Comúnmente se denomina al siglo XVIII como el
"siglo de las luces" o como el siglo de la Ilustración,
aunque en rigor podríamos situar a la Ilustración en la segunda
mitad de este siglo. Por Ilustración entenderemos el cambio en la
mentalidad del hombre occidental educado: burgueses y nobles –los
campesinos y artesanos fueron ajenos a la Ilustración–, que se ha
despojado de las ideas religiosas, y los prejuicios, y ha ponderado a
la razón como el medio de tener la certeza de la validez del
conocimiento.
Pero, ¿cómo fue que el pensamiento medieval,
cristiano, evolucionó, hacia el racionalismo del siglo XVIII?
El empuje de la burguesía generará cambios importantes en el mundo medieval, entre otros su exigencia de educación llevará al surgimiento de las universidades (en París, en Salamanca, en Oxford, etc.), lo que traerá como consecuencia un primer renacimiento de la cultura clásica (griega y latina) hacia los siglos XIII y XIV. El redescubrimiento de los clásicos traerá como consecuencia la reinterpretación de los dogmas de la doctrina católica.
El empuje de la burguesía generará cambios importantes en el mundo medieval, entre otros su exigencia de educación llevará al surgimiento de las universidades (en París, en Salamanca, en Oxford, etc.), lo que traerá como consecuencia un primer renacimiento de la cultura clásica (griega y latina) hacia los siglos XIII y XIV. El redescubrimiento de los clásicos traerá como consecuencia la reinterpretación de los dogmas de la doctrina católica.
Si algo caracteriza al hombre moderno del siglo XVII
y XVIII es su actitud de duda, de incertidumbre, ante el
conocimiento. En cambio, el hombre cristiano era un hombre seguro,
sin dudas, que conocía el origen y el fin de la humanidad, y el por
qué de todas las cosas: Dios es la causa inmanente de todas las
cosas, por quien todas las cosas son y hacia quien todas las cosas
van, creía. La verdad de las cosas, se sostenía, estaba en la Biblia y en la
interpretación que daba la Iglesia. Así el cristiano no tenía por qué
buscar la causa de los fenómenos, pues la sabía.
El europeo medieval concebía un universo geocéntrico, con la Tierra –y el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios– en el centro del universo, alrededor de la cual giraban "todos los astros en la misma dirección". Así mismo concebía un mundo plano (que imposibilitaba la navegación mar adentro), dividido en tres continentes (Europa, África y Asia) correspondientes con la idea cristiana de la trinidad. Otras ideas incidían además para que los viajeros no se aventurarán mar adentro: las historias de monstruos marinos y de mundos fantásticos y terroríficos (como el de las antípodas1).
El europeo medieval concebía un universo geocéntrico, con la Tierra –y el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios– en el centro del universo, alrededor de la cual giraban "todos los astros en la misma dirección". Así mismo concebía un mundo plano (que imposibilitaba la navegación mar adentro), dividido en tres continentes (Europa, África y Asia) correspondientes con la idea cristiana de la trinidad. Otras ideas incidían además para que los viajeros no se aventurarán mar adentro: las historias de monstruos marinos y de mundos fantásticos y terroríficos (como el de las antípodas1).
El hombre medieval aceptaba su lugar en la sociedad
sin pretender cambiarlo, pues concebía a esta como una sociedad
establecida por un orden divino que debía acatar sin reproches, afín
al ideal cristiano de soportar la penitencia con la esperanza de
acceder a una vida mejor después de la muerte.
Por lo demás el cristiano medieval suponía a la
humanidad como descendiente de una pareja primigenia (Adán y Eva).
Sin embargo la visión aristotélica y tolemaica del
universo geocéntrico habría de cambiar gracias a la contribución de Nicolás
Copérnico que rescató la teoría heliocéntrica (era el Sol y no la Tierra el centro del universo) expuesta ya por los
antiguos astrónomos como Aristarco de Samos. El sistema copernicano
aclaraba detalladamente algunos problemas que había sin resolver de
los movimientos de los planetas: las órbitas de Mercurio y Venus,
que hacían que estos planetas nunca se alejaran, según se veía
desde la Tierra; y el movimiento en "retroceso"
de Marte, Júpiter y Saturno. Así mismo proponía que la Tierra no
estaba inmóvil, como decía Aristóteles, sino que giraba sobre su
propio eje, lo cual explicaba el fenómeno de la precesión de los
equinoccios y los cambios de las estaciones.
Muerto Copérnico su teoría heliocéntrica fue
perfeccionada por Tycho Brahe, Juan Kepler –que formuló las leyes
del movimiento planetario, las órbitas elípticas de los planetas,
entre ellas–, Galileo que con su telescopio observó que "no
todos los astros giran alrededor de la Tierra", echando abajo la
teoría aristotélica. Y sobre todo Newton que enseñó el
funcionamiento mecánico del universo, "según leyes naturales e
invariables" que denominó fuerza de gravedad.
Newton enseñó que los astros tienen una fuerza de
atracción que hace que los pequeños sean atraídos por los de mayor
masa, pero cuando sus fuerzas de gravedad chocan entre sí se genera la
fricción que hace que unos, los más pequeños, giren alrededor de
otros, los más grandes.
En cuanto a la esfericidad de la Tierra, observación
ya hecha por Eratóstenes en el siglo III a.C., era ya para el siglo
XV en que Colón llega a tierras americanas una creencia extendida y
que acabaría por comprobarse con el primer viaje de circunnavegación
hecho por Fernando de Magallanes y Sebastián Elcano entre 1519 y
1522.
El año de 1453 resulta decisivo para la historia: los turcos toman
Constantinopla, que era el paso al comercio con la India, obligando a
los europeos a buscar la vía marítima a dicho comercio. Los
portugueses se lanzarán entonces a rodear África –el "continente
negro"– llegando al Cabo de la Buena Esperanza en 1493 y
finalmente a la India en 1499, mientras los españoles de la mano
de Colón intentarán navegar mar adentro en línea recta
–suponiendo que la Tierra es redonda– y en el intento llegan a un
continente por ellos desconocido al que después llamarán "América".
El "descubrimiento" de América puso en
crisis la creencia europea de un mundo tripartita, pues apareció un cuarto
continente (posteriormente los europeos llegarán a los legendarios
imperios chino -Catay- y japonés -Cipango- relatados por el genovés
Marco Polo en sus "viajes"), y la del origen de la
humanidad, pues al aparecer era un continente nuevo poblado por personas
no provenientes de Adán y Eva. Quedó claro al menos que había cosas
aún por conocer y que "no todas las explicaciones podían
extraerse de la Biblia y del dogma cristiano".
Contribuyó también al ambiente crítico el
rompimiento de la unidad católica con la Reforma Protestante, que
pedía a sus fieles la lectura e interpretación de la Biblia, con lo
que era necesario alfabetizar a la gente.
Así se configuró el ambiente de duda que hizo
posible el desarrollo ilustrado: la actitud de incertidumbre y la
confianza en el desarrollo de la razón como medio de análisis para
comprender al mundo y a la realidad. Al europeo medieval le
habían dicho que la Tierra se hallaba en el centro del Universo y resultó que
no, que el mundo era tripartita y resultó que no, que todos los
seres humanos descendían de Adán y Eva y resultó que no, que todos
los astros giraban alrededor de la Tierra y resultó que no, que
todas las verdades se hallaban en la Biblia y en la explicación
religiosa y resultó que no. Así el pensamiento occidental se liberó del dogma y se sintió
libre para buscar a través de la razón las verdades de la naturaleza: las "leyes
universales e invariables que todo lo gobiernan".
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