia física para esas arduas y peligrosas empresas bajo la superficie de la tierra. De la libre unión de los españoles con sus esclavas negras surgieron los mulatos. Así, al correr de los años, la población novohispana se componía de españoles (apodados también gachupines), criollos, mestizos, castizos (hijos de español y mestiza que por su mayor porcentaje de sangre española se asimilaban casi automáticamente a la clase dominante), mulatos y, además, de las muchas otras mezclas sanguíneas que pronto surgieron de la unión de negros con mulatos, con mestizos o con indios, conocidos genéricamente como “de color quebrado”, que pronto fueron la parte más numerosa de la sociedad y quienes se dedicaron en su mayoría al trabajo artesanal.
Ahora bien, ¿quién era quién en ese complejo y variado mundo multicolor? Como resultado de la conquista los españoles —primero los conquistadores mismos y después los peninsulares que fueron llegando a lo largo del tiempo, así como los descendientes de ambos, los criollos— formaban la clase social más alta y privilegiada. Las riendas del gobierno civil y eclesiástico: virreyes, oidores, arzobispos, el alto clero y todos los altos funcionarios de la administración pública eran, por lo general, españoles. Esta fue una medida tomada por la Corona para conservar el predominio sobre la Colonia, a pesar de que el rey había ordenado que se prefiriera a los criollos para los cargos públicos. Aunque llegó a haber obispos, oidores y gobernadores criollos. Así pues, los criollos, a pesar de formar parte de la clase más alta de la sociedad, por obvias razones políticas, eran obstaculizados para desempeñarse en los puestos representativos de la autoridad real. Es decir, los criollos novohispanos se encontraban con las manos atadas en su propio país e imposibilitados para entregarse abiertamente a las ocupaciones de la vida socio—política de su patria.
En 1629, cuando el papa Urbano VIII beatificó a Felipe de Jesús —fraile franciscano, criollo, quien murió como mártir en el Japón— la situación política de los criollos parece haber mejorado, pues en cierto modo se demostraba su capacidad para recibir órdenes sacerdotales. Pero ese reconocimiento, fue disminuyendo a medida que los criollos ganaban en preparación intelectual, superando a los peninsulares. Estos, celosos de sus privilegios, y temerosos de la fuerza política que pudieran alcanzar, pusieron dificultades para evitar la superación de los criollos, exagerando sus defectos y debilidades.
Entre la sociedad criolla hubo talentos para todos los conocimientos; hubo poetas, historiadores, literatos, pintores, arquitectos, escultores, teólogos, latinistas, cirujanos, etcétera, quienes con gran irritación veían como los cargos importantes se otorgaban preferentemente a los españoles. Muy importante es la opinión dada por el virrey marqués de Mancera en 1673 acerca de la insondable separación que ya existía entre los españoles peninsulares y los criollos: “...pretendiendo los criollos no ser inferiores a los de Europa, y desdeñando éstos la igualdad”. Por otra parte, el arzobispo Núñez de Haro y Peralta expresó que era muy conveniente tener sujetos a los criollos con empleos medianos, y que convenía mucho “que tengan por delante a nuestros europeos”, que, según él, eran quienes deseaban el bien de la patria. Para entonces los criollos consideraban extranjeros advenedizos a los peninsulares que llegaban de Europa a enriquecerse a costa de los indios y sostenían que la causa del mayor deterioro de estos últimos, no estaba en su naturaleza, sino en la manera de gobernar de los europeos.
Más difícil aún, fue la vida para los mestizos. Estos, constituían una minoría ajena y socialmente desajustada —en 1673 todavía era considerada por el virrey marqués de Mancera como grupo menos numeroso que los negros y los mulatos. Los primeros mestizos eran, los descendientes de los conquistadores y de los primeros peninsulares llegados a la Nueva España. Estos, “mestizos viejos”, se consideraban a sí mismos con iguales derechos que los españoles y así eran tratados, sobre todo aquellos que podían presumir de un glorioso apellido en lengua vernácula, como los Moctezuma, y los Ixtlixóchitl de Tenochtitlán y Texcoco respectivamente, o los Maccicatzin de Tlaxcala. Otra cosa fueron los “mestizos nuevos” que nacieron a partir del último tercio del siglo XVI, por lo general de uniones ocasionales con indias no distinguidas y que no eran reconocidos como hermanos por los mestizos viejos.
Los mestizos nuevos no tenían un destino claro en la sociedad. Se desempeñaban trabajando en algunos de los gremios artesanales más humildes, como los zapateros remendones y candeleros. Sin embargo hubo algunos mestizos que escalaron la sociedad novohispana, sobre todo aquellos que tuvieron la suerte de ser reconocidos por sus progenitores españoles.
Martín Cortés el Mestizo, hijo de Hernán Cortés y de la Malinche, (1523-1599) fue sin duda uno de los primeros mestizos y el más alto representante de la mezcla de sangres hispana e indígena.
La nobleza indígena, a pesar de haber sido el grupo dominante no escapó a los efectos de la conquista. Sus privilegios desaparecieron ante la irrupción de los españoles que ocuparon la cúspide de la sociedad. Esa casta de la nobleza prehispánica poco a poco se desintegró y sólo se conservaron unos cuantos, los que se asimilaron por matrimonio a la clase española, de los cuales varios salieron para España, en donde acabaron sus días. Para mediados del siglo XVII, los nobles indígenas se confundían con los macehuales, o sea con los indios de la clase trabajadora a la que antes ellos habían gobernado. La casta de los indios era, por supuesto, la más numerosa, a pesar de las tremendas epidemias, trabajos forzados y hambres que la habían diezmado. Fueron siempre la clase oprimida, la base sacrificada de la pirámide económica y social, como lo siguen siendo actualmente.
Según las Leyes de 1542, los indios debían ser tratados como súbditos libres de la Corona, pero a la vez se les consideraba súbditos de condición servil, por lo que la Corona tenía el derecho de obligarlos a trabajar, para el mantenimiento del reino. Algunos caciques conservaron su rango, pero fuera de gobernar en sus pueblos —sometidos a las leyes españolas— tampoco podían aspirar a los puestos importantes.
Sin embargo, con la fundación del Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco para la educación de indios nobles, en 1536, los indígenas demostraron igual capacidad intelectual que los españoles. Frutos notables de la educación humanista que se impartía en el Imperial Colegio fueron las figuras de Juan Badiano —indio de Xochimilco traductor del libro de medicina escrito en náhuatl por Martín de la Cruz— y Antonio Valeriano, consumado latinista, indio de noble estirpe, originario de Azcapotzalco.
Gracias a su gran talento Valeriano llegó a ser gobernador de la parcialidad de indios de la ciudad de México y se contó entre los colaboradores de fray Bernardino de Sahagún. Por lo tanto, la obra emprendida y lograda por el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco constituye la más digna, valiosa y admirable empresa a favor de la superación del mundo indígena. Pero desafortunadamente la institución funcionó solamente 74 años.
Desde 1564, en que el virrey Luis de Velasco dejó el poder, el colegio ya no contó con el mismo apoyo de las autoridades. En 1576 la gran peste que asoló la ciudad, diezmó el alumnado y causó mucho desánimo. En 1590, la muerte de fray Bernardino de Sahagún fue irreparable para la vida académica porque con él desaparecía el más fuerte apoyo moral para el colegio. En 1605 falleció también el insigne maestro Antonio Valeriano, admirado y respetado por indios y criollos. Su muerte reunió para su entierro a tal cantidad de población que las autoridades españolas tomaron dicha manifestación multitudinaria como una señal del poder que podría cobrar un clero indígena culto o los indios educados; dicho acontecimiento fue una causa más de que se propiciara la desaparición del colegio.
La equivocada opinión que las autoridades españolas y la mayoría de los españoles tenían acerca de si se debía o no educar a los indios, quedó claramente registrada en una carta escrita por fray Domingo de Betanzos y fray Diego de la Cruz, uno de cuyos párrafos comienza diciendo: "los indios no deben estudiar por que ningún fruto se espera de su estudio” y termina afirmando: “...como cosa muy necesaria quede, se les debe quitar el estudio...”; hecho imperdonable que se cumplió.
La raza negra en cambio —debido a una antiquísima tradición que asociaba el color oscuro con el mal— fue considerada la más baja en las categorías sociales de la Nueva España, tal como sucedía en aquel entonces en otras partes del mundo. Pero, en la Nueva España, aunque destinados a la esclavitud, los negros que lograron su libertad tuvieron mejores perspectivas de superación económicosocial que los indios. Resulta interesante comprobar que el color claro de la piel no contaba para ser eximido de la condición de esclavo, si se era hijo de madre esclava.
Existe un interesante documento acerca de la búsqueda de un esclavo “blanco de ojos verdes” a quien, como tal, había que marcarle la cara. Obviamente esa persona fue hijo de un español y de una negra.
Sin embargo, contrariamente a estas drásticas medidas, en la Nueva España los esclavos recibían mejor trato que en otros países. Hubo siempre negros libres, debido a la costumbre de otorgar la libertad bajo ciertas circunstancias, sobre todo a los hijos que las negras y mulatas tenían de padres españoles y que fueron muy numerosos. Además, los esclavos también podían comprar su libertad y la de sus mujeres e hijos, a los precios del mercado. Es más, los mulatos —al menos los más encumbrados— podían poseer esclavos, como lo prueba el hecho de que Juan Correa, pintor mulato de la segunda mitad del siglo XVII, vendiera una esclava de su propiedad.
Las castas “de color quebrado” tuvieron mayores oportunidades de progreso. En sus manos estaba la práctica de los oficios artesanales más importantes indispensables para satisfacer tanto las necesidades de la vida cotidiana como las artísticas. Hubo entre ellos, zapateros, violeros, sastres, carpinteros y hasta pintores de caballete “de color quebrado”, a pesar de que en las Ordenanzas del gremio de pintores se prohibía específicamente su ingreso. Ejemplos del éxito que los hombres de color quebrado podían alcanzar con su trabajo y buena disposición fueron el cirujano Juan de Correa —considerado como una eminencia en su especialidad— y su hijo, el mencionado pintor Juan Correa, quien llegó a ser uno de los más notables artistas de la segunda mitad del siglo XVII y el pintor preferido de la Catedral Metropolitana.
Las diferencias de raza, de cultura y de fortuna social y económica eran abismales, y no fueron bien manejadas por la Corona, por lo que se produjo una sociedad descontenta, intrincada y prácticamente inmanejable. Además, a las profundas desigualdades humanas hay que sumar las crecientes ambiciones políticas que cada día enfrentaban más a españoles y criollos. Por todas estas razones, las diferencias sociales y el descontento de muchos aumentó de manera alarmante a finales del siglo XVIII, cuando la Nueva España alcanzó su mayor riqueza económica.
La figura del criollo es la importante porque en él se originó y desarrolló el sentimiento americano, origen de la mexicanidad. Los criollos novohispanos eran y no eran españoles: eran hijos de españoles pero hablaban, comían y sentían de manera diferente, pues su tierra natal americana no era España. De esa situación surgió en el criollo un espíritu de rebeldía, tan potente, que constituye el impulso de la historia novohispana. Esa rebeldía tenía que encarnar en un hecho determinado y ese hecho fue el criollismo novohispano; sentimiento socio-político que impulsó al hombre novohispano a buscar “su propio ser”. La búsqueda de sí mismo lo llevó a desear diferenciarse de lo español en todos los campos y promovió el sentimiento de su propia grandeza. Así, el criollo, a pesar de haber estado sujeto al gobierno español, alimentó siempre el sentimiento de la grandeza de su tierra americana y luchó por ella.
En el siglo XVII el bachiller Arias de Villalobos cantó con mayor entusiasmo la grandeza de esta tierra, de sus habitantes, de sus atuendos y riquezas, dedicando especiales, barrocos y expresivos elogios a los artistas y las artes novohispanos. En 1604 el poeta Bernardo de Balbuena tituló su famoso poema dedicado a la ciudad de México "Grandeza mexicana" y en él canta que todo en México era grande y famoso; lleva al lector de exageración en exageración -gracias a la libertad poética- y acaba por proponerle que México es "el cielo del mundo". El sentimiento de la grandeza americana había continuado penetrando firmemente el alma de los criollos.
Otra muestra de este abundante acervo literario, ya de mediados del siglo XVIII, es el libro de Manuel de San Vicente, cuyo solo título basta para reforzar estos comentarios: Exacta descripción de la magnífica Corte Mexicana Cabeza del Nuevo Americano Mundo significada por sus escenciales partes, para el bastante conocimiento de su grandeza.
Además como resultado de la búsqueda de su ser, los criollos asumieron como su pasado clásico el antiguo pasado indígena, reforzando fuertemente el anhelo de grandeza.
El criollo fue la clase culta, dedicada al estudio de las humanidades y de las artes. Esta vía de expresión sirvió para expresar su sentimiento de grandeza, tanto en la literatura, como en las artes plásticas, de manera tan intensa que, la suntuosidad y exuberancia del arte barroco mexicano en muy buena medida se vieron impulsadas por ese sentimiento de grandeza, por ese afán de competir con la Madre Patria y de mostrar a la Nueva España, aún más grande y más bella que la primera.
Recordemos que la Nueva España se inició con la conquista del Imperio Azteca en 1521 y tendría una duración de trescientos años, pues en 1821 se consumaría la independencia del Imperio Mexicano que luego se conformaría como una república. Pero veamos brevemente cómo pasó todo esto.
Para darnos una idea de la sociedad novohispana y para comprender los motivos que llevaron a unos a pretender independizarse de España nos apoyaremos en un fragmento de la obra de Elisa Vargaslugo, México Barroco vida y arte, en que nos proporciona tanto una descripción de la sociedad novohispana, como del sentimiento de orgullo, arraigo a la tierra y de diferenciación con respecto de la sociedad española que nació entre la sociedad criolla de finales del siglo XVIII, es decir en las vísperas de la lucha por la independencia:
En el año de 1799 había en la Nueva España alrededor de cuatro millones de habitantes, de los cuales los españoles eran la décima parte y en sus manos se acumulaba prácticamente toda la riqueza del reino. Los indios seguían en el mismo estado de ignorancia y aislamiento en que los dejó la conquista, sin bienes ni honor, verdaderamente estancados, apáticos e indiferentes, a causa de que las Leyes de Indias los protegieron como a menores de edad, provocando su atraso y su desgracia. Los mestizos eran ya muy numerosos, no obstante, aún sin fuerza social. Los criollos, casta también numerosa aunque sojuzgada como las demás, fue la clase instruida y pensante, en cuyo seno surgió el sentimiento libertario que labró el camino de la independencia de la Nueva España; sentimiento que se desarrolló de manera poderosa e incontenible y tuvo extraordinaria proyección mediante las artes.
Heterogénea, multicolor y muy contrastada fue desde sus orígenes la población del México colonial, debido a que se constituyó con la mezcla de indios, españoles y negros. La casta española, iniciada con los conquistadores, se mantuvo y continuó creciendo con la constante llegada de más personas de la península, razón por la cual a los españoles también se les llamaba peninsulares. Los hijos de los españoles fueron los criollos, es decir hombres de sangre hispana ya nacidos y criados en tierra americana. Por otra parte, de la unión de españoles e indios surgió el mestizo, nacido muchas veces de las relaciones violentas entre españoles e indias, y en otras ocasiones hijo de legítimos matrimonios mixtos, pues sí los hubo, y en número más crecido de lo que se ha creído.
Un caso ejemplar es el de Baltasar Gómez de Muscobia, considerado indio principal, que vivía en la ciudad de México hacia 1641 y estaba casado con una española de la buena sociedad.
Como es del conocimiento general, la necesidad de mano de obra, sobre todo para los trabajos de las minas, favoreció la importación de esclavos negros que vinieran a reforzar o a sustituir a los indios, quienes, como había quedado demostrado, no tenían resistencia física para esas arduas y peligrosas empresas bajo la superficie de la tierra. De la libre unión de los españoles con sus esclavas negras surgieron los mulatos. Así, al correr de los años, la población novohispana se componía de españoles (apodados también gachupines), criollos, mestizos, castizos (hijos de español y mestiza que por su mayor porcentaje de sangre española se asimilaban casi automáticamente a la clase dominante), mulatos y, además, de las muchas otras mezclas sanguíneas que pronto surgieron de la unión de negros con mulatos, con mestizos o con indios, conocidos genéricamente como “de color quebrado”, que pronto fueron la parte más numerosa de la sociedad y quienes se dedicaron en su mayoría al trabajo artesanal.
Ahora bien, ¿quién era quién en ese complejo y variado mundo multicolor? Como resultado de la conquista los españoles —primero los conquistadores mismos y después los peninsulares que fueron llegando a lo largo del tiempo, así como los descendientes de ambos, los criollos— formaban la clase social más alta y privilegiada. Las riendas del gobierno civil y eclesiástico: virreyes, oidores, arzobispos, el alto clero y todos los altos funcionarios de la administración pública eran, por lo general, españoles. Esta fue una medida tomada por la Corona para conservar el predominio sobre la Colonia, a pesar de que el rey había ordenado que se prefiriera a los criollos para los cargos públicos. Aunque llegó a haber obispos, oidores y gobernadores criollos. Así pues, los criollos, a pesar de formar parte de la clase más alta de la sociedad, por obvias razones políticas, eran obstaculizados para desempeñarse en los puestos representativos de la autoridad real. Es decir, los criollos novohispanos se encontraban con las manos atadas en su propio país e imposibilitados para entregarse abiertamente a las ocupaciones de la vida socio—política de su patria.
En 1629, cuando el papa Urbano VIII beatificó a Felipe de Jesús —fraile franciscano, criollo, quien murió como mártir en el Japón— la situación política de los criollos parece haber mejorado, pues en cierto modo se demostraba su capacidad para recibir órdenes sacerdotales. Pero ese reconocimiento, fue disminuyendo a medida que los criollos ganaban en preparación intelectual, superando a los peninsulares. Estos, celosos de sus privilegios, y temerosos de la fuerza política que pudieran alcanzar, pusieron dificultades para evitar la superación de los criollos, exagerando sus defectos y debilidades.
Entre la sociedad criolla hubo talentos para todos los conocimientos; hubo poetas, historiadores, literatos, pintores, arquitectos, escultores, teólogos, latinistas, cirujanos, etcétera, quienes con gran irritación veían como los cargos importantes se otorgaban preferentemente a los españoles. Muy importante es la opinión dada por el virrey marqués de Mancera en 1673 acerca de la insondable separación que ya existía entre los españoles peninsulares y los criollos: “...pretendiendo los criollos no ser inferiores a los de Europa, y desdeñando éstos la igualdad”. Por otra parte, el arzobispo Núñez de Haro y Peralta expresó que era muy conveniente tener sujetos a los criollos con empleos medianos, y que convenía mucho “que tengan por delante a nuestros europeos”, que, según él, eran quienes deseaban el bien de la patria. Para entonces los criollos consideraban extranjeros advenedizos a los peninsulares que llegaban de Europa a enriquecerse a costa de los indios y sostenían que la causa del mayor deterioro de estos últimos, no estaba en su naturaleza, sino en la manera de gobernar de los europeos.
Más difícil aún, fue la vida para los mestizos. Estos, constituían una minoría ajena y socialmente desajustada —en 1673 todavía era considerada por el virrey marqués de Mancera como grupo menos numeroso que los negros y los mulatos. Los primeros mestizos eran, los descendientes de los conquistadores y de los primeros peninsulares llegados a la Nueva España. Estos, “mestizos viejos”, se consideraban a sí mismos con iguales derechos que los españoles y así eran tratados, sobre todo aquellos que podían presumir de un glorioso apellido en lengua vernácula, como los Moctezuma, y los Ixtlixóchitl de Tenochtitlán y Texcoco respectivamente, o los Maccicatzin de Tlaxcala. Otra cosa fueron los “mestizos nuevos” que nacieron a partir del último tercio del siglo XVI, por lo general de uniones ocasionales con indias no distinguidas y que no eran reconocidos como hermanos por los mestizos viejos.
Los mestizos nuevos no tenían un destino claro en la sociedad. Se desempeñaban trabajando en algunos de los gremios artesanales más humildes, como los zapateros remendones y candeleros. Sin embargo hubo algunos mestizos que escalaron la sociedad novohispana, sobre todo aquellos que tuvieron la suerte de ser reconocidos por sus progenitores españoles.
Martín Cortés el Mestizo, hijo de Hernán Cortés y de la Malinche, (1523-1599) fue sin duda uno de los primeros mestizos y el más alto representante de la mezcla de sangres hispana e indígena.
La nobleza indígena, a pesar de haber sido el grupo dominante no escapó a los efectos de la conquista. Sus privilegios desaparecieron ante la irrupción de los españoles que ocuparon la cúspide de la sociedad. Esa casta de la nobleza prehispánica poco a poco se desintegró y sólo se conservaron unos cuantos, los que se asimilaron por matrimonio a la clase española, de los cuales varios salieron para España, en donde acabaron sus días. Para mediados del siglo XVII, los nobles indígenas se confundían con los macehuales, o sea con los indios de la clase trabajadora a la que antes ellos habían gobernado. La casta de los indios era, por supuesto, la más numerosa, a pesar de las tremendas epidemias, trabajos forzados y hambres que la habían diezmado. Fueron siempre la clase oprimida, la base sacrificada de la pirámide económica y social, como lo siguen siendo actualmente.
Según las Leyes de 1542, los indios debían ser tratados como súbditos libres de la Corona, pero a la vez se les consideraba súbditos de condición servil, por lo que la Corona tenía el derecho de obligarlos a trabajar, para el mantenimiento del reino. Algunos caciques conservaron su rango, pero fuera de gobernar en sus pueblos —sometidos a las leyes españolas— tampoco podían aspirar a los puestos importantes.
Sin embargo, con la fundación del Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco para la educación de indios nobles, en 1536, los indígenas demostraron igual capacidad intelectual que los españoles. Frutos notables de la educación humanista que se impartía en el Imperial Colegio fueron las figuras de Juan Badiano —indio de Xochimilco traductor del libro de medicina escrito en náhuatl por Martín de la Cruz— y Antonio Valeriano, consumado latinista, indio de noble estirpe, originario de Azcapotzalco.
Gracias a su gran talento Valeriano llegó a ser gobernador de la parcialidad de indios de la ciudad de México y se contó entre los colaboradores de fray Bernardino de Sahagún. Por lo tanto, la obra emprendida y lograda por el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco constituye la más digna, valiosa y admirable empresa a favor de la superación del mundo indígena. Pero desafortunadamente la institución funcionó solamente 74 años.
Desde 1564, en que el virrey Luis de Velasco dejó el poder, el colegio ya no contó con el mismo apoyo de las autoridades. En 1576 la gran peste que asoló la ciudad, diezmó el alumnado y causó mucho desánimo. En 1590, la muerte de fray Bernardino de Sahagún fue irreparable para la vida académica porque con él desaparecía el más fuerte apoyo moral para el colegio. En 1605 falleció también el insigne maestro Antonio Valeriano, admirado y respetado por indios y criollos. Su muerte reunió para su entierro a tal cantidad de población que las autoridades españolas tomaron dicha manifestación multitudinaria como una señal del poder que podría cobrar un clero indígena culto o los indios educados; dicho acontecimiento fue una causa más de que se propiciara la desaparición del colegio.
La equivocada opinión que las autoridades españolas y la mayoría de los españoles tenían acerca de si se debía o no educar a los indios, quedó claramente registrada en una carta escrita por fray Domingo de Betanzos y fray Diego de la Cruz, uno de cuyos párrafos comienza diciendo: "los indios no deben estudiar por que ningún fruto se espera de su estudio” y termina afirmando: “...como cosa muy necesaria quede, se les debe quitar el estudio...”; hecho imperdonable que se cumplió.
La raza negra en cambio —debido a una antiquísima tradición que asociaba el color oscuro con el mal— fue considerada la más baja en las categorías sociales de la Nueva España, tal como sucedía en aquel entonces en otras partes del mundo. Pero, en la Nueva España, aunque destinados a la esclavitud, los negros que lograron su libertad tuvieron mejores perspectivas de superación económicosocial que los indios. Resulta interesante comprobar que el color claro de la piel no contaba para ser eximido de la condición de esclavo, si se era hijo de madre esclava.
Existe un interesante documento acerca de la búsqueda de un esclavo “blanco de ojos verdes” a quien, como tal, había que marcarle la cara. Obviamente esa persona fue hijo de un español y de una negra.
Sin embargo, contrariamente a estas drásticas medidas, en la Nueva España los esclavos recibían mejor trato que en otros países. Hubo siempre negros libres, debido a la costumbre de otorgar la libertad bajo ciertas circunstancias, sobre todo a los hijos que las negras y mulatas tenían de padres españoles y que fueron muy numerosos. Además, los esclavos también podían comprar su libertad y la de sus mujeres e hijos, a los precios del mercado. Es más, los mulatos —al menos los más encumbrados— podían poseer esclavos, como lo prueba el hecho de que Juan Correa, pintor mulato de la segunda mitad del siglo XVII, vendiera una esclava de su propiedad.
Las castas “de color quebrado” tuvieron mayores oportunidades de progreso. En sus manos estaba la práctica de los oficios artesanales más importantes indispensables para satisfacer tanto las necesidades de la vida cotidiana como las artísticas. Hubo entre ellos, zapateros, violeros, sastres, carpinteros y hasta pintores de caballete “de color quebrado”, a pesar de que en las Ordenanzas del gremio de pintores se prohibía específicamente su ingreso. Ejemplos del éxito que los hombres de color quebrado podían alcanzar con su trabajo y buena disposición fueron el cirujano Juan de Correa —considerado como una eminencia en su especialidad— y su hijo, el mencionado pintor Juan Correa, quien llegó a ser uno de los más notables artistas de la segunda mitad del siglo XVII y el pintor preferido de la Catedral Metropolitana.
Las diferencias de raza, de cultura y de fortuna social y económica eran abismales, y no fueron bien manejadas por la Corona, por lo que se produjo una sociedad descontenta, intrincada y prácticamente inmanejable. Además, a las profundas desigualdades humanas hay que sumar las crecientes ambiciones políticas que cada día enfrentaban más a españoles y criollos. Por todas estas razones, las diferencias sociales y el descontento de muchos aumentó de manera alarmante a finales del siglo XVIII, cuando la Nueva España alcanzó su mayor riqueza económica.
La figura del criollo es la importante porque en él se originó y desarrolló el sentimiento americano, origen de la mexicanidad. Los criollos novohispanos eran y no eran españoles: eran hijos de españoles pero hablaban, comían y sentían de manera diferente, pues su tierra natal americana no era España. De esa situación surgió en el criollo un espíritu de rebeldía, tan potente, que constituye el impulso de la historia novohispana. Esa rebeldía tenía que encarnar en un hecho determinado y ese hecho fue el criollismo novohispano; sentimiento socio-político que impulsó al hombre novohispano a buscar “su propio ser”. La búsqueda de sí mismo lo llevó a desear diferenciarse de lo español en todos los campos y promovió el sentimiento de su propia grandeza. Así, el criollo, a pesar de haber estado sujeto al gobierno español, alimentó siempre el sentimiento de la grandeza de su tierra americana y luchó por ella.
En el siglo XVII el bachiller Arias de Villalobos cantó con mayor entusiasmo la grandeza de esta tierra, de sus habitantes, de sus atuendos y riquezas, dedicando especiales, barrocos y expresivos elogios a los artistas y las artes novohispanos. En 1604 el poeta Bernardo de Balbuena tituló su famoso poema dedicado a la ciudad de México "Grandeza mexicana" y en él canta que todo en México era grande y famoso; lleva al lector de exageración en exageración -gracias a la libertad poética- y acaba por proponerle que México es "el cielo del mundo". El sentimiento de la grandeza americana había continuado penetrando firmemente el alma de los criollos.
Otra muestra de este abundante acervo literario, ya de mediados del siglo XVIII, es el libro de Manuel de San Vicente, cuyo solo título basta para reforzar estos comentarios: Exacta descripción de la magnífica Corte Mexicana Cabeza del Nuevo Americano Mundo significada por sus escenciales partes, para el bastante conocimiento de su grandeza.
Además como resultado de la búsqueda de su ser, los criollos asumieron como su pasado clásico el antiguo pasado indígena, reforzando fuertemente el anhelo de grandeza.
El criollo fue la clase culta, dedicada al estudio de las humanidades y de las artes. Esta vía de expresión sirvió para expresar su sentimiento de grandeza, tanto en la literatura, como en las artes plásticas, de manera tan intensa que, la suntuosidad y exuberancia del arte barroco mexicano en muy buena medida se vieron impulsadas por ese sentimiento de grandeza, por ese afán de competir con la Madre Patria y de mostrar a la Nueva España, aún más grande y más bella que la primera.
Sistema de castas |
Fuente:
Elisa Vargaslugo, México
Barroco vida y arte, México, 1993, Salvat Editores, pp. 14—23
Nota: Los fragmentos
fueron adaptados con fines didácticos para una mejor y
más directa comprensión de los estudiantes de la clase de Historia.