Según una frase famosa de Charles Seignobos, «El
amor es un descubrimiento del siglo XII».
Esta afirmación paradógica puede matizarse. Evidentemente no se
refiere al sentimiento espontáneo y natural, sino a una estilización
de la pasión de origen literario. […] Desde esta perspectiva
parece indudable la influencia de la literatura del periodo cortés,
que ha elaborado en torno al amor todo un programa de gestos y
sentires, una mística del amor, prototipo idealizado por muchos
siglos. Los primeros grandes mitos del amor reciben en este momento
histórico su figura clásica. El amor que se enfrenta a la sociedad
en Tristán e Isolda, el amante adorador sumiso de la amada
imposible en El caballero de la carreta, los conflictos entre
el amor, el matrimonio y la aventura en Erec, Cligés,
Ivain.
Ese refinamiento sentimental denominado en provenzal como fine
amor y, de modo más general, como “amor cortés”, tuvo sus
orígenes en la Francia meridional de los trovadores, primeros
difusores y propagandistas de ese modo de comportarse con las damas
que representa una revolución respecto de los hábitos de la época.
El cruce de esa nueva sensibilidad con la atmósfera misteriosa y
trágica de algunas leyendas de la Antigüedad clásica o del mundo
céltico ha sido decisivo para el romanticismo de la cortesía
medieval.
Parece apropiado pensar en la corte de Inglaterra en tiempos de
Leonor de Aquitania y en la de su hija María de Champaña como los
lugares brillantes para tales encuentros de influencias. Precisamente
en la corte de la condesa María, quien encargó a Chrétien su
Lancelot, se compuso el famoso Tractatus De Amore, que
recoge de una manera programática y teórica las normas del amor
cortés.
Los rasgos más acusados de esta doctrina amorosa son cuatro:
humildad (del amante), cortesía, adulterio y religión del amor.
- Humildad del amante.
Humildad debe ser una de las virtudes básicas del caballero ante la
amada. Es a ella a quien ensalza, situándola en un plano superior,
difícil de merecer; y el caballero se humilla ante la dama, le rinde
vasallaje y suplica a cambio de su servicio, sus favores amorosos.
Esta postura de sumisión se expresa en el lenguaje de la época: la
amada es invocada como “señora”, domina o domna
(en castellano “dueña”) o como “señor feudal”, midons
a quien se rinde vasallaje. Es a lo que se ha llamado “feudalización
del amor” (el amor que el fiel vasallo debía sentir hacia su señor
feudal es trasladado en una ágil metáfora a la amada).
- Cortesía.
La cortesía es ese refinamiento de maneras cortesanas que la buena
sociedad impone y que se expone de manera especial en el galanteo. En
la novelística, ese ideal del caballero cortés aparece en Geoffrey
de Monmouth y en la segunda redacción del Roman d’ Alexandre;
en la “triada Clásica” se perfila claramente, y resalta en las
novelas de Chrétien de Troyes. La corte del rey Arturo será el
espejo de toda cortesía, donde los paladines rivalizan con el modelo
de tales virtudes propuesto en la figura de Gauvain, el perfecto
gentleman, al mismo tiempo que se propone un ejemplo de
caballero descortés en la del senescal Keu, que acaba siempre
recibiendo una dolorosa lección.
En el galanteo el papel activo corresponde al caballero, quien debe
servir a la dama, que atiende como desde un estrado a sus proezas.
Ella tiene la última palabra, y se permite fingir desdenes y
aprestar obstáculos para probar a su galán. Los largos regateos
amorosos son para ella lo más sabroso de esa relación. La demora en
conceder sus favores da pie a las quejas líricas y a la nostalgia
melódica de los trovadores. La belle dame sans merci
sabe prolongar ese juego cortesano. En el largo asedio galante se
purifica y se sublima el deseo sexual. Por encima de esa sensualidad
se elabora una psicología cada vez más sutil y espiritual. Esta
cortesía supone un amable impulso civilizador en medio de la
brutalidad de los tiempos que reflejan los cantares de gesta y los
relatos históricos.
- El adulterio.
En cuanto al adulterio, otro de los rasgos típicos de ese amor
refinado, recordemos la observación de C. S. Lewis: “cualquier
idealización del amor sexual, en una sociedad donde el matrimonio es
puramente utilitario, tiene que comenzar por ser una idealización
del adulterio”.
En la práctica real de la sociedad feudal el matrimonio no tenía
nada que ver con el amor, sobre todo en las capas superiores de la
sociedad medieval los matrimonios eran dictados por las conveniencias
sociales y dispuestos por las familias, sin gran intervención de los
contrayentes. Una rica heredera era pretendida por otros señores
influyentes, que ambicionaban aumentar con su dote sus dominios
territoriales. Las diferencias de edad entre los contrayentes no les
importaban demasiado; y los jóvenes sin grandes recursos no tenían
nada que hacer frente a los viejos señores con buenas rentas para
alcanzar la mano de una joven casadera de buena familia. Tanto los
viudos como las viudas volvían pronto a contraer matrimonio si con
ello tenían la oportunidad de agregar nuevas tierras a sus dominios.
La política matrimonial de la Edad Media era de un pragmatismo
despiadado.
La exaltación lírica del adulterio podía considerarse como una
expansión sentimental, permitida al margen de la práctica
matrimonial (que guardaba más relación con la hacienda y la
posesión física de los esposos que con la faceta sentimental). Esta
apertura cortés al adulterio (por lo menos espiritual) que
violentamente choca con la práctica de la época, en que la mujer
estaba sometida a los varones de la familia, pero también con las
normas de la moral cristiana, representa un mayor margen de libertad
personal para la mujer, sometida a ese duro servilismo matrimonial.
La concepción cortés del amor, que implica la afirmación de la
legitimidad del adulterio espiritual, reivindica para la mujer una,
aunque limitada, libertad; en cuanto enérgicamente rechaza y condena
la condición social que ponía a la mujer en la imposibilidad de
elegir y en la necesidad de dejarse, pasivamente, escoger. La
concepción cortés afirma que la institución social del matrimonio
respecta sólo la vida, diremos, física; mientras que la vida
espiritual está regulada por la ley de la fine amor, para la
cual no sólo es libre, sino además, “soberana” la mujer; para
la que no es escogida, sino que ella elige, restituye a la mujer, en
el orden espiritual, plena autonomía de determinación y de
deliberación1.
En el tratado sobre el amor que escribió el capellán Andreas en la
corte de Champaña (De Arte Honeste Amandi principios del
siglo XIII), la posibilidad de un amor existente entre los esposos es
categóricamente rechazada. Las razones de ello son que: los amantes
se conceden cualquier cosa recíproca y gratuitamente, sin ninguna
obligación, mientras que los esposos están obligados por el deber a
cumplir todos los deseos de uno a otro. Esta obligación mutua impide
la relación libre que caracteriza al amor noble. La obediencia de la
esposa hacia su marido contrasta con la posición dominante de la
dama en el amor cortés. El amor conyugal carece de mérito, mientras
que el amor cortés supone los riesgos de lo esforzado y lo furtivo.
Se admite la existencia entre los esposos de una posible maritalis
affectio distinta del amor. Pero sería abusar del sacramento
matrimonial el pretender convertirse en un vehemens amator de
la propia mujer. Quien cometiera tal impropiedad sería simplemente
un adúltero in propria uxore adulter (con su propia esposa).
Se puede agregar que la rutina matrimonial es algo opuesto a la
exaltación sentimental del amor cortés en busca de una recompensa
difícil o imposible. Esta dificultad de la recompensa física hace
que la pasión de los amantes se purifique y cobre tonos agudamente
espirituales. Es el amor que sabe apreciar los pequeños gestos, que
aguarda las mínimas señales y favores de la amada, en espera de la
última e íntima unión, que tal vez no llegará nunca (la tensión
potencia el sentimiento amoroso, la recompensa fácil puede
apagarlo).
Por otra parte, los señores feudales que aprobaron ese galanteo con
sus esposas no habrían dado con tanta facilidad su beneplácito a
esos cortejos de los trovadores, de suponer que después de la teoría
las relaciones podrían concluir en una práctica real del adulterio.
Una anécdota de la época cuenta como un celoso señor feudal hace
asesinar al trovador amante de su esposa y, después de arrancarle el
corazón, obliga a su mujer a comérselo. Los tratos de los nobles a
sus esposas eran con frecuencia de una notable brutalidad. Todo ese
galanteo cortesano adquiere una coloración más viva en contraste
con las costumbres reales de los matrimonios de la nobleza de la
época: mujeres repudiadas, abandonadas, que se retiran a un convento
para el resto de sus días, encarceladas en un apartado castillo, o
que pasan de un esposo a otro, según el capricho o la política de
los grandes. Por ello durante su época de esplendor resulta una
amable compensación para las damas sentirse rodeadas de un círculo
de cortesanos y poetas, halagadores, que le dedican un afecto fiel de
vasallos sumisos y la rodean de atenciones y en su forma más
exagerada le tributan una adoración que roza el énfasis religioso
como en el Lancelot o el Tristán e Isolda de Gottfried
de Estrasburgo.
- Religión del amor.
Como toda estilización artística, la lírica trovadoresca tiende a
una progresiva exageración de sus caracteres distintivos; avanza de
un lado hacia la abstracción alegórica, y de otro hacia el
misticismo. La insistencia en el aspecto subjetivo de la pasión
(propia de toda la lírica) adquiere mayor fuerza emotiva con el
distanciamiento del objeto amoroso o con la renuncia a una
realización de las ansias amorosas (como en Dante y los poetas del
dolce stil nuovo). Al
constatar la omnipotencia del amor, los poetas le aplican caracteres
divinos; lo consideran como un dios o bien una fuerza instintiva de
la naturaleza. También se diviniza y se adora en un culto sacrílego
a la amada. La explicación de esto es quizá el culto y la lírica
mariana, que alcanza su mayor incremento en los siglos XII y XIII, y
que referirá a la persona de María epítetos y fórmulas de
ensalzamiento que tienen paralelo en estas invocaciones profanas a
una amada imposible.
Es difícil precisar los orígenes
de esta concepción del amor, tan extraña a la práctica real de la
sociedad de la época. Sobre estos orígenes se ha escrito mucho. La
teoría que suponía una influencia latente de la herejía de los
cátaros albigenses, tan ferozmente reprimida en la época, es muy
atractiva, pero no parece resistir un análisis detallado. Otra
teoría supone la influencia árabe (con influjos líricos precisos
que llegaron desde España al sur de Francia). Otra resalta los
influjos de la lírica latina amorosa, clásica y tardía;
especialmente la erótica ovidiana. Probablemente la más cómoda
solución sea la de un cierto eclecticismo. Al extenderse por Europa
esta poesía sufre modificaciones y se aleja de su núcleo
originario, el sur de Francia. Así, el amor cortés del norte de
Francia es bastante diferente del occitano, muestra de esto es la
obra de Chrétien de Troyes, defensor del ideal de un matrimonio en
el que el caballero puede combinar el amor con la aventura y ser a la
vez esposo y amante perfecto (como en Erec y Enide).
Fuente: García
Gual, Carlos, Primeras
Novelas Europeas, Madrid,
1974, Editorial Istmo, pp. 73-84. Biblioteca
Samuel Ramos de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
Clasificación: PN678/G36
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