¿Debe
considerarse a los trovadores como creyentes de la Iglesia cátara y
como cantores de su herejía? Las presunciones en favor de esta tesis
son tan fuertes que convendría volver al problema. ¿Cómo y con qué
explicar el lirismo de los trovadores, si se niega que la herejía
cátara fuese su fuente?
Otto
Rahn no vacila en escribir: "La mayoría de los trovadores eran
herejes, todos los cátaros eran trovadores." Tenemos, empero,
suficientes y buenas razones para dejar a un lado toda especie de
exageración entusiasta.
¿Es
acaso por pura coincidencia que los trovadores lo mismo que los
cátaros glorifican el amor perpetuamente insatisfecho y elogian
–aunque no siempre ejerzan– la virtud y la castidad? ¿Es pura
coincidencia que, como los puros, no reciban de su dama sino un beso
de iniciación y distingan dos grados en el domnei (el
pregaire o plegaria y el entendeire) como se distinguen
en la Iglesia de Amor los adeptos y los perfectos? ¿Y que
ridiculicen los lazos del casamiento? ¿Que lancen invectivas a los
clérigos y a sus aliados feudales? ¿Que vivan con preferencia a la
manera errante de los "puros" que van de dos en dos por las
carreteras? ¿Y que los patios en que se detienen para cantar y
ofrecer su homenaje sean precisamente los patios de los señores
herejes?
Muy
fácil sería multiplicar esas preguntas. Veamos más bien los
argumentos contrarios. No todos los trovadores, se dirá, estuvieron
en el campo de la herejía. Algunos acabaron sus días en conventos.
Ciertamente, y el propio Folquet de Marsella llegó a unirse a la
cruzada de los albigenses. ¡Y, sin embargo, pasó por un traidor,
hasta el día en que fue acusado ante el papa Inocencio III de haber
causado la muerte de quinientas mil personas! Por otra parte, aun
cuando se demostrara, suponiendo que fuera posible en sí, que
algunos de los trovadores ignoraban las analogías de su lirismo y
del dogma cátaro, no se habría demostrado que el origen de este
lirismo fuera cátaro. No se olvide que componían sus coblas y
sus sirventes según los cánones de una retórica admirablemente
invariable, aprendida durante el invierno en las escuelas llamadas
menestrandises (los conservatorios de la época). Se puede
concebir una poesía –incluso bellísima–compuesta de lugares
comunes que no se sabe de dónde vienen. ¿No es –salvo la belleza–
lo más corriente? Y si se dice: estos trovadores no hablan de sus
creencias en las poesías que nos quedan, basta recordar que los
cátaros prometían, en el momento de la iniciación, no traicionar
jamás su fe, cualquiera que fuera la muerte que los amenazara. Es
así como en los registros de la Inquisición no se halla referencia
de una sola confesión que concierna a la minesola, suprema
iniciación de los "puros".
¿Puede
un caballero estar casado y al mismo tiempo ser fiel a su dama? La
frecuencia misma de esta pregunta es algo que nos hace reflexionar si
pensamos en todos los trovadores que tenían que sufrir un aparente
"matrimonio" con la Iglesia de Roma, que servían como
clérigos, mientras que, con su "pensamiento", servían a
otra dama: la Iglesia de Amor [La Iglesia Cátara].
¿Abjuraron
algunos de la herejía sin dejar de "trovar"?
¡Evidentemente! Del mismo modo que un convertido a la reciente
poesía dedica a la Virgen imágenes que había inventado para otros.
¿Peire de Auvergne hizo penitencia? Prueba de más de que fue
hereje.
Lo
que, en fin, debe desorientar es un esoterismo de cuya
existencia no se puede dudar hoy. "Hubo desde la mitad del siglo
XII (y este fenómeno en esta época es singularmente curioso)
una escuela del trovar clus cuya ambición era la de esconder
el pensamiento bajo expresiones ambiguas" (Jeanroy). ¿Es
verdaderamente "curiosa" esta creencia en una época en que
precisamente la Iglesia de Roma preparaba su cruzada y su
Inquisición?
Vayamos,
empero, a los textos y considerémoslos en la purísima desnudez y
transparencia de su retórica adamantina.
Tema
de la muerte que se prefiere a los dones del mundo:
Más
me conviene morir
que
de mala alegría gozar
porque
alegría que vilmente se alimenta
no
tiene poder ni derecho para gustarme tanto.
Así
canta Aimeric de Belenoi. La "mala alegría" es la que lo
curaría de su deseo si precisamente el amor sin fin no fuese el mal
que ama, la joy d'amor, el delirio que prevalece:
...
En verdad, este loco deseo
me
matará, tanto si me quedo como si voy por los caminos
puesto
que la que puede curarme no me compadece.
...y
este deseo
prevalece
–aunque hecho en el delirio
sobre
todos los demás...
¿No
exigía acaso la doctrina que se acabara con la vida? "Y no por
cansancio ni por miedo al dolor sino en un estado de perfecto
desapego de la materia."
He
ahí el tema de la separación, el leitmotiv de todo el amor
cortesano:
¡Dios
mío! ¿Cómo puede ser
que
cuanto más lejana más la deseo?
Y
he ahí a Guiraut de Bornheil que dirige sus oraciones a la verdadera
luz
que ha de reunirlo con sus "camaradas" de camino y de
pruebas en el mundo (¿acaso el espíritu y el cuerpo?,
recordemos sin embargo la costumbre de los misioneros de andar de dos
en dos):
Rey
glorioso, luz y claridad verdaderas,
Dios
poderoso, Señor, si os agrada
reciba
ayuda y bienvenida mi fiel compañero
porque
no lo he visto desde que vino la noche
y
pronto vendrá el alba.
Bueno
y dulce compañero, tan rica es la morada
que
jamás quiero ver ni alba ni día
porque
la más bella hija de madre nacida
tengo
entre mis brazos y ya no me preocupo.
ni
de celos ni de alba.
Pero
esta "bella dama que siempre dice que no" ¿quién es?,
¿mujer o símbolo? ¿Por qué todos coinciden en jurar que jamás
traicionarán el secreto de su gran pasión como si se tratara
de una fe y aun de una fe iniciadora?
Renunciad,
yo os lo digo, en nombre del amor y en mi nombre,
renunciad,
pérfidos delatores, sabios en todas las villanías, a
preguntar
quién es ella y cuál es su país, si está lejos o cerca,
porque
os lo esconderé siempre. Moriré antes que caer en una
sola
palabra...
¿Cuál
es la "dama" que merece este sacrificio? O este grito de
Guillaume de Poitiers:
¡Sólo
por ella me salvaré!
Si
se tratara solamente de figuras retóricas, ¿de qué espíritu
nacieron? ¿Qué amor fue su idea platónica?
Este
amor, este principio femenino (amor en provenzal es del género
femenino) ¿no es acaso la Divinidad en sí de los grandes místicos
heterodoxos, el Dios anterior a la Trinidad de que hablan la gnosis y
el Maestro Eckhart?
Leamos
pues este cántico de Peire de Rogiers:
Áspero
tormento he de sufrir
por
añoranza tan grande que tengo de ella
mi
corazón no debe deshacerse de ella,
y
jamás alegría, ni dulce, ni buena,
puedo
entrever en mí promesa alguna:
cien
alegrías tuviera por proezas
que
de nada me servirían, sólo a ella sé querer.
Y
este grito de Bernard de Ventadour:
Me
ha tomado mi corazón, me ha tomado a mí mismo, y después, ella
misma se me ha escapado, y sólo ha dejado mi deseo y mi corazón
sediento.
Y
Arnaut Daniel:
No
quiero ni el imperio de Roma, ni ser nombrado su Papa (con razón),
si no puedo volver hacia aquella por quien mi corazón se inflama y
se rompe. Pero si no cura mi tormento con un beso (consolamentum)
antes del año nuevo, me destruye y se condena.
La
petulancia meridional viene a enmascarar, al fin del poema, el
sentido demasiado grave de esta oposición de las iglesias:
Soy
Arnaut, el que amontona los vientos, que caza las liebres ayudado por
un buey y que nada contra la corriente.
La
Iglesia de Roma sabía muy bien lo que todavía muchos sabios se
obstinan en no comprender. Comprendió toda la amplitud del peligro
en que la herejía la precipitaba. Hubo la famosa Cruzada, la
Inquisición dominicana. Pero esta represión por la fuerza no
bastaba para la tarea de extirpar las raíces vivas, puras e impuras,
de la revuelta.
El
clero tuvo la sabiduría de oponer al culto simbólico de la mujer
una creencia "ortodoxa" que respondía al mismo deseo. De
ahí, desde mediados del siglo XII, la multitud de tentativas
para instituir un culto de la Virgen. La "dama de los
pensamientos " del hereje era sustituida por "Nuestra
Señora". En 1140, en Lyon, los canónigos establecen una
fiesta de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora. Y las órdenes
monásticas, que aparecieron por aquel entonces, eran réplicas a las
órdenes de caballería (el monje es el "caballero de María").
De nada sirvieron las protestas de San Bernardo de Clairvaux "contra
esta nueva fiesta que la razón no aprueba, que la tradición no
autoriza..." y que Santo Tomás escribiera, cien años más
tarde: "Si María hubiera sido concebida sin pecado no habría
tenido necesidad de ser redimida por Jesucristo." El culto de la
Virgen respondía a una necesidad de orden vital para la Iglesia
amenazada. El papado, varios siglos más tarde, no tuvo más remedio
que sancionar un sentimiento que no había esperado al dogma para
triunfar en todas las artes.
Fuente:
Denis de Rougemont, Amor y Occidente, México, 1993, Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes, (Col. Cien del Mundo) pp. 87-93
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