lunes, 29 de mayo de 2017

LOS PRECURSORES DEL RENACIMIENTO 1300-1420

Los precursores del siglo XIV

    Desde la antigüedad se había considerado siempre la pintura, como el resto de las bellas artes, un oficio. Instituciones y personas distinguidas encargaban a los maestros pintores la elaboración de temas concretos, para un fin determinado, que debían realizar dentro de un plazo de tiempo. No fue hasta hace unos 700 años que    los pintores comenzaron a ganarse lentamente la libertad creadora de dar a los cuadros una finalidad absoluta, o sea, un contenido que iba     más allá del tema en sí.
        En aquel tiempo, en las postrimerías del siglo XIII, los pintores superaron el concepto artístico de la Edad Media y desarrollaron una forma     de representación en perspectiva que caracteriza hasta hoy nuestras costumbres visuales a la hora    de contemplar un cuadro. La tradicional esfera de acción del arte, hasta entonces limitada a la     representación de motivos sacros, se amplió con la evolución del interés general por otros aspectos, el arte abrió sus puertas a temas nuevos.
    Lenta pero progresivamente los pintores comenzaron a liberarse de su condición de artesanos para expresar sus ideas como artistas libres.
    El fundamento de esta nueva concepción que se estaba perfilando fue la gran cantidad de cambios en todos los ámbitos humanos que, en     el último período del medievo, contribuyeron a la formación de una nueva ideología y visión del mundo. Las relaciones comerciales con países lejanos y el vasto intercambio de mercancías deparó a las ciudades, sobre todo en el norte de Italia, riquezas, bienestar y crecimiento. El auge económico despertó la conciencia de sí misma de una burguesía creciente. Orgullosos artesanos y comerciantes reconocieron el valor de sus esfuerzos y las ganancias que podían obtener de los mismos. El hombre ya no se veía como parte de una gran masa, sino que se centraba la atención en el individuo. Las relaciones con ciudades lejanas, así como el intercambio de noticias y mercancías desconocidas, ampliaron el horizonte. La Tierra, de la que todavía se afirmaba que era un disco, se convirtió, al igual que esta afirmación, en un desafío.

El hombre ya no confiaba sólo en la religión y en los conocimientos controlados por el clero; hacía preguntas y deseaba investigarlo todo. Marineros intrépidos se hacían a la mar para descubrir los puntos blancos de los mapas y encontrar tesoros en países desconocidos que multiplicaran la prosperidad y riqueza en sus países de origen. Para ello requerían una ciencia y tecnología terrenales. Muchos inventos de aquella época, como relojes, mapas y muchos aparatos mecánicos, revelan esta necesidad.

A medida que crecía el interés del hombre por el mundo que lo rodeaba, también en la pintura puede observarse una tendencia que apunta a un realismo hasta entonces inusitado. Esta concepción nueva se documenta por primera vez en las obras de Giotto di Bondone.

Escenas de la vida real

Cuando en en el año 1304 Giotto pintó el fresco Lamento por Cristo muerto, los pintores todavía eran considerados simples artesanos. El concepto de “artista”, tal y como lo entendemos actualmente, no existía. Los trabajos más nobles que realizaban eran la confección de pinturas murales en la iglesia, mediante las cuales se transmitía la historia de las Sagradas Escrituras a una población mayoritaria mente analfabeta, o bien se dedicaban a la decoración de altares. De vez en cuando, sin embargo, nobles y burgueses encargaban la realización de retablos. Aunque claro está, los encargos no siempre eran de tanta importancia como el que recibió Giotto de parte de Enrico Scrovegni para decorar la capilla que la familia tenía en la Arena, en Padua. Con frecuencia sólo se trataba de pintar pequeños cromos de devoción, que los señores transportaban en el equipaje. No obstante, esta forma artística “móvil” no llegó a imponerse del todo hasta el siglo XV.

De acuerdo con su posición social de artesano, no solía ser usual que el pintor del Trecento (denominación italiana del siglo XIV) diera la forma que él estimara conveniente a las obras que se le encargaban. Es más, existía un canon de reglas que prescribía cómo debían representarse y reconocerse los personajes del Nuevo y Antiguo Testamento. La disposición de los elementos del cuadro debía seguir una perspectiva jerárquica en la que lo importante se pintaba de gran tamaño y lo secundario, más pequeño. No era nada corriente encontrar representaciones naturalistas que se correspondieran con la impresión visual. El mundo divino, tema principal de la pintura, se entendía como una esfera del más allá, cuya magnificencia y excelsitud se simbolizaba preferentemente mediante un fondo de oro.



Giotto abandonó esta forma de representación tradicional e introdujo un nuevo realismo que captaba al hombre, el espacio y el paisaje de igual forma. En su Lamento por Cristo muerto ya no se estereotipan las figuras según un modelo tradicional, sino que se representan como seres con rasgos personales que tienen sentimientos y sufren, y el fondo de oro se sustituye por un paisaje. Gracias a un primer y segundo plano claramente reconocibles el fresco adquiere profundidad; la superficie se convierte en espacio. Ahora el tema se reconoce al momento y quien contempla la obra ya no necesita recomponer una a una todas las piezas tal como sucedía cuando el pintor se valía de la perspectiva jerárquica. Esta nueva concepción convirtió al artista en un personaje famoso aún en vida. Dante Alighieri, un contemporáneo suyo, dedicó unos versos de alabanza al alumno del gran Cimabue en la Divina Comedia, una obra escrita, en consonancia con el regreso colectivo hacia lo terrenal, en italiano vulgar y no en el latín eclesiástico usual hasta entonces: “Credette Cimabue nella pintura, /tener lo campo, e ora ha Giotto il grido / sí che la fama di colui è scura”.



Junto a Giotto, otro de los pintores preocupados por captar el realismo en sus obras fue Ambrogio Lorenzetti, contemporáneo suyo. Con una gran pasión por el detalle creó una representación de su próspera ciudad natal para el Palazzo Pubblico de Siena. Aunque el estilo lineal y gráfico de Lorenzetti se diferencia notablemente de las composiciones monumentales de Giotto, dispuestas en bloque, se cree que Lorenzetti conocía las reglas fundamentales de Giotto sobre la representación del espacio. En este fresco la plaza, que se encuentra en primer plano, se convierte en el escenario, mientras que la arquitectura gradual y con un considerable nivel de perspectiva otorga a todo el fresco una profundidad espacial. No obstante, la epidemia de peste que tuvo lugar en 1348 y que también acabó con el esplendor de Siena, se llevó consigo todo el conocimiento de la perspectiva, que por aquel entonces sólo se transmitía de forma oral. No fue hasta cien años más tarde en que fue redescubierta por Masaccio y a lo largo de todo el siglo XV fue investigada matemática y científicamente por los artistas, que la llevaron a su máximo esplendor.



Puesto que el realismo de Giotto ha influido en todas las generaciones posteriores de pintores, el pintor y escritor Giorgo Vasari lo calificó de “padre de la pintura”. Vasari escribió en 1550 la biografía de los artistas italianos más conocidos y de esta forma redactó la primera historia del arte de la humanidad. El hecho de que Giotto encabece la lista de pintores de la Edad Moderna que se describen en la Vida de los más eminentes pintores, escultores y arquitectos italianos es del todo acertado, porque su concepción no sólo introdujo la tridimensionalidad en la pintura sino que también fue el primer artista que firmó su obra. Con este signo de individualidad creadora puso en marcha un desarrollo, cuya consecuencia fue que los pintores comenzaran a valorarse a sí mismos como algo especial, distanciándose de la tradicional idea del artesano.


Tomado de Krauße, Anna-Carola, Historia de la Pintura. Del Renacimiento a Nuestros Días, Colonia Alemania, 1995, Editorial Könemann, pp. 6-8.

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