domingo, 5 de noviembre de 2017

HEREJÍA Y POESÍA (Adaptación)


¿Debe considerarse a los trovadores como creyentes de la Iglesia cátara y como cantores de su herejía? Las presunciones en favor de esta tesis son tan fuertes que convendría volver al problema. ¿Cómo y con qué explicar el lirismo de los trovadores, si se niega que la herejía cátara fuese su fuente?

Otto Rahn no vacila en escribir: "La mayoría de los trovadores eran herejes, todos los cátaros eran trovadores." Tenemos, empero, suficientes y buenas razones para dejar a un lado toda especie de exageración entusiasta.

¿Es acaso por pura coincidencia que los trovadores lo mismo que los cátaros glorifican el amor perpetuamente insatisfecho y elogian –aunque no siempre ejerzan– la virtud y la castidad? ¿Es pura coincidencia que, como los puros, no reciban de su dama sino un beso de iniciación y distingan dos grados en el domnei (el pregaire o plegaria y el entendeire) como se distinguen en la Iglesia de Amor los adeptos y los perfectos? ¿Y que ridiculicen los lazos del casamiento? ¿Que lancen invectivas a los clérigos y a sus aliados feudales? ¿Que vivan con preferencia a la manera errante de los "puros" que van de dos en dos por las carreteras? ¿Y que los patios en que se detienen para cantar y ofrecer su homenaje sean precisamente los patios de los señores herejes?

Muy fácil sería multiplicar esas preguntas. Veamos más bien los argumentos contrarios. No todos los trovadores, se dirá, estuvieron en el campo de la herejía. Algunos acabaron sus días en conventos. Ciertamente, y el propio Folquet de Marsella llegó a unirse a la cruzada de los albigenses. ¡Y, sin embargo, pasó por un traidor, hasta el día en que fue acusado ante el papa Inocencio III de haber causado la muerte de quinientas mil personas! Por otra parte, aun cuando se demostrara, suponiendo que fuera posible en sí, que algunos de los trovadores ignoraban las analogías de su lirismo y del dogma cátaro, no se habría demostrado que el origen de este lirismo fuera cátaro. No se olvide que componían sus coblas y sus sirventes según los cánones de una retórica admirablemente invariable, aprendida durante el invierno en las escuelas llamadas menestrandises (los conservatorios de la época). Se puede concebir una poesía –incluso bellísima–compuesta de lugares comunes que no se sabe de dónde vienen. ¿No es –salvo la belleza– lo más corriente? Y si se dice: estos trovadores no hablan de sus creencias en las poesías que nos quedan, basta recordar que los cátaros prometían, en el momento de la iniciación, no traicionar jamás su fe, cualquiera que fuera la muerte que los amenazara. Es así como en los registros de la Inquisición no se halla referencia de una sola confesión que concierna a la minesola, suprema iniciación de los "puros".

¿Puede un caballero estar casado y al mismo tiempo ser fiel a su dama? La frecuencia misma de esta pregunta es algo que nos hace reflexionar si pensamos en todos los trovadores que tenían que sufrir un aparente "matrimonio" con la Iglesia de Roma, que servían como clérigos, mientras que, con su "pensamiento", servían a otra dama: la Iglesia de Amor [La Iglesia Cátara].

¿Abjuraron algunos de la herejía sin dejar de "trovar"? ¡Evidentemente! Del mismo modo que un convertido a la reciente poesía dedica a la Virgen imágenes que había inventado para otros. ¿Peire de Auvergne hizo penitencia? Prueba de más de que fue hereje.

Lo que, en fin, debe desorientar es un esoterismo de cuya existencia no se puede dudar hoy. "Hubo desde la mitad del siglo XII (y este fenómeno en esta época es singularmente curioso) una escuela del trovar clus cuya ambición era la de esconder el pensamiento bajo expresiones ambiguas" (Jeanroy). ¿Es verdaderamente "curiosa" esta creencia en una época en que precisamente la Iglesia de Roma preparaba su cruzada y su Inquisición?

Vayamos, empero, a los textos y considerémoslos en la purísima desnudez y transparencia de su retórica adamantina.

Tema de la muerte que se prefiere a los dones del mundo:

Más me conviene morir
que de mala alegría gozar
porque alegría que vilmente se alimenta
no tiene poder ni derecho para gustarme tanto.

Así canta Aimeric de Belenoi. La "mala alegría" es la que lo curaría de su deseo si precisamente el amor sin fin no fuese el mal que ama, la joy d'amor, el delirio que prevalece:

... En verdad, este loco deseo
me matará, tanto si me quedo como si voy por los caminos
puesto que la que puede curarme no me compadece.
...y este deseo
prevalece –aunque hecho en el delirio
sobre todos los demás...

¿No exigía acaso la doctrina que se acabara con la vida? "Y no por cansancio ni por miedo al dolor sino en un estado de perfecto desapego de la materia."

He ahí el tema de la separación, el leitmotiv de todo el amor cortesano:

¡Dios mío! ¿Cómo puede ser
que cuanto más lejana más la deseo?

Y he ahí a Guiraut de Bornheil que dirige sus oraciones a la verdadera luz que ha de reunirlo con sus "camaradas" de camino y de pruebas en el mundo (¿acaso el espíritu y el cuerpo?, recordemos sin embargo la costumbre de los misioneros de andar de dos en dos):

Rey glorioso, luz y claridad verdaderas,
Dios poderoso, Señor, si os agrada
reciba ayuda y bienvenida mi fiel compañero
porque no lo he visto desde que vino la noche
y pronto vendrá el alba.

Bueno y dulce compañero, tan rica es la morada
que jamás quiero ver ni alba ni día
porque la más bella hija de madre nacida
tengo entre mis brazos y ya no me preocupo.
ni de celos ni de alba.

Pero esta "bella dama que siempre dice que no" ¿quién es?, ¿mujer o símbolo? ¿Por qué todos coinciden en jurar que jamás traicionarán el secreto de su gran pasión como si se tratara de una fe y aun de una fe iniciadora?

Renunciad, yo os lo digo, en nombre del amor y en mi nombre,
renunciad, pérfidos delatores, sabios en todas las villanías, a
preguntar quién es ella y cuál es su país, si está lejos o cerca,
porque os lo esconderé siempre. Moriré antes que caer en una
sola palabra...

¿Cuál es la "dama" que merece este sacrificio? O este grito de Guillaume de Poitiers:

¡Sólo por ella me salvaré!

Si se tratara solamente de figuras retóricas, ¿de qué espíritu nacieron? ¿Qué amor fue su idea platónica?

Este amor, este principio femenino (amor en provenzal es del género femenino) ¿no es acaso la Divinidad en sí de los grandes místicos heterodoxos, el Dios anterior a la Trinidad de que hablan la gnosis y el Maestro Eckhart?

Leamos pues este cántico de Peire de Rogiers:

Áspero tormento he de sufrir
por añoranza tan grande que tengo de ella
mi corazón no debe deshacerse de ella,
y jamás alegría, ni dulce, ni buena,
puedo entrever en mí promesa alguna:
cien alegrías tuviera por proezas
que de nada me servirían, sólo a ella sé querer.

Y este grito de Bernard de Ventadour:

Me ha tomado mi corazón, me ha tomado a mí mismo, y después, ella misma se me ha escapado, y sólo ha dejado mi deseo y mi corazón sediento.

Y Arnaut Daniel:

No quiero ni el imperio de Roma, ni ser nombrado su Papa (con razón), si no puedo volver hacia aquella por quien mi corazón se inflama y se rompe. Pero si no cura mi tormento con un beso (consolamentum) antes del año nuevo, me destruye y se condena.

La petulancia meridional viene a enmascarar, al fin del poema, el sentido demasiado grave de esta oposición de las iglesias:

Soy Arnaut, el que amontona los vientos, que caza las liebres ayudado por un buey y que nada contra la corriente.

La Iglesia de Roma sabía muy bien lo que todavía muchos sabios se obstinan en no comprender. Comprendió toda la amplitud del peligro en que la herejía la precipitaba. Hubo la famosa Cruzada, la Inquisición dominicana. Pero esta represión por la fuerza no bastaba para la tarea de extirpar las raíces vivas, puras e impuras, de la revuelta.

El clero tuvo la sabiduría de oponer al culto simbólico de la mujer una creencia "ortodoxa" que respondía al mismo deseo. De ahí, desde mediados del siglo XII, la multitud de tentativas para instituir un culto de la Virgen. La "dama de los pensamientos " del hereje era sustituida por "Nuestra Señora". En 1140, en Lyon, los canónigos establecen una fiesta de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora. Y las órdenes monásticas, que aparecieron por aquel entonces, eran réplicas a las órdenes de caballería (el monje es el "caballero de María"). De nada sirvieron las protestas de San Bernardo de Clairvaux "contra esta nueva fiesta que la razón no aprueba, que la tradición no autoriza..." y que Santo Tomás escribiera, cien años más tarde: "Si María hubiera sido concebida sin pecado no habría tenido necesidad de ser redimida por Jesucristo." El culto de la Virgen respondía a una necesidad de orden vital para la Iglesia amenazada. El papado, varios siglos más tarde, no tuvo más remedio que sancionar un sentimiento que no había esperado al dogma para triunfar en todas las artes.

Fuente: Denis de Rougemont, Amor y Occidente, México, 1993, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, (Col. Cien del Mundo) pp. 87-93


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