miércoles, 10 de junio de 2020

Imperialismo, revolución industrial y unificaciones



Luego de Napoleón las potencias vencedoras intentaron restablecer el antiguo régimen según los principios de compensación y legitimidad, es decir, restablecer en el trono de los países a las familias reinantes antes de la Revolución Francesa y compensarles ‒restituirles‒ las pérdidas. Sin embargo los cambios estaban dados y no sería fácil quitarlos, así en Francia, por ejemplo, se restituyó a los Borbón ‒con Luis XVIII, primo del decapitado Luis XVI‒ a quien luego sucedió Carlos X, pero una revolución en 1830 lo obligó a abdicar, llegando al trono su primo Luis Felipe de Orleáns ‒que tenía fama de liberal‒ pero a quien una nueva revolución en 1848 también obligó a renunciar y se restableció la república francesa, ganando la presidencia el sobrino de Napoleón: Luis Napoleón Bonaparte, quien en breve (1852) se proclamaría “Emperador de los franceses” aunque mantendría ‒como su tío‒ los derechos conseguidos durante la revolución. Procesos similares ocurrirían en los demás países, donde se concederían derechos y constituciones a los súbditos, como en Austria, Hungría y Prusia, o bien en Inglaterra, donde se alternarían gobiernos laboristas y conservadores.

Napoleón III


Como ya vimos, la historia de México y Europa, o más específicamente Francia, se cruzan nuevamente con el establecimiento de un protectorado francés, vía el Imperio de Maximiliano, en la década de 1860. Entre tanto en Europa como en el mundo los avances tecnológicos fomentaban la Revolución Industrial, que tendría su máximo auge con la invención de la máquina de vapor ‒que comenzó a mover la maquinaria de las fábricas, a los barcos y al ferrocarril, haciendo más fácil y rentable el traslado de materias primas y de productos para el consumo, pero también creando inhumanas condiciones de explotación del proletariado cuya miseria crecía de una forma inversamente proporcional a la riqueza de los dueños de los medios de producción: industriales y banqueros.



El fenómeno de la explotación inhumana de las clases proletarias trajo consigo la formación de movimientos de resistencia diversos, como el ludismo que ingenuamente pretendía mediante la destrucción de las máquinas volver a formas de producción que permitieran el empleo de las personas, que veían en aquellas la causa de la pauperización de la gente. Este movimiento fue impulsado por el obrero Ned Ludd, quien en “1811 incendió varias máquinas textiles a modo de respuesta a las represiones que el proletariado estaba sufriendo.”1



De mayores vuelos teóricos resultaron los llamados socialismos “utópico” de Robert Owen, Louis Blanc, Charles Fourier y Saint Simon, y el “científico” de Karl Marx y Friedrich Engels.



Robert Owen propuso en 1813 el cooperativismo para dar ocupación a los desempleados a través de comunidades agrarias y la creación de un nuevo orden moral consistente en una vida en común, sin matrimonio, y el dinero sustituido por el trabajo hora.



Charles Fourier creyó que si se lograba desaparecer las diferencias entre las clases sociales se conseguiría una sociedad más humana y feliz. Así propuso la organización de la sociedad en falansterios, es decir, agrupaciones de 1,620 personas que convivirían en un mismo edificio y donde cada participante trabajaría de acuerdo con sus aptitudes e inclinaciones.



Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint Simon, proponía un orden social en el que deberían existir sólo tres clases: sacerdotes, sabios e industriales. No estaba en contra de la propiedad privada, pero ésta debía tener una función social: se proporcionaría trabajo a todos, y todos tendrían la obligación de trabajar según su capacidad.2



Louis Blanc significa un importante nexo entre el socialismo utópico y el socialismo científico: propuso la creación de talleres sociales que fueron establecidos por la presión de los trabajadores de París, durante la Segunda República Francesa‒. Su sistema se basaba en la propiedad pública y en la planificación económica estatal.3



Por su parte Marx y Engels observan un mundo dividido en dos clases sociales antagónicas: el proletariado (campesinos, obreros, empleados y artesanos) y los dueños de los medios de producción (los capitalistas: empresarios, banqueros, comerciantes e industriales). La lucha de estas clases no es nueva, ya ha existido en el pasado, pero con distintos nombres: esclavos y esclavistas, siervos y señores feudales, proletarios y capitalistas. Ven el sistema de explotación de la gran mayoría por una minoría con privilegios como una gran injusticia que sólo se acabará cuando los proletarios tomen el control de los medios de producción y establezcan un gobierno socialista que administre las riquezas y la producción, dándole a todas las personas trabajo y los medios de satisfacer sus necesidades primarias. Dicho Estado Socialista desaparecerá cuando los seres humanos hayan aprendido a vivir en comunidad, sin ambicionar lo que otros tienen porque todos tienen lo mismo y son felices. Es decir con el establecimiento del comunismo. Sin embargo lo anterior no se lograría de común acuerdo entre las partes involucradas -proletarios y capitalistas-, por lo que es necesaria la revolución socialista para revertir el injusto sistema establecido. Por ello es que en 1848 Marx y Engels publicaron su manifiesto en el que convocaban a todos los proletarios a unirse para liberarse del capitalismo: El Manifiesto del Partido Comunista. (“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. “¡Proletarios de todos los países, uníos!”)

Karl Marx


Entre tanto las potencias europeas y los intereses capitalistas se expandían colonizando el continente africano y repartiéndoselo entre sí, con el pretexto de "llevarles la civilización": Francia se apropió de grandes zonas del noroeste africano (Túnez, Marruecos, Argelia, Mali, Níger), además de Madagascar; el Reino Unido se quedó con Ghana, Nigeria, Uganda, Kenia, Zambia, Zimbabue, Botsuana y Sudáfrica; Portugal con Angola y Mozambique; Alemania con Namibia, Tanzania y Camerún; e Italia con Libia, Somalia y Eritrea. Durante un siglo los países europeos explotaron las riquezas africanas: carbón y diamantes, todo tipo de recursos naturales y humanos sometiendo a los africanos a la total servidumbre oro, caucho, marfil. El caso más típico y atroz de la explotación africana lo proporciona el Congo, en la región central, un territorio de mas de dos millones de kilómetros cuadrados ochenta veces más grande que Bélgica que en la repartición Conferencia de Berlín, organizada por el canciller alemán Otto von Bismarck en 1884 le fue entregado como su posesión personal al hipócrita rey Leopoldo II de Bélgica, presidente honorario de la Sociedad para la Protección de los Aborígenes y anfitrión de la Conferencia Antiesclavista de 1889 quien tras fundar la Asociación Internacional Africanaen 1876–, para liberar a los pueblos oprimidos en el África Central, se dedicó a explotarlos inmisericórdemente en la producción de caucho necesario para la incipiente industria automotriz castigando incluso con la muerte y la mutilación propia o de los familiares a quienes no cumplieran con su cuota diaria de caucho.

Reparto de África



Luego del reacomodo entre liberales y conservadores en Europa, los vaivenes políticos llevaron a la unificación de dos estados que hasta el momento habían estado disgregados en una multitud de pequeños reinos: Alemania e Italia, cuyos esfuerzos unificadores provendrían respectivamente del Reino de Prusia, en el caso de Alemania, y del Reino de Cerdeña, en el caso italiano. Ambos estados verían alcanzada su conformación actual en el año de 1871.



En el caso de Alemania, la llegada al poder del rey Guillermo I Hohenzöllern sería decisiva, éste se rodeó de personas importantes y convenientes para sus fines como el estadista primer ministro Otto Von Bismarck, el ministro de guerra, Albrecht von Roon y el mariscal de campo Helmuth von Moltke, quienes formarían el mejor ejército de la época y con este comprometerían a Prusia en empresas bélicas que darían como resultado la integración del Imperio Alemán. Los mas de trescientos reinos alemanes estaban integrados en una confederación presidida por el Imperio Austriaco, por lo que para lograr la unificación era necesario primero quitar la hegemonía de Austria sobre la confederación, para ello Bismarck comprometió a Prusia en una guerra contra Dinamarca por la posesión del Estado alemán de Schleswig-Holstein, en la cual participó Austria junto a Prusia. Ganada la guerra se impuso una administración conjunta austro-prusiana en los territorios ganados y esta sirvió como el detonante del conflicto buscado por Bismarck entre Austria y Prusia. Previamente Bismarck se aseguró la neutralidad de otros estados europeos con intereses en la zona, como son Francia y Rusia, a quienes prometió compensaciones territoriales y ayuda militar a cambio.
 
Bismarck



La guerra autro-prusiana duró poco, en siete semanas el ejército prusiano había derrotado al austriaco, y al término de la guerra sólo cuatro estados, que habían apoyado a Austria, faltaban a Prusia para lograr la completa unificación de Alemania: Baviera, Wirtemberg, Baden y Hesse-Darmstadt. Para lograr la anexión de los mismos era necesaria una nueva guerra contra un enemigo externo y el enemigo por antonomasia de los pueblos alemanes era Francia. El pretexto lo daría la sucesión al trono español.



En el año de 1870 la reina Isabel II de España fue destronada por una revolución y los españoles le ofrecieron la corona a un primo del rey Guillermo I, pero Napoleón III le exigió a éste que hiciera público que nunca permitiría que entonces como en el futuro surgiera la candidatura de un Hohenzöllern al trono de España. El rey de Prusia se negó a dar esta garantía y desde el balneario de Ems le envió a Bismarck un telegrama relatándole su entrevista con el embajador francés. Bismarck filtró “el telegrama de Ems” a los periódicos, abreviado de tal forma que resultaba insultante y así, el 19 de julio de 1870 Francia le declaró la guerra a Prusia, apareciendo a los ojos del mundo como un llano agresor. Los cuatro estados restantes del sur de Alemania se unieron a Prusia y la Confederación del Norte, y juntos derrotaron al ejército francés en esta guerra, al término de la cual, con la victoria alemana, se firmaron los acuerdos de paz en el Palacio de Versalles, proclamándose el nacimiento del novel Imperio Alemán al mando del Emperador Guillermo I.



En similar proceso la unificación de Italia corrió a cargo del rey de Cerdeña Victor Manuel II, quien apoyado por el Conde Camilo Di Cavour emprendió los entramados políticos y bélicos que concluyeron en el nacimiento de Italia.

Camilo Benso Conde de Cavour


Cavour metió a Cerdeña a la Guerra de Crimea, contra Rusia, como aliada de Francia y de la Gran Bretaña, lo que le permitió hacerse de dos poderosos aliados. Sabía que la unificación italiana sólo podría lograrse con la derrota de Austria -que dominaba el norte de Italia-, por lo que necesitaba provocar un conflicto con este país y además contar con aliados. Así logró un acuerdo con Napoleón III, en el que a cambio de su ayuda, Cerdeña le cedería el ducado de Saboya y el puerto de Niza, en los cuales predominaban los habitantes de habla francesa.



El siguiente paso era provocar a Austria, así que los nacionalistas italianos promovieron disturbios en Lombardía y Venecia, y Cerdeña empezó a hacer movilizaciones militares provocando que en abril de 1859 Austria le enviara un ultimátum exigiendo la desmovilización inmediata, pero éste fue rechazado por Cerdeña y Austria le declaró la guerra el 29 de abril.



La guerra duró unos meses y los sardos y los franceses derrotaron a los austriacos en las batallas de Magenta y Solferino, y los obligaron a abandonar Milán y toda la Lombardía. Los triunfos avivaron el nacionalismo italiano y los patriotas de Módena, Parma, Toscana y los Estados Papales, comenzaron a exigir su incorporación a Cerdeña. Según el Tratado de Zurich, Austria cedió a Cerdeña Lombardia, pero conservó Venecia, mientras que los ducados de Italia central quedarían con sus mismos gobernantes y el Papa se convertiría en el presidente de una confederación italiana.



Sin embargo, los habitantes de Parma, Módena, Toscana y la parte norte de los Estados Papales, se rebelaron contra sus gobernantes y declararon su anexión a Cerdeña, misma que fue apoyada por los ingleses, mientras que Napoleón también estuvo de acuerdo.



La unificación del Sur la logró Giuseppe Garibaldi, quien organizó un contingente de mil hombres conocidos como los “camisas rojas”, para ayudar a la gente del reino de las Dos Sicilias que se había rebelado contra el rey Francisco II. En un mes conquistaron la isla de Sicilia y en poco tiempo entraban triunfantes a Nápoles. Mediante un plebiscito los habitantes de las Dos Sicilias votaron unirse a Cerdeña, y Garibaldi entregó sus conquistas al rey Víctor Manuel II.

Giuseppe Garibaldi


Para 1860, sólo faltaban por unirse a Italia, Venecia, que seguía bajo el dominio austriaco, y Roma y sus territorios vecinos, que eran administrados por el Papa. Sin embargo, Venecia quedó unida a Italia en 1866 al ser derrotada Austria por Prusia, y Roma en 1870, al verse obligado Napoleón III a retirar la guarnición francesa de esta ciudad, debido a la guerra Franco-Prusiana.







Bibliografía y fuentes recomendadas:





BBC News,"Leopoldo, el rey belga que cometió en África los abusos más atroces del colonialismo europeo". México, El Universal, 10 de junio de 2020. https://www.eluniversal.com.mx/cultura/patrimonio/leopoldo-ii-el-rey-belga-que-cometio-en-africa-los-abusos-mas-atroces-del

"Siete hechos sobre Karl Marx. 200º aniversario de Karl Marx: hechos que explican por qué el pensador alemán aún hoy fascina a personas de todo el mundo.", Deutschland.de, 27 de abril de 2018. https://www.deutschland.de/es/topic/saber/200o-aniversario-de-karl-marx-siete-hechos 
Valls Soler, Xavier. “Leopoldo II de Bélgica y la explotación del Congo”. Revista Historia y Vida, número 536. https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20171127/47310965836/leopoldo-ii-de-belgica-y-la-explotacion-del-congo.html

Van den Brule, Álvaro. “El genocidio del estado libre del congo. La brutal vida de Leopoldo II, uno de los peores villanos de la Historia”, El Confidencial. https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-05-01/la-brutal-vida-de-leopoldo-ii-uno-de-los-peores-villanos-de-la-historia_1192510/

Vizcaya Canales, Isidro. Et. Al. Historia Moderna de Occidente 1770‒1870. México, SEP 1983.

Vizcaya Canales, Isidro. Etelvina López Arceo. Historia Mundial Contemporánea 1871-1974. México, SEP 1983.

Wikipedia. “Ned Ludd”. https://es.wikipedia.org/wiki/Ned_Ludd


Tarea:

Para complementar el tema lee el siguiente artículo: "El Congo, ayer y hoy" y posteriormente mira el cortometraje "Sikitiko, la mano del rey" y elabora con ellos una reflexión sobre el colonialismo europeo y el capitalismo. Envíala por correo o publícala en los comentarios de este post.





1https://es.wikipedia.org/wiki/Ned_Ludd

2Vizcaya Canales, Isidro. Et. Al. Historia Moderna de Occidente 1770‒1870. SEP 1983, p. 175

3Ibidem.

martes, 26 de mayo de 2020

La Reforma y el Segundo Imperio

El triunfo de la Revolución de Ayutla sobre Santa Anna supuso el triunfo momentáneo de los liberales —sobre los conservadores— que entre 1855 y 1857 impulsaron una serie de reformas que consideraban necesarias para la pacificación del país, así como para equilibrar las finanzas públicas y lograr la anhelada estabilidad política, y estas reformas pasaban necesariamente por disminuir el poder de la Iglesia mexicana y el ejército, lo cual enardecía los ánimos conservadores.

Mural de Diego Rivera

    • La Ley sobre la Administración de Justicia y Orgánica de los Tribunales de la Nación, del Distrito y Territorios también conocida como Ley Juárez, fue promulgada el 23 de noviembre de 1855. En esta se restringía el poder de los tribunales tanto eclesiásticos como militares a intervenir solo en sus propios asuntos y no en las decisiones del gobierno.

    • La Ley Lerdo como se conoce a la Ley de Desamortización de las Fincas Rústicas y Urbanas de las Corporaciones Civiles y Religiosas de México, fue expedida el 25 de junio de 1856 por el presidente Ignacio Comonfort, y como su nombre lo indica expropiaba a favor de los respectivos inquilinos y arrendatarios las propiedades de la Iglesia y los pueblos indígenas.
     
    • Por su parte, la Ley de Obvenciones Parroquiales, también conocida como Ley Iglesias —por su autor José María Iglesias— expedida entre enero y mayo de 1857, regulaba el cobro de derechos parroquiales —el “diezmo” y cobros por bautismos, bodas, actos funerarios, etcétera.—, impidiendo que se exigieran a quienes no ganaran más que lo indispensable para vivir, e imponía castigos a los miembros del clero que no la observaran.

Para 1857 los liberales promulgaron la Constitución que fue considerada como demasiado radical por la sociedad conservadora, pues integraba estas leyes y seguía la línea de limitar los derechos de la Iglesia y el ejército, así como establecía por primera vez en la historia política del país la libertad de cultos, la libertad de prensa, de asociación, la enseñanza laica y el federalismo. La Constitución fue promulgada el 5 de febrero y entró en vigor en septiembre de 1857; por ella y debido a su triunfo en las elecciones el nuevo presidente fue Ignacio Comonfort y, por disposición de la misma, si este hiciera falta sería sustituido por el Presidente de la Suprema Corte de Justicia, que a la sazón era Benito Juárez.

Gral. Félix Zuloaga


En diciembre del mismo año un levantamiento conservador, con el obvio apoyo de la Iglesia, al mando del general Félix Zuloaga desconoció la Constitución al tiempo que se proclamaba presidente. Por su parte Comonfort, considerando que la Constitución había ido muy lejos, decidió apoyar la insurrección que al desconocer la Constitución desconocía su investidura, así de facto se desconocía a sí mismo, por lo que los liberales lo rechazaron, lo mismo que los conservadores, y no le quedó más remedio que abandonar el país, quedando Juárez como presidente. La situación tuvo nuevamente que resolverse mediante las armas en una guerra que duró tres años —lo que dio nombre a la misma: “Guerra de Tres Años”, aunque también se le conoce como la “Guerra de Reforma” por ser estas leyes las que le dieron origen y otras más se expidieron durante la misma—.

Entre las Leyes de Reforma destacan:
  • La Ley de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos, que modificaba la Ley Lerdo adjudicando ahora la expropiación de los bienes al Estado y no a los inquilinos y arrendatarios. La idea era ponerlos a la venta para fomentar la pequeña propiedad y allegar al mismo tiempo recursos al Estado.
  • La Ley del Registro Civil, que expedida en 1859 quitaba el control de llevar el registro de nacimientos, matrimonios y defunciones a la Iglesia y se lo brindaba al Estado.
  • La Ley del matrimonio civil, que como su nombre lo indica establecía el matrimonio como un contrato civil que debía verificarse ante el Estado y no necesariamente ante la Iglesia.
  • La Ley de Libertad de Cultos, proclamada en 1860, que establecía la libertad de culto y el rechazo a la imposición religiosa.
  • La Ley de Extinción de las Comunidades Religiosas, expedida en 1863, en que se decretaba la extinción de comunidades religiosas, que solían imponer sus demandas y ejercían la privación ilegal de la libertad de las personas.
Algunos efectos prácticos de estas leyes fueron la secularización de los cementerios, con la que se quitaba la administración de éstos a la Iglesia —lo que suponía la entrada de recursos económicos al Estado—, así como la enseñanza laica, pues se establecía específicamente en el artículo 3o de la Constitución que ninguna orden o congregación religiosa como tal pudiera impartir instrucción en México. Pero sin duda el principal efecto de la Reforma fue la separación entre la Iglesia y el Estado.

Ambos bandos buscaron la ayuda de intereses extranjeros para ganar la guerra y como era de esperarse los conservadores lo hicieron contratando préstamos con bancos europeos —suizos— que se sumarían a las exigencias francesas que a la postre esgrimiría la potencia para justificar su invasión del país. Por su parte los liberales firmaron con los Estados Unidos el conocido Tratado McLane-Ocampo en el que a cambio de ayuda económica comprometían el paso a perpetuidad por el Istmo de Tehuantepec, así como el paso de Guaymas a Nogales —los estadunidenses buscaban un paso estrecho que hiciera más fácil el traslado de tropas, enseres y mercancías de una a otra de sus costas, abreviando tiempo y reduciendo los costos, lo cual lograrían después fomentando la separación de Panamá de Colombia, y financiando la construcción del Canal de Panamá en 1914, quedándose con los derechos y la administración que sólo entregarían hasta 1999—. Por suerte el acuerdo nunca fue ratificado por el Senado de Estados Unidos porque, debido a la guerra de secesión, podía fortalecer a los estados separatistas del sur. Sin embargo sirvió para que los Estados Unidos reconocieran al gobierno de Juárez y consecuentemente se derrotara a los conservadores.

Tratado McLane-Ocampo
Finalmente los liberales vencieron a los conservadores hacia 1861. Sin embargo, la precariedad económica del Estado obligó a Juárez a suspender momentáneamente el pago de la deuda externa, lo que motivó a los países acreedores —con excepción de los Estados Unidos— a intervenir en México. Así entre diciembre de 1961 y enero de 1862 flotas francesas, inglesas y españolas fondearon en aguas del Golfo de México y desembarcaron en Veracruz toda vez que tomaron el control de las aduanas del país. De inmediato el gobierno de Juárez destacó al Ministro Manuel Doblado a conferenciar con las tropas invasoras llegando un acuerdo con el General Prim —representante de la alianza invasora— con lo que las armadas inglesa y española se dieron por satisfechas y se retiraron del país, no así la fuerza francesa que contrariamente avanzó hacia la capital del país, no quedándole más remedio que defenderse. Fue entonces cuando se llevó a cabo la Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862 en que las tropas mexicanas al mando del General Ignacio Zaragoza pudieron detener el avance francés momentáneamente, lo cual le valió el descrédito y la destitución al general francés al mando —el Conde de Laurencez—. Sin embargo el ejército francés fue reforzado y finalmente tomó la capital y el país, donde estableció un protectorado francés al mando del Archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo, quien fue coronado como nuevo emperador del Imperio Mexicano.

Maximiliano de Habsburgo

Entre 1860-1861, una comisión de ciudadanos conservadores mexicanos encabezada por José María Gutiérrez de Estrada, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar y Juan Nepomuceno Almonte, negoció con el emperador francés Napoleón III una nueva intervención en México y la implantación una monarquía constitucional. Se decidió que el candidato ideal para el trono del Imperio Mexicano era Maximiliano de Habsburgo, a quien no fue fácil convencer, pues pidió pruebas de que el pueblo de México lo requería, por lo que se levantaron las famosas “Actas de Adhesión al Imperio”, en las cuales le mostraban miles de firmas de mexicanos que lo demandaban. Finalmente Maximiliano aceptó el ofrecimiento y tras firmar los Acuerdos de Miramar, en que Napoleón se comprometía a mantener el ejército de ocupación hasta que Maximiliano se consolidara en el poder —obviamente a cambio de un buen pago de dinero— se embarcó junto con su esposa Carlota Amalia de Bélgica hacia México, donde tuvo un frío recibimiento en Veracruz que contrastó con la cálida bienvenida que le organizó la rancia sociedad de la Ciudad de México.

Carlota Amalia de Bélgica
 Sin embargo, Maximiliano resultó una decepción para los conservadores que esperaban el retorno de los privilegios de la Iglesia, el ejército y los sectores acomodados —así como la supresión de las Leyes de Reforma—, pues Maximiliano resultó ser muy liberal y no sólo no derogó las leyes sino que las mantuvo y aplicó. Por otra parte, trató de convencer a Juárez —cuyo gobierno se encontraba reducido a la población del Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez—, pero éste se mantuvo incólume y resistiendo hasta que la configuración de la balanza internacional cambió y posibilitó que el ejército francés saliera del país y poco a poco el gobierno juarista fuera recuperando el territorio.

Para 1867 los Estados Unidos venían saliendo de su Guerra de Secesión —el enfrentamiento entre los estados separatistas del sur esclavista (confederados) contra los estados del norte antiesclavista (yanquees), que terminó con la victoria de estos últimos y la abolición de la esclavitud en los EUA— lo les que permitió reactivar la ayuda al gobierno juarista y reclamar la invasión y ocupación francesa del territorio mexicano. Aunado a ésto, lo que llevó a Napoleón III a retirar su ejército de México fue la posibilidad de entrar en guerra contra una Prusia que triunfante de la guerra contra Austria ahora amenazaba al estado francés —guerra que se llevaría a cabo entre 1870 y 1871 y que daría como resultado la unificación de Alemania— por lo que Francia no habría querido apostar a una guerra en dos frentes y concentró sus tropas en Europa.

Presidente Benito Juarez
Así Maximiliano quedó sólo a sus fuerzas e hizo frente al avance liberal con lo que quedaba del ejército conservador al mando del general Miguel Miramón, que contaba entre otros jefes importantes con militares de la talla de Tomás Mejía y Leonardo Márquez. Pero no pudo hacer mucho y finalmente cayó derrotado en Querétaro, preso, enjuiciado, condenado a muerte y finalmente fusilado en el Cerro de las Campanas, junto con Miguel Miramón y Tomás Mejía.

La Emperatriz Carlota, entre tanto, había viajado a Europa a exigir de Napoleón III el cumplimiento de los acuerdos de Miramar, pero fue ignorada, y aunque apeló al Papa, incluso, fue finalmente declarada demente y recluida en el Castillo de Miramar —y posteriormente en los castillos de Tervuren y de Bouchout en Bélgica— hasta su muerte el 19 de enero de 1927.

Carlota y Maximiliano
Así, la república fue restaurada con la entrada triunfal del presidente Benito Juárez a la Ciudad de México el 15 de julio de 1867, donde gobernaría, luego de reelegirse presidente, hasta 1872 en que murió de un infarto. Entre 1872 y 1876 tocaría el turno de gobernar a Sebastián Lerdo de Tejada a quien en su intento por reelegirse se enfrentarían el general Porfirio Díaz y José María Iglesias, venciendo Díaz y estableciéndose en el poder durante los siguientes treinta y tres años.


Tarea: Para complementar tu conocimiento sobre el tema mira el capítulo "Imperios de Papel" de la Serie Coleccionista del Canal 14 y elabora un reporte del mismo. Puedes buscarlo en la página del Canal 14 (http://www.canalcatorce.tv/) pestaña Videoteca, opción: Coleccionista, temporada 1, capítulo 9. Imperios de Papel.

O haciendo click en la siguiente liga: Coleccionista. Imperios de Papel

miércoles, 13 de mayo de 2020

California y la fiebre del oro

Para colmo de males una vez terminada la invasión estadunidense a México que obligó a nuestro país a "ceder" el territorio de California a los Estados Unidos, se descubrió oro en la superficie del territorio. Bastaba excavar sólo un poco para extraerlo. Todo ello detonó la inmigración masiva de buscadores de oro, con la intención de hacer fortuna, que provocó la explosión demográfica del territorio y la extracción de toneladas de oro que supusieron el crecimiento de la economía de los Estados Unidos. Esta historia se cuenta de una forma magistral en el capítulo sobre el tema de la serie El Efecto Mariposa de Pierre Lergenmüller y Jean Mach, producida por Mad Films, Triarii Prod, Les Films de la Butte y Arte G.E.I.E., que aquí les comparto.

Véanla y hagan un comentario en la entrada del blog.

Ver "California la fiebre del oro".

martes, 12 de mayo de 2020

Liberales y conservadores. De 1824 a 1857

Como hemos visto, tras el fracaso de la aventura imperial de Agustín de Iturbide el país se dio una constitución —en 1824— y adoptó la forma de una república federal, nombrando a su vez al primero  de sus presidentes —Guadalupe Victoria— quien sería el único en un largo periodo de casi 50 años que lograría concluir su periodo presidencial sin ser derrocado o pedir licencia y ausentarse del cargo.

La inexperiencia política de los mexicanos cobró factura y pronto fueron captados por los intereses internacionales que bajo la máscara de las logias de la masonería comenzaron a manipular la política interna tratando de abonar a sus propios intereses. Así mismo la pretendida unidad del movimiento trigarante pronto se vio disuelta en la práctica, pues surgieron diferentes formas de concebir la dirección política que debía darse al país y se formaron diferentes corrientes que podemos denominar genéricamente como liberales y conservadores, aunque la pluralidad es más amplia.

Masonería símbolo
Algunos —conservadores— consideraban que la tradición monárquica y virreinal del país requería un sistema de gobierno de similares características; así surgieron posturas centralistas e incluso francamente monárquicas. Otros en cambio —liberales—, seguidores de los nuevos cambios democráticos instaurados en países como Francia o los Estados Unidos de América, consideraban que debían remedarse tales formas de gobierno en la naciente República Mexicana, aunque dentro de éstos había quienes consideraban que las reformas necesarias —como el acotamiento del poder e influencia de la Iglesia, el ejército y las clases pudientes— debían implementarse de forma inmediata —los “puros” o “radicales”—; mientras otros consideraban que éstas debían irse implementando con el tiempo, poco a poco —los “moderados”—. Estos últimos sucumbieron a la intromisión que desde la masonería yorquina implementaron los intereses estadunidenses a través de su embajador en México, Joel R. Poinsett y que, con el interés de lograr la compra-venta de los territorios norteños de México, incidieron en la política mexicana aún apoyando alzamientos e imponiendo presidentes. Los conservadores por su parte se cobijaron en la masonería de rito escocés.

Joel Robert Poinsett

Así tuvimos, como ya adelantamos, un periodo de aproximadamente cincuenta años de lucha por el poder entre liberales y conservadores —centralistas y federalistas, monarquistas y republicanos— sin poder consolidar un gobierno y crear la estabilidad necesaria para el crecimiento económico y político del país y dejándolo a expensas de los intereses internacionales que inmediatamente trataron de sacar provecho de las nuevas naciones de la América Latina recién independizada.

Para prevenir que España, o cualquier otra potencia europea, retomara el control de sus perdidas colonias los Estados Unidos de América manifestaron, tan temprano como 1823, su denominada “Doctrina Monroe” según la cual ellos no permitirían que ninguna potencia europea amenazara a las nuevas naciones americanas recién independizadas, lo cual se ha traducido para efectos prácticos, y no sin ironía, como su máxima: “América para los americanos”. No es que a potencias europeas en franca expansión como Inglaterra les intimidara, o no importara, tal aseveración, pero resultaba adecuada para mantener a raya a su sempiterno rival: Francia, que pronto hizo muestra de sus intereses en México al invadirlo en 1838, en la denominada “Guerra de los Pasteles” en que en reclamo del reconocimiento de afectaciones y pretendidos adeudos del país —entre los cuales se encontraba una cuenta no pagada por militares mexicanos a un restaurantero francés, en que supuestamente se habrían comido algunos pasteles— bloqueó los puertos mexicanos y desembarcó tropas de ocupación en Veracruz, lo que se contrarrestó por parte del gobierno mexicano —con la ayuda de Inglaterra— aceptando las indemnizaciones impuestas por el gobierno francés, pero no las concesiones comerciales que éste pretendía imponer.

"Toma del fuerte de San Juan de Ulua y de la Veracruz por la marina francesa"


Por su parte España intentó, mediante la expedición de Isidro Barradas, en Tampico en 1829, llevar a cabo la reconquista del territorio Mexicano. Sin embargo, el intento fracasó y con él la intención española de reconquistar su antigua posesión, no quedándole sino otorgar su reconocimiento final a la independencia de México en el año de 1836.

Por su parte, los Estados Unidos de América creyéndose predestinados a expandirse desde el Océano Atlántico hasta el Pacífico y dominar la América Septentrional habían venido creciendo a partir de la compra y ocupación sin más de territorio. En 1803 compraron a la Francia napoleónica el extenso territorio de la Louisiana, que ésta había forzado a España a devolverle. De tal forma se convirtieron en vecinos de la Nueva España y en breve comenzaron a ocupar el territorio de la Florida, la cual, viéndola perdida España entregó a cambio del compromiso firmado en 1819 —Tratado Adams-Onís— de no pretender —ni invadir— en el futuro territorios españoles en América. Conscientes de ello los estadunidenses apoyaron con todo la lucha de independencia de México, pues consideraban que el acuerdo de límites quedaría sin efecto una vez conseguida y podrían conseguir de México por medio de la compra la sesión de tan necesarios y anhelados territorios. Cuando, lograda la independencia, vieron que el gobierno mexicano era reacio a la venta de sus provincias norteñas hicieron uso de la ocupación y el despojo —no sin ayuda de los propios políticos mexicanos, que enamorados de las instituciones estadunidenses y europeas, emitieron leyes como la de “colonización” de 1824 que permitía, e invitaba, a cualquier europeo y/o sus descendientes estadunidenses a colonizar el territorio norteño de Texas con los requisitos de ser ciudadanos “de buenas costumbres”, hablar español, ser católicos y jurar obediencia a las instituciones mexicanas. Requisitos que muy pocos, o ninguno, de los colonos estadunidenses reunía, pero no tenían ningún reparo en jurar, ni en desobedecer.

Doctrina Monroe
Así, llegaron en tropel los estadunidenses a colonizar Texas, tan pronto que en cuatro años en las pocas ciudades en que se hallaban mexicanos, a decir de Manuel Mier y Terán, enviado por Guadalupe Victoria a levantar un informe de la situación de la provincia, éstos eran superados en proporción de diez norteamericanos por cada mexicano y surgieron asentamientos donde únicamente había estadunidenses.

“Hay dos clases de pobladores: los unos son los fugitivos de la república vecina, muchos marcados en el rostro con la señal que allá se acostumbra poner a los ladrones y facinerosos; prontos a pasar y repasar según tienen necesidad de separarse del terreno en que acaban de cometer un delito. La otra clase es la de los jornaleros pobres que no han tenido cuatro o cinco mil pesos para comprar un sitio de tierra en el norte y por el deseo de ser propietarios”.

Manuel Mier y Terán, 1828.

En todo caso el plan de obtener el territorio del norte estaba en marcha y tan pronto como 1835, aprovechando el golpe de estado dado por Antonio López de Santa Anna y el viraje al centralismo impuesto, los texanos al mando de Samuel Houston se declararon independientes de la República Mexicana hasta en tanto no se restableciera el federalismo. Sin embargo combatidos por el propio Santa Anna, quien les propinó la derrota de El Álamo y a quien capturaron en la batalla de San Jacinto y obligaron a firmar los Tratados de Velasco, los texanos se consideraron totalmente independientes de México y formaron un estado que diez años después fue anexado a los Estados Unidos de América.

La mitificada Batalla del Álamo
Sin embargo, aunque Santa Anna era un presidente de la república con licencia cuando fue prisionero de los texanos, no tenía el poder de conceder territorio y el Congreso mexicano jamás aceptó la independencia de Texas sino lo consideró un estado en rebeldía al que tarde o temprano había de someter a la obediencia, pero dada la inestabilidad política y la falta de recursos nunca pudo concretarse la campaña de Texas. Por otro lado los Estados Unidos inmediatamente dieron su reconocimiento al nuevo Estado “independiente” y a la postre se lo anexaron en 1846.


La anexión de Texas no podía sino suponer el rompimiento de relaciones entre México y los Estados Unidos, así que los embajadores de ambos países se repatriaron e inmediatamente surgieron “problemas” limítrofes entre los dos países. El presidente James Polk reclamaba la frontera de Texas hasta el río Bravo, desconociendo que desde siempre se había considerado ésta en el río Nueces, más al norte, lo cual dio lugar a establecer un “territorio en disputa” que luego el mismo Polk violaría al mandar a sus tropas al mando del General Taylor a ocupar el territorio. Mordiendo el anzuelo las tropas mexicanas traspasarían el Bravo y se llevaría a cabo una escaramuza que sería magnificada por el propio Polk para forzar la declaración de guerra a México, argumentando que se había ultrajado territorio norteamericano y “derramado sangre estadunidense en territorio estadunidense”.

James Knox Polk

Así se llevó a los mexicanos a una guerra que de antemano tenían perdida. Para 1846 México cumplía 22 años de lucha interna sin lograr la estabilidad política que le permitiera hacer frente a una invasión como la que sufriría de parte de los Estados Unidos. De hecho la fracción conservadora no solamente se abstuvo de apoyar al gobierno liberal a hacer frente a la invasión, sino que aún financió levantamientos contra las leyes tendientes a obtener recursos para la defensa, como sucedió con la sublevación de los polkos.

Así el ejército estudunidense, bien armado, bien pertrechado y bien entrenado en una época de paz de 60 años, con la moral en alto debido a su rápida expansión alimentada en la doctrina del “Destino Manifiesto” de los estadunidenses a la grandeza. Apoyado por un gobierno de una economía sólida —que le permitía al mismo tiempo firmar un acuerdo de límites con Inglaterra, que le posibilitó quedarse con el territorio de Oregon y lograr la anhelada expansión al Océano Pacífico— se enfrentó con un ejército pobre, mal armado y desmoralizado por la leva y la miseria al que  no sería difícil derrotar.



El país fue invadido por varios frentes: por el norte ya con mucha antelación una flota de guerra al mando del Comodoro Sloat había desembarcado y ocupado las costas de California, incluso cuando aún no se había declarado la guerra, en un descarado “madruguete”. Por Nuevo México, las tropas al mando del general Stephen Kearny se encargaron de ocupar Santa Fe y la región del norte de California; por Tamaulipas el viejo zorro Taylor avanzó hacia Matamoros y Monterrey; mientras que por mar nos llegaron dos flotas de ocupación: por San Blas en el Pacífico —con lo que se bloquearon los puertos de Guaymas y Mazatlán—, pero la que resultó definitiva llegó por Veracruz y se internó por la ruta de Cortés, a quien emulaba, el general Winfield Scott, quien para el 13 de septiembre de 1847 tomaba el Castillo de Chapultepec y para el 15 de septiembre ondeaba la bandera de las barras y las estrellas en el Palacio Nacional en el Zócalo capitalino.


Como quitarle un dulce a un niño, ahora sólo quedaba fijar las demandas de la rendición. En los Estados Unidos se llegó a discutir incluso la pertinencia de quedarse con todo México, lo cual si no sucedió se cree fue porque había que guardar las apariencias de legalidad de la invasión —algunos creen que el factor del racismo jugó un papel preponderante en la decisión, pues se trataba de una nación con grandes cantidades de criollos, indios y mestizos, católicos y supersticiosos— y porque suponía un problema la anexión de tierras que habrían de integrarse a una nación que ya enfrentaba el conflicto interno entre estados esclavistas y no-­esclavistas que estallaría diez años después en su “Guerra de Secesión”.

Finalmente, cuando se firmó el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, que puso fin a la guerra, los Estados Unidos Obtuvieron el territorio de Nuevo México y California —además de la ya anexada Texas— a cambio de unos cuantos pesos que le dieron la apariencia de una “cesión de territorio”, como gustan llamar al despojo que llevaron a cabo. Nada mal si consideramos que este territorio actualmente alberga los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Arizona y partes de Wyoming, Colorado, Kansas y Oklahoma, y de que tan sólo unos días después se encontraran grandes yacimientos de oro en California que desatarían la llamada “fiebre del oro”, provocando la rápida colonización y el crecimiento económico de la zona y del país.

Adquisiciones territoriales de los EU
Las crónicas abundan sobre la sensación de ignominia que tuvieron algunos estadunidenses durante la invasión y las demandas. Quizá la más ostensible sea la anécdota de que el mismo día de la firma del tratado de Guadalupe habrían llegado instrucciones al ministro plenipotenciario de los Estados Unidos, Nicholas Trist, de aumentar las demandas hasta obtener también la Baja California, Sonora y el derecho de paso a perpetuidad por el Istmo de Tehuantepec, pero que Trist habría fingido no recibirlas hasta haber firmado el acuerdo eufemísticamente llamado: “Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América” que daba fin a la guerra.



Terminada la Invasión de los Estados Unidos a México los mexicanos volvieron a sus consabidos conflictos no resueltos y los conservadores resucitaron en 1853 al malogrado Santa Anna para establecer un gobierno conservador, detrás del cual estaría como artífice Lucas Alamán, que sin embargo murió entonces sin ver el triunfo del mismo, lo cual significó la dictadura de Santa Anna, quien se hizo dar el título de “Alteza Serenísima” y se dedicó a gobernar sin constitución estableciendo toda clase de impuestos para allegar recursos al erario. Famosos al respecto son los impuestos a las puertas y ventanas y a la posesión de gatos y perros.

Para 1854 mediante un levantamiento dirigido por los generales Ignacio Comonfort y Juan N. Álvarez, conocido como la Revolución de Ayutla, se derrocó y exilió a López de Santa Anna, estableciéndose alternadamente en la presidencia Juan Álvarez y Comonfort. Entonces se dictaron las primeras leyes de Reforma y se promulgó la Constitución liberal de 1857 que dio origen a la Guerra de Tres Años o de Reforma, pero ésta la trataremos en otra sesión.