martes, 28 de noviembre de 2017

Sobre el renacimiento de la cultura clásica y el humanismo

Hola, como ayer (grupo 5201) me sacaron de trance durante la clase, hoy les receto diez minutos de la misma para reforzar el conocimiento 😄. Elaboren también un reporte de este clip y entréguenlo junto con los demás.

Fe de erratas: en el minuto 7:55 (aproximadamente) del clip digo que Petrarca le dedicó su Cancionero a Beatriz (que en realidad era la musa de Dante) cuando debí decir Laura, que era su amada.



Descárgalo en podcast.

domingo, 5 de noviembre de 2017

HEREJÍA Y POESÍA (Adaptación)


¿Debe considerarse a los trovadores como creyentes de la Iglesia cátara y como cantores de su herejía? Las presunciones en favor de esta tesis son tan fuertes que convendría volver al problema. ¿Cómo y con qué explicar el lirismo de los trovadores, si se niega que la herejía cátara fuese su fuente?

Otto Rahn no vacila en escribir: "La mayoría de los trovadores eran herejes, todos los cátaros eran trovadores." Tenemos, empero, suficientes y buenas razones para dejar a un lado toda especie de exageración entusiasta.

¿Es acaso por pura coincidencia que los trovadores lo mismo que los cátaros glorifican el amor perpetuamente insatisfecho y elogian –aunque no siempre ejerzan– la virtud y la castidad? ¿Es pura coincidencia que, como los puros, no reciban de su dama sino un beso de iniciación y distingan dos grados en el domnei (el pregaire o plegaria y el entendeire) como se distinguen en la Iglesia de Amor los adeptos y los perfectos? ¿Y que ridiculicen los lazos del casamiento? ¿Que lancen invectivas a los clérigos y a sus aliados feudales? ¿Que vivan con preferencia a la manera errante de los "puros" que van de dos en dos por las carreteras? ¿Y que los patios en que se detienen para cantar y ofrecer su homenaje sean precisamente los patios de los señores herejes?

Muy fácil sería multiplicar esas preguntas. Veamos más bien los argumentos contrarios. No todos los trovadores, se dirá, estuvieron en el campo de la herejía. Algunos acabaron sus días en conventos. Ciertamente, y el propio Folquet de Marsella llegó a unirse a la cruzada de los albigenses. ¡Y, sin embargo, pasó por un traidor, hasta el día en que fue acusado ante el papa Inocencio III de haber causado la muerte de quinientas mil personas! Por otra parte, aun cuando se demostrara, suponiendo que fuera posible en sí, que algunos de los trovadores ignoraban las analogías de su lirismo y del dogma cátaro, no se habría demostrado que el origen de este lirismo fuera cátaro. No se olvide que componían sus coblas y sus sirventes según los cánones de una retórica admirablemente invariable, aprendida durante el invierno en las escuelas llamadas menestrandises (los conservatorios de la época). Se puede concebir una poesía –incluso bellísima–compuesta de lugares comunes que no se sabe de dónde vienen. ¿No es –salvo la belleza– lo más corriente? Y si se dice: estos trovadores no hablan de sus creencias en las poesías que nos quedan, basta recordar que los cátaros prometían, en el momento de la iniciación, no traicionar jamás su fe, cualquiera que fuera la muerte que los amenazara. Es así como en los registros de la Inquisición no se halla referencia de una sola confesión que concierna a la minesola, suprema iniciación de los "puros".

¿Puede un caballero estar casado y al mismo tiempo ser fiel a su dama? La frecuencia misma de esta pregunta es algo que nos hace reflexionar si pensamos en todos los trovadores que tenían que sufrir un aparente "matrimonio" con la Iglesia de Roma, que servían como clérigos, mientras que, con su "pensamiento", servían a otra dama: la Iglesia de Amor [La Iglesia Cátara].

¿Abjuraron algunos de la herejía sin dejar de "trovar"? ¡Evidentemente! Del mismo modo que un convertido a la reciente poesía dedica a la Virgen imágenes que había inventado para otros. ¿Peire de Auvergne hizo penitencia? Prueba de más de que fue hereje.

Lo que, en fin, debe desorientar es un esoterismo de cuya existencia no se puede dudar hoy. "Hubo desde la mitad del siglo XII (y este fenómeno en esta época es singularmente curioso) una escuela del trovar clus cuya ambición era la de esconder el pensamiento bajo expresiones ambiguas" (Jeanroy). ¿Es verdaderamente "curiosa" esta creencia en una época en que precisamente la Iglesia de Roma preparaba su cruzada y su Inquisición?

Vayamos, empero, a los textos y considerémoslos en la purísima desnudez y transparencia de su retórica adamantina.

Tema de la muerte que se prefiere a los dones del mundo:

Más me conviene morir
que de mala alegría gozar
porque alegría que vilmente se alimenta
no tiene poder ni derecho para gustarme tanto.

Así canta Aimeric de Belenoi. La "mala alegría" es la que lo curaría de su deseo si precisamente el amor sin fin no fuese el mal que ama, la joy d'amor, el delirio que prevalece:

... En verdad, este loco deseo
me matará, tanto si me quedo como si voy por los caminos
puesto que la que puede curarme no me compadece.
...y este deseo
prevalece –aunque hecho en el delirio
sobre todos los demás...

¿No exigía acaso la doctrina que se acabara con la vida? "Y no por cansancio ni por miedo al dolor sino en un estado de perfecto desapego de la materia."

He ahí el tema de la separación, el leitmotiv de todo el amor cortesano:

¡Dios mío! ¿Cómo puede ser
que cuanto más lejana más la deseo?

Y he ahí a Guiraut de Bornheil que dirige sus oraciones a la verdadera luz que ha de reunirlo con sus "camaradas" de camino y de pruebas en el mundo (¿acaso el espíritu y el cuerpo?, recordemos sin embargo la costumbre de los misioneros de andar de dos en dos):

Rey glorioso, luz y claridad verdaderas,
Dios poderoso, Señor, si os agrada
reciba ayuda y bienvenida mi fiel compañero
porque no lo he visto desde que vino la noche
y pronto vendrá el alba.

Bueno y dulce compañero, tan rica es la morada
que jamás quiero ver ni alba ni día
porque la más bella hija de madre nacida
tengo entre mis brazos y ya no me preocupo.
ni de celos ni de alba.

Pero esta "bella dama que siempre dice que no" ¿quién es?, ¿mujer o símbolo? ¿Por qué todos coinciden en jurar que jamás traicionarán el secreto de su gran pasión como si se tratara de una fe y aun de una fe iniciadora?

Renunciad, yo os lo digo, en nombre del amor y en mi nombre,
renunciad, pérfidos delatores, sabios en todas las villanías, a
preguntar quién es ella y cuál es su país, si está lejos o cerca,
porque os lo esconderé siempre. Moriré antes que caer en una
sola palabra...

¿Cuál es la "dama" que merece este sacrificio? O este grito de Guillaume de Poitiers:

¡Sólo por ella me salvaré!

Si se tratara solamente de figuras retóricas, ¿de qué espíritu nacieron? ¿Qué amor fue su idea platónica?

Este amor, este principio femenino (amor en provenzal es del género femenino) ¿no es acaso la Divinidad en sí de los grandes místicos heterodoxos, el Dios anterior a la Trinidad de que hablan la gnosis y el Maestro Eckhart?

Leamos pues este cántico de Peire de Rogiers:

Áspero tormento he de sufrir
por añoranza tan grande que tengo de ella
mi corazón no debe deshacerse de ella,
y jamás alegría, ni dulce, ni buena,
puedo entrever en mí promesa alguna:
cien alegrías tuviera por proezas
que de nada me servirían, sólo a ella sé querer.

Y este grito de Bernard de Ventadour:

Me ha tomado mi corazón, me ha tomado a mí mismo, y después, ella misma se me ha escapado, y sólo ha dejado mi deseo y mi corazón sediento.

Y Arnaut Daniel:

No quiero ni el imperio de Roma, ni ser nombrado su Papa (con razón), si no puedo volver hacia aquella por quien mi corazón se inflama y se rompe. Pero si no cura mi tormento con un beso (consolamentum) antes del año nuevo, me destruye y se condena.

La petulancia meridional viene a enmascarar, al fin del poema, el sentido demasiado grave de esta oposición de las iglesias:

Soy Arnaut, el que amontona los vientos, que caza las liebres ayudado por un buey y que nada contra la corriente.

La Iglesia de Roma sabía muy bien lo que todavía muchos sabios se obstinan en no comprender. Comprendió toda la amplitud del peligro en que la herejía la precipitaba. Hubo la famosa Cruzada, la Inquisición dominicana. Pero esta represión por la fuerza no bastaba para la tarea de extirpar las raíces vivas, puras e impuras, de la revuelta.

El clero tuvo la sabiduría de oponer al culto simbólico de la mujer una creencia "ortodoxa" que respondía al mismo deseo. De ahí, desde mediados del siglo XII, la multitud de tentativas para instituir un culto de la Virgen. La "dama de los pensamientos " del hereje era sustituida por "Nuestra Señora". En 1140, en Lyon, los canónigos establecen una fiesta de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora. Y las órdenes monásticas, que aparecieron por aquel entonces, eran réplicas a las órdenes de caballería (el monje es el "caballero de María"). De nada sirvieron las protestas de San Bernardo de Clairvaux "contra esta nueva fiesta que la razón no aprueba, que la tradición no autoriza..." y que Santo Tomás escribiera, cien años más tarde: "Si María hubiera sido concebida sin pecado no habría tenido necesidad de ser redimida por Jesucristo." El culto de la Virgen respondía a una necesidad de orden vital para la Iglesia amenazada. El papado, varios siglos más tarde, no tuvo más remedio que sancionar un sentimiento que no había esperado al dogma para triunfar en todas las artes.

Fuente: Denis de Rougemont, Amor y Occidente, México, 1993, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, (Col. Cien del Mundo) pp. 87-93


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Músicos transhumantes y juglares

En el número 25 de la revista Algarabía, de 2006 apareció el siguiente artículo sobre los juglares medievales. Si bien no hace mención de malabaristas, actores, sacamuelas, pregoneros, merolicos, buhoneros, saltimbanquis, charlatanes y vendedores de pociones curativas. Todos ellos transhumantes juglares que amenizaban las plazas públicas y que eran, sin duda, los "artistas" medievales, el artículo no tiene desperdicio y nos hace reflexionar sobre los músicos-informadores medievales.

Aquí la liga a la página de Algarabía para que lean en artículo:

Músicos transhumantes

Cátaros. La fe que desafió al papado



Su doctrina de perfección espiritual se extendió por buena parte del sur de Francia, lo que alarmó a una Iglesia católica que veía amenazado su poder. Con el fin de atajar lo que consideró una herejía, el pontificado promovió una cruzada sangrienta. Tras varios años de encarnizadas luchas, la caída del castillo de Montségur marcó el fin de las matanzas y el inicio de la leyenda.

Fernando Martínez Laínez, periodista y escritor

A principios del siglo XIII, el Occidente cristiano se vio convulsionado por una cruzada de exterminio, emprendida por el papado y los reyes de Francia, contra un nuevo movimiento religioso cuyos creyentes se hacían llamar cátaros (en griego, puros). Los cátaros se extendieron por el sur y el sudeste de Francia, el norte de Italia, partes de Alemania, Cataluña y Aragón, donde formaron comunas e iglesias contando con el favor de los nobles y la burguesía de esos territorios. Fue, sin embargo, en el condado de Toulouse donde adquirieron mayor implantación, y desde allí se extendieron por el Languedoc, la Provenza, Lombardía y los Pirineos orientales.

Toulouse era por entonces una de las ciudades más importantes de Europa. Los condes que la gobernaban llevaban también el título de duques de Narbona, y tenían como vasallos a los vizcondes de Carcasona, Béziers y Albi y a los condes de Comminges y de Foix. Pero lo más importante políticamente para esta amalgama de territorios era que formaban una especie de ámbito político soberano, con ciudades prósperas, donde no llegaba el poder del rey de Francia. Sus nobles intentarían mantener así la situación, y por ello en determinados momentos secundaron la causa de los cátaros, en la que tanto los monarcas franceses como el papado pretendían intervenir a cualquier precio.

Alarma en Roma -La aparición del catarismo en el condado de Toulouse hacia el año 1000 alarmó pronto a la Iglesia católica de Roma. Sus sacerdotes eran desplazados en la aceptación popular por los bons homes (buenos hombres), como se los denominaba. Su voz y su prestigio iban en aumento, y en algunos lugares los clérigos incluso cesaron en su actividad al comprobar que nadie les prestaba atención. A mediados del siglo XII, la Iglesia romana, viendo sus dogmas fundacionales negados y su autoridad social agrietada, envió al Languedoc a Bernardo de Claraval, el gran predicador e impulsor de la orden del Císter, para reconvertir a los fieles "descarriados". Pocos le escucharon. El intento resultó un fracaso.

Dos decenios más tarde el papa Alejandro III organizó el Concilio de Tours, que condenó "la abominable herejía surgida en el país de Toulouse, desde donde [se había] extendido a Gascuña y demás provincias cercanas". Hubo una tentativa de entendimiento auspiciada por el obispo de Albi poco después. Fue una reunión entre católicos y bons homes que terminó en gritos e insultos.

A principios del siglo XIII, el nuevo papa, Inocencio III, decidido a combatir la "herejía" cátara, designó como legado suyo en el condado de Toulouse a Pierre de Castelnau. Éste contaba con la ayuda de Arnaud Amalric, abad de la orden del Císter, y del español Domingo de Guzmán, fundador de la orden dominica. Castelnau, que observaba con malos ojos la simpatía y protección que Raymond VI, conde de Toulouse, concedía a los bons homes, le excomulgó por orden del Papa, un castigo que llevaba aparejada la confiscación de todos sus bienes y el despojo de sus tierras.

El conde, viéndose perdido, aceptó someterse a Roma y hacer penitencia, pero al día siguiente de serle notificada la excomunión el legado papal fue asesinado por un misterioso jinete mientras se encontraba en la orilla del Ródano esperando una barca. De inmediato corrió la voz de que el responsable de la muerte era un sirviente del conde o un cátaro, y el Papa aprovechó la ocasión para proclamar "mártir" a su enviado y convocar la cruzada contra los "herejes".

En todas las iglesias católicas tronaron arengas incendiarias contra ellos. Obispos y sacerdotes se movilizaron, y tanto los cistercienses como los dominicos exhortaron a la grey a empuñar las armas. Arnaud Amalric fue nombrado "generalísimo" del ejército cruzado, y a sus integrantes se les prometió el perdón de todos sus pecados y una parte de las tierras y los bienes arrebatados al enemigo.

El conde Raymond VI, que disponía de muy escaso ejército, tuvo que rendirse ante la amenaza de los guerreros cruzados y decidió sufrir la penitencia pública que le había sido impuesta. El nuevo legado papal, Milton, le hizo azotar hasta hacerle sangrar ante tres arzobispos y más de veinte obispos. El conde tuvo que jurar fidelidad a la Iglesia de Roma, pero desconcertó a las jerarquías católicas cuando se ofreció como cruzado en la empresa contra los herejes. Eso suponía la recuperación de todas sus propiedades y, por consiguiente, del condado de Toulouse, que seguiría de facto independiente de Francia. El Papa fingió aceptar, pero ordenó a sus adeptos que vigilaran estrechamente al conde. "Simulad que sois sus amigos, a la espera de que cometa un error que os permita destruirle", aconsejaba en una carta.

Cruzada en marcha -En Lyon se congregó un gran ejército de cruzados atraídos por la promesa de salvación eterna y la codicia del saqueo. Tomaron la ruta que seguía el curso del Ródano hasta caer sobre Occitania. Tras destruir unas cuantas ciudades y ocupar Montpellier, pusieron sitio a Béziers, que se aprestó a la defensa. "Borraré de la faz de la tierra esa ciudad. No quedará de ella ni una sola piedra", juró Arnaud Amalric. El día siguiente el ejército cruzado se lanzó al asalto. Pese a las bajas, logró romper las murallas y entrar en la ciudad, que fue incendiada y entregada al pillaje, y sus habitantes (algunas fuentes hablan de casi veinte mil) masacrados. Niños, mujeres, ancianos y enfermos fueron pasados a cuchillo. Cuando los soldados preguntaron a Amalric cómo distinguir a los católicos de los herejes en el tumulto de aquella degollina, el abad del Císter no lo dudó: "Matadlos a todos –dijo–, y Dios ya reconocerá a los suyos".

La matanza de Béziers sembró el pánico en Occitania, y Narbona se rindió en cuanto vio aproximarse al ejército cruzado, pero en Carcasona, el vizconde de la ciudad, Raymond Trencavel, se aprestó a la resistencia. Entonces, tras un primer asalto fracasado, apareció en el campamento católico el rey Pedro II de Aragón, conocido como Pedro el Católico, vencedor en las Navas de Tolosa y considerado un héroe de la cristiandad. No venía a unirse a la cruzada, sino a hacer de intermediario entre el ejército cruzado y su cuñado, el vizconde Trencavel. Pero el abad Amalric –que pronto fue ascendido a obispo– sólo accedió a dejar salir de Carcasona al vizconde con doce acompañantes a condición de que la ciudad se rindiera.

El rey de Aragón debió de retirarse bastante humillado con el incidente. Carcasona fue asaltada. Mientras buena parte de la población escapaba de la ciudad por unos túneles secretos, el vizconde se rindió con cien de sus caballeros para dar tiempo a la huida general. Hecho prisionero y cubierto de cadenas, Trencavel falleció en prisión poco más tarde, casi con seguridad envenenado.

Siguen los asedios -Tomada Carcasona, muchos cruzados se licenciaron, llevándose el producto de su rapiña, aunque antes tuvieron que dejar buena parte de su botín a la Iglesia. Los que se marcharon fueron sustituidos por otros, en su mayor parte mercenarios y gentes de baja condición.

Muerto el vizconde Trencavel, Amalric ofreció sus tierras y títulos a Simón de Montfort, conde de Leicester, un experto guerrero, codicioso, sanguinario y sin escrúpulos, que ya contaba con enormes posesiones en Inglaterra y el norte de Francia y que prometió a los cruzados no quitarles ni una moneda del pillaje que obtuvieran en los saqueos.

Entretanto, el papa Inocencio III lanzó un ultimátum al conde Raymond VI de Toulouse. Si quería conservar la vida debía arrasar todas sus fortalezas, licenciar a su ejército y vivir pobre y desterrado con su familia. Eran condiciones inaceptables, y cuando el conde las rechazó, las tropas de los cruzados volvieron a ponerse en marcha y asediaron Termes. La ciudad aguantó varios meses, pero la sed y la disentería terminaron con la resistencia. Centenares de supervivientes que no lograron escapar acabaron en las hogueras.

Poco después fue sitiada la ciudad de Lavaur, gobernada por una viuda, Donna Geralda, creyente cátara que sólo disponía de unas docenas de guerreros. A pesar de la feroz resistencia, Lavaur cayó dos meses más tarde. Los defensores fueron colgados de las almenas o degollados, y a Donna Geralda, embarazada de ocho meses, la sacaron desnuda de la ciudad y murió lapidada.

Derrota en Muret -Los cruzados prosiguieron su avance, quemando y destruyendo cuanto encontraban a su paso, pero ante las murallas de Toulouse sufrieron una tremenda derrota frente a las tropas mandadas por Raymond VI, Gastón de Bearn y el conde de Foix. Mientras tanto, el monarca aragonés Pedro II, alarmado al ver a los ejércitos franceses en la frontera de su reino, se sintió obligado a prestar protección a su consuegro y vasallo Raymond VI, ya que su hija Sancha estaba casada con el hijo del conde. El rey de Aragón escribió al Papa para que cesara el asedio a Toulouse. Inocencio III le contestó recordándole que retirase su apoyo al conde Raymond VI, que estaba excomulgado y privado de todos sus títulos. "En caso de que no atendieras mis órdenes –amenazaba el Papa–, me vería obligado a someterte al castigo que se merece un hereje."

Pero Pedro II no se dejó asustar. Con un ejército de 1,000 caballeros y 50,000 soldados de a pie se presentó en Toulouse, donde fue vitoreado con entusiasmo. Muchos de los jefes defensores de la ciudad eran partidarios de hostigar y atraer al ejército cruzado a una trampa en lugar fortificado, donde quedaría encerrado y podría ser vencido. Contra este criterio, Pedro II, apoyado por el conde de Foix, optó por la batalla campal, lanza contra lanza, en la llanura abierta de Muret, seguro de su fuerza.

Sin embargo, Simón de Montfort fue más astuto, y encomendó a una partida de sus guerreros que buscaran al rey de Aragón en cuanto comenzara la batalla para darle muerte. Lo consiguieron, y Pedro II, acosado por un tropel de enemigos, fue derribado del caballo y abatido. Enseguida corrió la voz de que el Rey había muerto y la confusión cundió en las filas aragonesas. Los cruzados empujaron a los restos del ejército de Toulouse hasta las orillas del Garona, en cuyas aguas perecieron ahogados miles de combatientes. Sólo se salvaron Raymond VI, su hijo y unos pocos soldados, que lograron escapar refugiándose en tierras de Provenza.

La derrota de Muret truncó las esperanzas cátaras de conseguir una victoria militar sobre los cruzados, pero la guerra continuó. El enfrentamiento de los dos jefes de la cruzada, Simón de Montfort y Arnaud de Amalric, provocó el desconcierto en las filas católicas, y el rey de Francia, Felipe Augusto, decidió retirar el grueso de sus tropas. Mientras tanto, en Marsella, el fugitivo Raymond VI reorganizó un nuevo ejército, y su hijo Raymond VII consiguió cercar a Simón de Montfort en Beucaire.

Montfort pudo escapar y trató de hacerse fuerte en Toulouse, donde no consiguió entrar porque las gentes de la región se sublevaron. Aun así, logró conquistar uno de los arrabales de la ciudad, pero en un momento en que se dirigía a misa, una gran piedra –lanzada desde una catapulta manejada por mujeres– le reventó la cabeza. En todo Toulouse hubo júbilo general por su muerte, y Raymond VII recuperó el condado para los cátaros, siendo acogido con el mismo entusiasmo que despertó su padre, Raymond VI.

El principio del fin -La aparente tregua permitió el resurgir del catarismo. Los "herejes" fundaron nuevos talleres comunales, conventos y hospederías, pero las tropas del rey francés siguieron arrasando Occitania mediante lo que se ha llamado "la guerra singular", una táctica de sabotajes masivos.

Las cosechas y las aldeas eran quemadas, los puentes destruidos y el ganado envenenado. Finalmente, para evitar penalidades a sus súbditos, el conde de Tolouse firmó en 1229 el Tratado de Meaux-París, que ponía fin a la cruzada, pero que acababa con seis siglos de independencia de la tierra de Oc. En adelante, estos dominios quedarían anexionados a la Corona francesa.

El tratado no supuso el término de la represión a los cátaros, que se defendieron hostigando al ejército del rey de Francia, pero el bando católico dio un nuevo giro a la contienda religiosa creando, bajo el papado de Gregorio IX la Inquisición. Las delaciones, las hogueras y las torturas volvieron a caer como una maldición sobre Occitania. Los bons homes tuvieron que pasar a la clandestinidad, salvo en dos reductos en que la Inquisición no se atrevió a entrar. Uno era Fenouilléde, en la frontera con Cataluña, donde los "herejes" mantuvieron continuas guerrillas, y otro el castillo de Montségur, construido sobre un pico rocoso, el último refugio espiritual de la Iglesia cátara, donde vivía un gran número de los denominados "perfectos" y "perfectas".

El monarca francés Luis IX (San Luis) no cejó en su obsesión de erradicar la doctrina cátara, y los occitanos se agruparon de nuevo bajo las banderas de Raymond Trencavel el joven (hijo del vizconde muerto en prisión) y de Raymond VII de Toulouse, que contaban, con el apoyo (más teórico que real) de Navarra, Aragón y Castilla.

Animados por el deseo de venganza a causa de la continua persecución que sufrían, los cátaros llevaron a cabo la matanza de Avignonet, en la que perecieron los inquisidores Guillaume Arnaud y Etienne de Saint Thibéry, con más de setenta hombres de su séquito. Éste fue uno de los últimos episodios de la nueva rebelión cátara, porque el ejército francés católico siguió obteniendo victorias hasta derrotar a las tropas de Raymond VII, quien tuvo que entregar el condado de Toulouse. Se inició por entonces el asedio al castillo de Montségur, donde unos quinientos defensores con sus familias y cerca de doscientos "perfectos" y "perfectas" hicieron frente a un ejército de 20,000 sitiadores.

En menos de un año cayó Montségur. Los poco más de doscientos supervivientes fueron encadenados y quemados vivos en las llamas de una gran hoguera. Ahí acabó la Iglesia cátara en Occitania. Los fieles que aún seguían con vida fueron perseguidos como alimañas y buscaron refugio en las cuevas de los Pirineos, en Lombardía o en el norte de España, donde prosiguieron su imposible sueño y entraron, con el paso de los tiempos, en el ámbito de la leyenda.

Fuente: Fernando Martínez Laínez, “Cátaros. La fe que desafió al papado”, en revista Historia y Vida, No. 434. Mayo 2004. Barcelona, pp. 64-73.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Corrupción en el sexenio de López Portillo

Una de las características del sistema durante el sexenio de José López Portillo (1976-1982) fue la corrupción y el nepotismo y una muestra de ello fue el ascenso de Arturo Durazo en la Dirección General de Policía y Tránsito, que le proveyó de impunidad, así como de una posición de poder desde la cual enriquecerse ilícitamente, como vemos en el documental "Verdaderamente Durazo". El escándalo de la corrupción del "Negro" motivó películas, revistas y canciones (como la de "El negro Africano", popularizada por la Sonora Dinamita). Aquí les comparto un fascículo de la historieta "Las Picardías del Negro Durazo", que encontré en alguna tienda de revistas atrasadas. Léanla y espero su reporte escrito.

Picardías del Negro Durazo No. 72



Aquí el documental "Verdaderamente Durazo":