jueves, 14 de junio de 2018

Arte y literatura griegos



La transformación del mundo griego entre los siglos VIII y VI se produjo en todos los campos: en la cultura, en la religiosidad y en la vida espiritual.


En poesía, en una forma nueva, la lírica. Bajo esta denominación se agrupaban multitud de temas y diversos autores, con un común denominador: el hombre como individuo que contemplaba su propia alma.


Según los antiguos griegos, lírica es toda poesía acompañada de música, divisible en tres categorías: elegía, yambo y mélica (de melas, «frase musical»).


La elegía y el yambo se separaron pronto de la música para convertirse en poesía rítmica destinada a la recitación;


la mélica se especializó de acuerdo al instrumento musical de acompañamiento en


  • citaródica (con instrumento de cuerda similar a la lira: cítara) 
  • aulódica (con flauta).


La lírica era


  • monódica cuando era cantada por una sola persona, y
  • coral cuando era cantada por un coro.


Después los filólogos alejandrinos, respondiendo a su exigencia de ordenar el patrimonio cultural griego, crearon un canon también para la lírica y señalaron los nueve poetas líricos principales de los siglos VI y V a.C.: Alceo, Safo, Anacreonte (monódicos); Alcmán, Estesícoro, Íbico, Simónides, Baquílides y Píndaro (corales).


La producción lírica se articula en tres fases, de las que:


  • la primera se remonta al siglo VlI a.C., predominan las elegías y los yambos y se establecen los pródromos de la lírica coral;

  • la segunda (siglo VI a.C.) se caracteriza por la poesía monódica, pero también por el perfeccionamiento de la coral;
  • la tercera (siglo V a.C.) es la de los grandes líricos corales Simónides, Baquílides y Píndaro.


Las raíces de la poesía lírica han de buscarse en el culto y en los himnos cantados en honor de los distintos dioses; en las celebraciones, los acontecimientos que jalonaban la existencia como el matrimonio (himeneo, canto para las bodas) y la muerte (threnos, lamento fúnebre); en los cantos populares (nanas, cantos de estaciones, del trabajo), de guerra, de alabanza de hombres (epinicio, que celebraba la victoria de un atleta en los juegos olímpicos).

El nacimiento de la lírica coral tuvo lugar en ámbito dórico y Esparta -que en el siglo VII a.C. estaba mucho más abierta a la vida y a los estímulos externos de cuanto habría de estarlo después, al convertirse en un estado militarista- albergó dos escuelas de música y poesía.

Desde sus inicios el canto coral estuvo conectado al culto, como lo estuvo también la tragedia, que nace precisamente del canto coral, y además estaba ligado a movimientos de danza y a la elaboración del acompañamiento musical; la falta de la transcripción musical crea una grave laguna en el conocimiento de dicho género poético, del que sólo nos ha llegado la parte textual.


La lírica coral


Alcmán (nacido en Sardi poco después de 690 a.C.) es el primer poeta de que se tiene noticia, y su nombre está ligado a los partenos, coros para voces de muchachas, con los que se fijaron tres elementos esenciales para el desarrollo futuro de la lírica coral: el mito, la gnome (sentencia universalmente válida) y la admonición contra la ýbris (transgresión presuntuosa), por los que el hombre no debe pretender aquello que no le es concedido por los dioses,


Estesícoro e Íbico. Los temas heroicos y míticos, extraídos del género épico, son característicos de la lírica de Estesícoro (630-556/553 a.C.) y de Íbico (fines del siglo VI al V a.C.), ambos nativos de la Magna Grecia, como también la citarodia erótica que celebraba la belleza y el amor y que mejor convenía al ambiente privilegiado para dicho tipo de obras, el simposio.

Simónides de Geo (557/6-468/7 a.C.) era jonio. Su lírica privilegiaba el aspecto gnómico y los temas de la brevedad de la vida, sujeta a una fuerza ineluctable, contra la que ni los dioses pueden luchar.


Baquílides. En las odas de Baquílides (520 a.C.mediados s. V), los temas del mito se funden con la reflexión gnómica sobre la situación social de su tiempo.


Píndaro (522-518 c. 442 a.C.) es, después de Hesíodo, el poeta más grande de Beocia. Los puntos esenciales de su poesía gravitan en torno a una concepción aristocrática del hombre y a su valor innato: Los atletas olímpicos celebrados con frecuencia en su poesía son símbolo de dicha visión, como lo son los héroes del mito, de quienes los primeros descienden a menudo.



La lírica monódica

Alceo y Safo. La lírica monódica está ligada a la isla de Lesbos, por la presencia de Alceo y Safo, que trabajaron entre fines del siglo VII y principios VI a.C. Uno se distingue por la visión amarga y desolada del destino humano en un contexto político convulsionado; la otra por los cantos de amor, en los que expresa su emoción y su sufrimiento.


Anacreonte, nativo de Asia Menor, opera en una situación social, política y cultural diferente; asiste al declive de la aristocracia y contrapone, como expresión del surgimiento de una nueva clase artesana y comerciante, principios como la templanza y el amor.

Solón. En la poesía lírica, en el género elegíaco, se expresa también el primer poeta ateniense, Solón (s. VII a.C.), que ilustra en sus obras su compromiso político y su Visión ético religiosa.


El drama

Pasado el período arcaico entre fines del siglo VI e inicios del V a.C., mientras Atenas instauraba en su seno la democracia y se aprestaba a asumir la dirección política de Grecia, las viejas formas de la lírica ceden el paso a un género más complejo y adecuado a la cultura ética: el drama.

La tragedia era un acontecimiento público; todo el pueblo, comprendida la clase más pobre, se reunía en el teatro con ocasión de las representaciones. Estas eran puestas a punto por los choregoi, los ciudadanos más ricos de la comunidad y eran el elemento principal de la fiesta ateniense de las grandes Dionisiacas, durante la cual se proclamaban las honras para los ciudadanos eméritos, se recibía a los embajadores y se presentaba a los hijos de los caídos por Atenas. Concluida la celebración de Estado se daba inicio a la competición trágica, que enfrentaba a tres dramaturgos, cada uno con tres tragedias y un drama satírico, este último con el fin de mitigar el clima tenso de las tragedias. El público con su participación influía en el éxito de las tragedias, que a menudo presentaban temas, sentimientos o acciones que debían ser reprimidos, porque socialmente se consideraban desintegradores: el canibalismo por parte de padres, el incesto, el matricidio, o el suicidio permitían a los espectadores identificarse con los personajes a través de sus propios impulsos negativos, hasta llegar a la catarsis (purificación).

La estructura de la tragedia fue constante durante el siglo V:


  • un prólogo, que esbozaba los problemas y definía el clima;
  • el parodos, la entrada del coro;
  • los diálogos de los actores y entre éstos y el coro; y
  • el exodos, último canto del coro que acompañaba su salida de escena.


La estructura poética de las diversas partes preveía la división del coro en estrofas que se correspondían simétricamente desde el punto de vista métrico y que se combinaban con otro fragmento lírico, el épodo. El diálogo era en trimetros yámbicos, el metro más próximo al discurso cotidiano, y recurría a veces a un ritmo más sincopado, la sticomytia (hablar por líneas), un intercambio verso a verso entre dos personajes más afín aún a la conversación. Todos los papeles eran interpretados por hombres, aparte del coro, y no aparecían más de tres actores en el mismo drama. El hecho se ha explicado con la hipótesis de que el tres era la expresión perfecta de la familia o bien reflejaba la estructura indoeuropea de las personas: yo, tú, él (nosotros, vosotros, ellos).

El traje y la máscara eran el disfraz necesario para el actor; la máscara, además de desempeñar la función práctica de amplificar la voz, también era un medio para que el actor se «metiera» en el personaje.

La música y la danza completaban la representación y sobre todo referían la presencia del coro en escena.

Aunque los orígenes de la tragedia son oscuros se sabe que el coro fue un elemento originario; pero durante el s. V a.C. disminuyó su importancia, por lo que mientras en los dramas de Esquilo el coro intervenía influyendo sobre la acción, en los de Eurípides parece superfluo, o adquiere la naturaleza de interludio.

Los temas proceden casi siempre del mito, aunque pueden reflejar hechos históricos conocidos o contener alusiones a la situación política, como por ejemplo Los persas de Esquilo, drama que se desarrolla tras la batalla de Salamina (480 a.C.), donde Atenas logró una victoria aplastante, y está ambientado en Persia. El tema son las esperanzas de Jerjes durante la preparación de la expedición y la desilusión que siguió a la derrota. Se omite la batalla de Salamina, que hace de trasfondo y de premisa indispensable al drama. Cabe citar también La Orestíada de Esquilo, que celebra la transferencia de la justicia de la familia a la polis, signo del declive del poder aristocrático, y Edipo rey de Sófocles, en el que se ocultaban, tras los personajes de Edipo y Yocasta, Pericles y su mujer, Aspasia. Numerosas tramas estaban extraídas de los acontecimientos relativos a algunas sagas famosas, como la de la familia real de Atreo (Orestiada de Esquilo, Electra de Sófocles, Electra y Orestes de Eurípides).

Esquilo aceptaba las antiguas creencias, que presentaba con solemnidad, fiel a un sumo dios omnipotente, que es sobre todo justicia y orden. Frente a la soberana sabiduría de Zeus el héroe de Esquilo, bajo el peso de la maldición hereditaria, debe someterse reconociendo sus propios límites.

Sófocles. En el centro del teatro de Sófocles (496-406 a.C.), que tampoco se aleja de la religiosidad tradicional, se halla el hombre y su destino. Sus héroes se mueven en un mundo de contradicciones, de las que precisamente un dios es el motor supremo: pero se les deja solos frente al absurdo de la existencia. Ello tiene lugar más allá del criterio de justicia que presidía la acción divina en las tragedias de Esquilo: Edipo es hijo de la Tyche, diosa de la suerte y del destino, que él mismo habrá de sufrir hasta la muerte, último refugio tanto para él como para cualquier otro hombre.

Eurípides. En los 15 años que separan a Sófocles del otro gran tragediógrafo ateniense, Eurípides (485/484-406 a.C.), tuvo lugar una revolución intelectual en la que tuvo un papel preminente el pensamiento sofista, que no dudaba en contestar las antiguas creencias y en criticar la tradición. Para Eurípides el mito se convierte en un pretexto a través del que afrontar temas discutidos en su época, dilemas políticos y éticos. Su héroe busca la explicación de su propia vida, se debate entre instinto y razón, entre ley y naturaleza, entre lo desconocido y dios, pero es incapaz de hallar dentro de si el equilibrio perdido.


La comedia. Nacida, según Aristóteles, de los cantos celebrados en las aldeas durante las fiestas dionisíacas, de cortejos de hombres disfrazados de animales, la comedia ética adquirió dignidad literaria en el siglo V con la obra de Aristófanes (444/441-386/385 a.C.). La principal característica de su comedia era su inspiración en la realidad de la vida cotidiana ateniense de la época, y, por tanto, las referencias a determinadas situaciones políticas, a hombres vivos, a costumbres y manías de sus contemporáneos, observadas siempre con humor e ironía, son una fuente de gran importancia para el conocimiento de dicha fase histórica.



La narración historica


Herodoto. También es el hombre el protagonista de la narración histórica de Herodoto, el griego de Asia, gran viajero, que vivió en la Atenas de Pericles. En el prólogo de sus Historias presenta su trabajo como una transcripción de cuanto ha visto en primera persona, pero también de lo que ha extraído de otras fuentes o de la "opinión común”. Como ocurre en la realidad, se insertan en la obra hechos y acontecimientos fantásticos e increíbles, pero porque él los siente como manifestaciones del misterio que domina la vida, frente a la que la racionalidad humana se detiene. Las causas mismas de los acontecimientos no están controladas por la voluntad del hombre, sino dominadas por un principio divino -al que Herodoto prefiere referirse sin identificar a ninguna divinidad determinada que rige incluso la casualidad. La acción de los dioses está a veces condicionada por razones morales, pero en otros casos está determinada por la necesidad de reconducir a sus límites al hombre que intenta superar su propia condición. La riqueza, el poder y la felicidad conducen al mortal a la úbrís (la envidia) del dios, que castiga toda transgresión de su orden. Por ello, Herodoto no indaga las causas de los hechos, incomprensibles, sino que observa la reacción del hombre frente a ellos; aunque no sea el motor de los acontecimientos narrados, el hombre es el auténtico protagonista de su obra.
Tucídides. Por el contrario, con Tucídides (segunda mitad del siglo V a.C.) el hombre, dueño ya de si mismo, es el artífice de su historia, en la que no tienen espacio lo irracional ni lo trascendente. El historiador, que trata la guerra del Peloponeso, excluye de la narración el elemento mítico y fabuloso, presente todavía en Herodoto: ello, afirma, podría hacer menos agradable la lectura, pero la hace sin duda más válida para quien busque la verdad. Y en nombre de ésta el autor narra sólo aquello a lo que él o sus contemporáneos han asistido, y somete a dura crítica la historia más antigua de la Hélade, interpretándola con racionalidad y con juicios a veces contrarios a la tradición y a toda autoridad.



La escultura

La estatuaria monumental en piedra, que sustituyó a la producción anterior en madera, nació en el siglo VII a.C. El kouros





y la kore,





es decir, la estatua masculina desnuda y la femenina vestida, aunque no representasen determinados personajes o divinidades, podían ser dedicados como ex votos en un santuario o como señales sobre una tumba. De la estaticidad de las figuras, con los brazos caídos a ambos lados del cuerpo y los puños cerrados, se pasó a poses algo distintas, los brazos,ya no adheridas al tronco, se plegaban hacia adelante en actitud de ofrenda. Un ejemplo de dicha evolución es el grupo del denominado Portador del ternero (Moscóforo) dedicado por Rhombos en la Acrópolis de Atenas en torno a 560 a.C. El joven, de poderosa figura, aparece en el acto de avanzar llevando el animal sobre los los hombros. Con el tiempo, los caracteres anatómicos de las figuras fueron objeto de estudios que llevaron a una plasmación cada vez más realista de la estructura ósea, de las articulaciones y de la musculatura; no quedó atrás la exigencia de buscar y representar una figura de belleza ejemplar, perfecta y, por tanto, aún abstracta. Hacia mediados del siglo VI .C. aumentó la actividad comercial ateniense: lo atestiguan los hallazgos de reductos de importación ética en lugares situados a lo largo de las antiguas rutas navales. Destaca entre ellos la bellísima ánfora recuperada en Vulci, en la que se describe un episodio de la guerra de Troya: dos héroes, aquiles y Ayax, sentados en escabeles y jugando a los dados. La técnica utilizada para su ejecución es la de figuras negras consistente en pintar los temas con barniz negro sobre la superficie roja de la vasija. El autor firmó su obra: «Exequias fabricó y pintó».

Quizás en la estela de los progresos realizados en el ámbito pictórico en la plasmación del movimiento, los escultores y los broncistas estudiaron diversas argucias para liberar sus representaciones de la rigidez primitiva. Una obra significativa de esta época, que registró el desarrollo de una nueva concepción estética denominada severa, es el Discóbolo





de Mirón, escultor nacido en Elentere, en Beocia, en la primera mitad del s. V a.C. y que trabajó en Atenas entre 450 y 440 a.C. El artista, empeñado en el estudio del cuerpo y de los diversos aspectos de la imagen en el espacio, presenta al atleta recogido en sí mismo, en la concentración que antecede al lanzamiento, en actitud de gran tensión. El creador de esta nueva concepción espacial parece haber sido el pintor Polignoto, nacido en la isla de Tasos y que trabajó en Atenas en torno a mediados del siglo V a.C., a quien conocernos únicamente a través de las descripciones que Pausanias hace de sus obras: Polignoto situaba sus figuras en diversos planos y daba a sus rostros un aspecto menos rígido y más variado, aunque la profundidad psicológica de sus obras se expresa más en la actitud de los personajes que en la expresión del rostro.

Mientras Mirón busca aferrar la realidad captando al atleta en el instante que precede al movimiento, otro escultor, Policleto de Argos (460-415 a.C.), representa la figura en equilibrio entre la parálisis y la acción con el célebre Doríforo.





La estatua, que concretiza la teoría formulada por el artista sobre las proporciones ideales de la figura masculina desnuda (el Canon), se convierte para los artistas en el modelo del que extraer medidas y líneas de fuerza.

Con Fidias, artista insuperable de la época de Pericles, se entra en plena época clásica. Su fama está ligada a su intervención en el Partenón como arquitecto y escultor. Dirigió las obras de ejecución de la metopa del friso dórico exterior (centauromaquia) realizadas entre 448 y 442 a.C. por varios escultores, que tenían ecos del «estilo severo». Sus influencias innovadoras se aprecian en el friso que rodea la cella (procesión de la fiesta panatenaica) y en las estatuas de los frontones. El suyo es un estilo rico y libre que busca el elemento humano en el reflejo psicológico: los distintos personajes no se diferencian por sus atributos, sino por caracterizaciones individuales, como hombres y mujeres, no como héroes del mito.

Su nombre también está ligado a dos estatuas colosales, la Atena Parthenos y el Zeus Olimpio crisoelefantinas, tan famosas que el Zeus estuvo considerado entre las siete maravillas del mundo.

Fidias plasmó la concepción de la época de Pericles según la cual el hombre es el protagonista de la historia y de la sociedad, y de esta realidad humana plasmó un retrato idealizado.

Fuente: Gran Historia Universal. Época Clásica. Barcelona, Ediciones Folio S.A., 2000, pp. 78-81.


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miércoles, 13 de junio de 2018

Imperialismo en el siglo XIX

Resurgimiento del imperialismo a partir de la década de los setentas (del siglo XIX)

Son muy diversas las causas que contribuyeron al resurgimiento del imperialismo y al afán de obtener posesiones coloniales en ultramar a partir de 1870. Entre ellas figuran las siguientes:

1. Económicas.

La Revolución industrial había mejorado notablemente los medios de transporte y de comunicación entre los pueblos. También había mayor demanda de materias primas y de mercados en los que podían venderse los artículos fabricados. Así que las naciones se afanaron por asegurarse mercados para la adquisición de materias primas como mercados para el consumo de los productos elaborados en sus fábricas: esto es lo que se denomina imperialismo económico.

2. Sociales.

Algunos gobiernos pensaron que las colonias se convertirían en regiones hacia las cuales podría emigrar la población sobrante. Muchos negociantes, inversionistas, bancos y compañías, estaban convencidos de que las colonias les ayudarían a realizar grandes ganancias y algunos estadistas ambiciosos creyeron que podían aumentar su prestigio mediante la expansión imperialista de su país

3. Políticas y militares.

Los jefes de gobierno consideraron que adquiriendo nuevas colonias podrían afianzar el dominio que ejercían sus respectivos países en el extranjero, aumentar su poderío militar y fortalecerlo en caso de guerra.

4. Nacionalistas.

Durante el siglo XIX los sentimientos nacionalistas impulsaron a los diversos pueblos a que sus respectivos países sobresalieran por la extensión de su imperio. El imperialismo se consideraba como un símbolo de triunfo.

5. Filantrópicas.

Muchos hombres pensaron que su país tenía el deber de educar y “civilizar” a los habitantes de otras regiones de la tierra. Otros grupos, movidos por el celo apostólico, quisieron propagar el cristianismo entre los demás pueblos del mundo.

Todas estas causas propiciaron las actividades imperialistas en al Extremo Oriente, África, la América Latina y otros lugares. Así fue como los negociantes y los soldados de Inglaterra, Francia, Alemania y otros países llevaron el dominio europeo y las formas de vida occidental a los pueblos más lejanos de nuestro planeta.


Reparto del África tropical entre los países europeos

África tropical atrajo la atención de los países europeos el siglo pasado, ya que en este fascinante continente había ricos yacimientos de diamantes, oro y cobre, y oportunidades comerciales sin límite. Y había pueblos que parecían ser presa fácil para los europeos, cuya ambición era aumentar sus posesiones y sus riquezas. Hacia el año de 1870 África se convirtió en el blanco principal del imperialismo europeo.

El África tropical que abarca la mayor parte del centro de este continente era un misterio para la civilización. Los ingleses Speke, Burton y Baker descubrieron las fuentes del Nilo (1860-1864). Otros muchos viajeros, alemanes como Barth y Nachtiegal, por una parte y el francés René Caillé, por otra, fueron los primeros en explorar los vastos desiertos del Sahara; Binger Foureau, Monteil y Lamy, franceses, exploraron la región de las estepas del Sudán y descubrieron el río Níger y el Lago Chad. El inglés D. Livingstone, el francés Brazza y el americano Stanley descubrieron y exploraron al sur del Sudán, las regiones forestales ecuatoriales regadas por el gigantesco río Congo. Y cuando el secreto del África tropical quedó descubierto, principió el reparto del continente. Las potencias europeas compitieron entre si para apoderarse de los territorios que descubrían y explotaban; entre éstas estaban Inglaterra, Francia, Alemania y Bélgica.

Una de las adquisiciones más importantes en el reparto fue el dominio del Congo cuyo territorio era ochenta veces más grande que Bélgica y fue declarado posesión particular del rey, entonces Leopoldo II.

Los franceses establecieron sus colonias a lo largo de las regiones costaneras del Senegal, Dahomey, la Guinea Francesa y la Costa de Marfil; luego penetraron en el área del desierto del Sahara. Con el tiempo, formaron un gran imperio en el África Occidental Francesa.

Los alemanes entre 1884 y 1891 se apoderaron de Togo, África Suroccidental Alemana y el Camerún. La Gran Bretaña, considerada por muchos alemanes como su rival más peligrosa, fundó la importante colonia de Nigeria y otras más pequeñas en la costa occidental.

Tanto los alemanes como los ingleses compitieron también por el dominio del África Oriental.


La situación de África del Norte

Franceses, ingleses e italianos rivalizaron para obtener concesiones que les permitieran explotar África del Norte. Francia invadió Argelia con pretextos políticos y militares; una vez sometidos los argelinos (1871), invadió Túnez (1881) y lo ocupó como su colonia. La división de África entre varias potencias europeas trajo consigo frecuentes amenazas de guerra que se resolvieron mediante alianzas y tratados hasta que se originó la Primera Guerra Mundial en 1914, después de la cual muchos de los imperios coloniales desaparecieron, para hacer un nuevo reparto del mundo entre los vencedores.


A mediados del siglo XIX Egipto todavía era parte del Imperio Otomano, pero cada vez funcionaba más como un país independiente. Durante el gobierno de Ismail, quien era un individuo ambicioso que deseaba europeizar a Egipto, parecía que el país marchaba hacia una completa independencia. Ismail adoptó el título de khedive o virrey e inició proyectos muy ambiciosos, como ferrocarriles, líneas telegráficas y la modernización de los puertos. Pero lsmail fue también el manirroto más famoso de su época y gastaba dinero en forma muy desordenada. En esta forma se fue endeudando terriblemente con bancos europeos en los cuales conseguía préstamos a intereses exorbitantes.

Egipto adquirió una importancia especial el año de 1869 al abrirse el canal de Suez. Esta obra fue construida por una compañía francesa y financiada en gran parte por el khedive. Los ingleses no mostraron en un principio mucho interés por la obra, pues no creyeron que funcionara. Pero tan pronto como se abrió se dieron cuenta de que su control era importante, ya que era la ruta vital para su imperio en la India. El año de 1875 lsmail, imposibilitado para pagar los intereses de la deuda, vendió sus acciones del canal al gobierno inglés.

Pero las finanzas del khedive se encontraban tan revueltas que al año siguiente, tuvo que ponerlas bajo un "control dual" de Francia e Inglaterra.

Tres años después, fue depuesto al tratar de desalojar a los extranjeros y su sucesor tuvo que someterse al control dual; esto provocó una rebelión de algunos de sus súbditos. Los franceses se negaron a usar la fuerza, pero los ingleses bombardearon Alejandría, desembarcaron un ejército y restauraron al khedive. Este, de aquí en adelante, fue manejado totalmente por los ingleses y Egipto de hecho se convirtió en un protectorado de Inglaterra.

Por lo tanto, para el principio de la Primera Guerra Mundial, África había quedado repartida entre las naciones europeas. Las únicas excepciones eran Abisinia y Liberia. El primero de estos países logró conservar su independencia al derrotar, el año de 1896, a los italianos que lo quisieron conquistar. Liberia se formó con negros que habían sido esclavos en los Estados Unidos, cuya libertad había sido comprada por ciertas sociedades benéficas y luego trasladados a un territorio que habían adquirido en África, por lo que este país estaba hasta cierto punto protegido por los Estados Unidos.


El imperialismo en China.

China fue una de las naciones más afectadas por el imperialismo europeo. Los ingleses particularmente tenían un gran interés en comerciar con el imperio chino, cerrado desde hacía siglos al comercio europeo. Los ingleses, amos de la India, deseaban mayores derechos para comerciar con la China que les imponía muchas restricciones. A pesar de ello, por medio del contrabando introducían en China grandes cantidades de opio. El gobierno chino, al ver las consecuencias fatales de esta droga, hizo arrojar al mar miles de pacas de opio. Inglaterra en respuesta le declaró la llamada Guerra del Opio (1839-1842). Los chinos fueron vencidos fácilmente por el ejército invasor. El gobierno chino tuvo que pedir la paz, firmándose el Tratado de Nankín (1842) con las siguientes estipulaciones:

  • Cesión definitiva de la isla de Hong Kong a Inglaterra (aún ahora la sigue conservando).
  • Apertura de cinco grandes puertos chinos, principalmente Cantón, Shangai, para el comercio y el establecimiento de los extranjeros.
  • Admisión de cónsules europeos en China.
  • Liberación de los prisioneros ingleses y pago de una fuerte indemnización de guerra.

Los Estados Unidos, Francia, Bélgica, Prusia, Holanda y Portugal pidieron y obtuvieron privilegios. Además, lograron el derecho de extraterritorialidad, esto es, el derecho de los extranjeros de ser juzgados en tribunales propios, de acuerdo con sus propias leyes, por delitos cometidos en China; lo cual indignó a los chinos al sentir reducida su soberanía dentro de su propio país, En 1856 Inglaterra y Francia comenzaron una nueva guerra con China; los europeos salieron victoriosos y consiguieron que se abrieran diez puertos más al comercio extranjero; se permitió a los europeos viajar por el interior del país, se legalizó el comercio del opio y se dio protección a los misioneros extranjeros.


Con estas infortunadas guerras, la dinastía Manchú fue perdiendo prestigio y hubo rebeliones contra ella y contra los extranjeros; pero las naciones occidentales seguían tratando de afirmar y ensanchar sus posesiones dentro de China ya que se construyeron ferrocarriles y se tendieron líneas telegráficas. Algunas tropas se organizaron a la europea, pero los chinos siguieron mostrándose hostiles para con los blancos; apareció un fuerte sentimiento nacional y en 1900 estalló por fin la lucha. Una sociedad secreta, los boxers, que asesinaron a cerca de 300 extranjeros, sitiaron las legaciones extranjeras y atacaron a los chinos cristianos.

Las potencias occidentales enviaron una expedición conjunta en auxilio de los que se encontraban sitiados en Pekín. Los soldados extranjeros saquearon la ciudad, los boxers fueron sometidos y China fue obligada a pagar una fuerte indemnización y a conceder a las naciones extranjeras mantener fuerzas armadas en Pekín y en Tientsin. En los tratados firmados entre China y los países extranjeros favorecieron en mucho a los últimos, pero los chinos, como nación, era respetada su integridad, abandonándose la idea de reparto.

El gobierno se dio cuenta de que China debía modernizarse para conservar su independencia y progresar; entonces se aprobaron muchas de las reformas propuestas por el emperador. Se establecieron escuelas oficiales que enseñaban inglés y otros estudios occidentales, así como los asuntos chinos; y muchos jóvenes fueron enviados a estudiar a América y Europa. Se intensificaron el comercio y la industria, otorgando más concesiones a los extranjeros y se prohibió el tráfico del opio.

Hubo grandes reformas en el aspecto administrativo del gobierno y así fue como China fue adquiriendo los elementos de la civilización occidental que la fueron llevando a estar a la altura de una nación moderna occidental; una revolución que estalló en 1911 suprimió la ancestral monarquía china y proclamó la república en 1912.


El despertar del Japón


Generalmente se cree que los antepasados del pueblo japonés fue un grupo étnico, al que ahora se le conoce como raza yamato, que gradualmente fue estableciendo su supremacía sobre los clanes y tribus guerreras durante los primeros tres o cuatro siglos de la Era Cristiana. Los jefes yamato son considerados generalmente como los antecesores de la familia imperial del Japón.

Hacia fines del siglo IV d.C., se estableció contacto entre Japón y los reinos de la Península de Corea. A través de Corea se introdujeron al país diversas artes, tales como el tejido, el trabajo del metal, la curtiduría de pieles y la construcción de embarcaciones, artes que habían alcanzado gran desarrollo en China bajo la dinastía Han. En esos primeros años Corea y China fueron las fuentes de donde Japón aprendió las artesanías y las artes, los conocimientos que fueron las bases sobre las cuales gradualmente construyó su propia cultura. Se adoptó la escritura china y aprendieron por medio de ella los rudimentos de la medicina, los secretos del calendario y la astronomía y el confucionismo. En el año de 538 llegó también a Japón el budismo, desde la India, pasando por China y Corea. El sistema chino de gobierno fue la pauta sobre la que los gobernantes basaron su propio sistema.

La primera capital permanente del país se estableció en Nara a principios del siglo VIII. En 794 se edificó una nueva capital en Kioto y fue la residencia imperial por casi mil años. Los contactos con China se interrumpieron hacia fines del siglo IX y la civilización japonesa comenzó a tomar características y formas especiales propias.

El emperador fue considerado hasta hace pocos años como descendiente de los dioses, jefe supremo del shintoísmo (religión del Japón), vivió recluido como una divinidad en la región de Yamato y en Kioto y sus alrededores. Símbolo viviente de su religión, no se mostraba jamás a sus súbditos ni a los extranjeros.

Su primer ministro o shogún, general en jefe representante de la aristocracia militar, era de hecho el verdadero mandatario del imperio .

En el siglo XII el shogún Yoritomo dio al país una organización feudal que duró por espacio de siete siglos.

En los siglos XIV, XV y XVI hubo frecuentes luchas entre los señores feudales, los cuales pretendían alcanzar el puesto de shogún, y el país cayó en la anarquía militar. Tokugawa Leyasu se impuso a los señores y fundó el shogunado Tokugawa que perduró desde el siglo XVII hasta 1868.

Los primeros europeos que llegaron a Japón fueron los comerciantes portugueses en 1542; pronto fueron seguidos por españoles y holandeses, y más tarde por los ingleses que llevaban sedas de China, especias de la india y armas de Europa. Misioneros jesuitas y de otras órdenes católicas iniciaron su propaganda religiosa convirtiendo a miles de japoneses. Por algún tiempo los misioneros cristianos fueron tratados muy bien en el Japón, pero después Toyotomi Hideyoshi, que ostentaba el poder supremo en el país, acabó por dictar una orden de expulsión contra los extranjeros. Sólo la Compañía de Indias Orientales, de Holanda, y los chinos pudieron comerciar con ellos en el puerto de Nagasaki. Solamente algunos japoneses disponían de un permiso oficial para comerciar con los chinos y los holandeses. Cualquiera otra persona que comprara artículos extranjeros era condenada a muerte. Una barrera casi infranqueable se levantó entre Japón y el mundo exterior.

El rápido desarrollo del Japón

El aislamiento del Japón terminó cuando el comodoro norteamericano Mateo C. Perry visitó este país en 1852, entrando a la bahía de Tokio con cuatro barcos. Regresó al año siguiente, y convenció a los japoneses para que firmaran un tratado de amistad con su país. A continuación, en el mismo año se firmaron tratados similares con Rusia, Gran Bretaña y los Países Bajos, y así, Japón se abrió nuevamente al comercio internacional. Estos tratados se cambiaron cuatro años más tarde por tratados comerciales, y se firmó un tratado similar con Francia.

El impacto de estos sucesos aumentó la presión de las corrientes políticas y sociales que estaban minando las bases de la estructura feudal. Durante una década hubo una gran agitación, hasta que, en 1867, se derrumbó totalmente el sistema feudal del shogunato de Tokugawa y, con la restauración del Meiji de 1868, se restableció la completa soberanía del emperador.

La época Meiji (1868-1912) representa uno de los períodos más notables en la historia del mundo. Bajo el emperador Meiji (su nombre era Mutsujito), el país se lanzó a lograr en sólo unas décadas lo que Occidente había tardado siglos en desarrollar: la creación de una nación moderna, con industrias modernas y un estilo moderno de sociedad.

En el primer año de su reinado el emperador Meiji trasladó la capital del imperio de Kioto a Edo, donde se había asentado el anterior gobierno feudal. La ciudad cambió su nombre por el de Tokio, que quiere decir “La capital de Oriente".

Se promulgó una constitución que establecía una monarquía constitucional. Se abolieron las antiguas clases en que se dividía la sociedad durante la época feudal. Todo el país se lanzó con energía y entusiasmo al estudio y a la adopción de la moderna civilización occidental. De acuerdo con los modelos occidentales, se creó un sistema de escuelas públicas modernas en todo el país y se establecieron universidades en Tokio y en Kioto. Muchos estudiantes japoneses salieron también al extranjero a estudiar en las universidades de Estados Unidos y de Europa.

La restauración Meiji fue como el reventar de una presa en la que se hubieran acumulado la energía y el dinamismo de muchos siglos. El ímpetu y la efervescencia causados por la repentina descarga de esta energía se hizo sentir en el extranjero.

Japón, antes de que finalizara el siglo XIX, empezó a desarrollar una política imperialista, como resultado de su población creciente, de su falta de terreno laborable, de la falta de materias primas para su industria y de la necesidad de mercados para sus productos.

Japón demostró su poder sobre China en 1894, en que obtuvo la posesión de Formosa, la isla de Pescadores y una esfera de influencia en Corea. Diez años más tarde, el país se vio envuelto en Ia guerra ruso-japonesa (1904-1905) en que Japón salió victorioso. Los japoneses ocuparon Corea, bloquearon Puerto Arturo e invadieron Manchuria obligando al ejército ruso a replegarse.

Los Estados Unidos trataron de intervenir por vía diplomática para impedir que el Japón se hiciera demasiado fuerte en el Pacífico.

En 1905, se reconoció a Corea como zona de influencia del Japón y también se le dio a Japón el derecho de arriendo de Puerto Arturo y su península. Además Rusia le cedió la mitad meridional de la isla de Sajalin. Manchuria, reintegrada a China, acabó por dividirse en dos zonas de influencia: la rusa y la japonesa.

En la primera década del siglo XX la flota comercial japonesa rivalizaba con las primeras potencias y traficaba con países de América, Australia, Asia y Europa. Varios tratados comerciales las aseguraban a los japoneses su vida económica.

El emperador Meiji, cuyo gobierno ayudara tan notablemente a la nación a través de las dinámicas décadas de su transformación, murió en 1912 antes de que estallara la Primera Guerra Mundial. Japón figuraba ya como una de las primeras potencias del mundo y participó en esa contienda como aliado de las potencias occidentales contra Alemania.

El imperialismo de los Estados Unidos


Con la fórmula de Monroe "América para los americanos" que impedía a las naciones de otros continentes realizar nuevas adquisiciones territoriales, en América, y a las colonias ya establecidas, cambiar de dueños, los potentes Estados Unidos de América adquirían Alaska, las islas Hawaii y Guam, en el Pacífico, y en la guerra Hispano-Americana, Filipinas y Puerto Rico; además de que ejercían una marcada influencia económica en otros países de América.

En 1898 estalló el conflicto decisivo entre Estados Unidos y España. La isla de Cuba había tratado de independizarse de la Madre Patria sin poder lograrlo. Los Estados Unidos censuraron a España por su política de represión en Cuba y acabaron por enviar buques de guerra a La Habana para resguardar los intereses de los cubanos. El acorazado norteamericano Maine se hundió frente al puerto, en 1898, debido a una explosión, los Estados Unidos hicieron responsable de esto a España y le ordenaron retirara sus tropas y reconociese la independencia de Cuba.

Desde luego España se negó a ello; pero fue vencida por los norteamericanos, mejor dotados de flota y armamento. El tratado de París puso fin a la contienda (10 de diciembre de 1898); España entregó a Estados Unidos Puerto Rico, las Filipinas, Ia isla de Guam, como ya se dijo antes, y reconoció la independencia de Cuba. Desde entonces los Estados Unidos tuvieron gran control en la Isla en todos los aspectos.

En Filipinas sus habitantes intentaron crear una república independiente en 1899, pero fueron vencidos y sometidos por los norteamericanos que lograron desde entonces gran predominio en el Océano Pacífico.

Los Estados Unidos, en 1903, fomentaron la separación de Panamá de Colombia para poder llevar a cabo el Canal de Panamá, en el Istmo del mismo nombre, con derecho a construir fortificaciones. El Océano Atlántico y el Océano Pacífico se comunicaron al realizarse esta gran empresa que fue inaugurada el 12 de julio de 1920. Desde el punto de vista comercial y militar el Canal es muy importante. Ha aportado beneficios incalculables para América Latina, así como también a los demás países de la tierra.


Resultados del imperialismo


El imperialismo ha tenido múltiples consecuencias o resultados en las relaciones internacionales y en el desarrollo económico y cultural de los pueblos; entre las más importantes están las siguientes:

1. Países como Inglaterra, Francia, Holanda, Rusia, Bélgica y otras naciones europeas, así como Japón y los Estados Unidos: extendieron su dominio económico y algunas veces político sobre otras regiones de la tierra que no eran su propio país.

2. En los lugares donde se ejerció dominio, es decir en las colonias, se incrementó el comercio con las naciones extranjeras y se explotaron en gran escala los recursos naturales de cada región; además, se propició la inversión de capitales en países coloniales. Los beneficios, como es de suponerse, eran siempre mayores para los capitalistas extranjeros que por lo general formaban parte de poderosas Compañías.

3. Algunos países imperialistas pusieron especial cuidado en mejorar la salud, la educación y el bienestar social de los pueblos coloniales, propiciando el progreso de muchos de ellos.

4. La vida de los continentes Asiático y Africano se vio modificada por los países de cultura avanzada; se introdujeron los adelantos técnicos en materia de transporte y de comunicación; otro tanto se vio afectada Europa por las culturas de pueblos de Asia y África.

5. Los conocimientos sobre geografía, ciencias biológicas, antropología, etnografía, etc., aumentaron considerablemente al explorarse y conocerse nuevas tierras sobre todo en el Continente Africano.

6. La intercomunicación entre los diversos pueblos y culturas favorecieron su acercamiento y el conocimiento de los diversos credos religiosos existentes en el mundo, despertándose el deseo de penetrar en los dogmas de otras religiones y a muchos les permitieron afirmar más el credo que profesaban.

7. Las ambiciones y rivalidades imperialistas han traído como resultado frecuentes y terribles guerras entre las grandes potencias por la posesión y explotación de las colonias, con las necesarias consecuencias de provocar la miseria y el odio entre los pueblos explotados.


Isidro Vizcaya Canales y Etelvina Torres Arceo. Historia Mundial Contemporánea 1871-1974. México. Secretaría de Educación Pública. 1983. pp. 22-30.

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Grecia, Época Clasica.


El pueblo griego hunde sus raíces en la estirpe indoeuropea que, tras las sucesivas migraciones desde su sede primitiva, en la zona centro-septentrional del continente eurasiático, descendió a la península Balcánica hacia mediados del tercer milenio a.C., donde se fundió con las poblaciones indígenas. Rubios y de estatura alta, al igual que son rubios y de aspecto imponente algunos héroes de Homero, los conquistadores indoeuropeos, convertidos en señores del país ocupado, impusieron su propia lengua y su organización social, basada en la familia de tipo patriarcal; practicaban el pastoreo y una agricultura muy primitiva, creían en la existencia de numerosas divinidades y, en particular, de un dios supremo y luminoso.

Por el contrario, fue inmune a las infiltraciones extranjeras el antiguo pueblo cretense, que entre el año 3000 y el 1500 a.C. se ganó la primacía marítima y comercial en el Egeo, y estableció estrechas relaciones, incluso culturales, con Egipto, Siria y Asia Menor. Pero a partir del siglo XIV a.C. la Argólida pasó a ser el centro de gravedad del mundo egeo. Allí, los aqueos, la última estirpe indoeuropea llegada a Grecia, habían aprendido de los cretenses el arte de la metalurgia, además de la práctica de la navegación y del comercio, y difundieron su floreciente civilización, denominada micénica, desde el Peloponeso hasta la misma isla de Creta y hasta Tracia. En esta última fundaron emporios y colonias, y destruyeron poderosas ciudades rivales como Troya, cuyos episodios se narran en los poemas homéricos.

La organización monárquica que caracteriza el estado micénico desaparece totalmente en Grecia a partir del siglo VIII a.C., cuando el poder pasa a manos de la aristocracia, que a la sazón establece su sede en las ciudades y favorece su desarrollo. Así surge la ciudad-estado, la polis, centro político, económico y militar que caracteriza toda la historia griega. Los cambios políticos van acompañados de profundas transformaciones económicas: con la consolidación del latifundio se acentúan las diferencias entre grandes y pequeños terratenientes. Los que no tienen tierras trabajan a sueldo en los campos y ejercen trabajos manuales despreciados por la nobleza, o se hacen comerciantes y se dan a la navegación. En este clima, maduran nuevos impulsos orientados a la emigración y a la colonización, dirigidos no sólo a Oriente: al norte del Egeo y a las costas del actual mar Negro, sino también a Occidente: a las costas del sur de Italia y de Sicilia. Pronto la expansión colonial, al favorecer el desarrollo de la industria y el comercio, permitió a los elementos más hábiles e inteligentes del demo (el conjunto de ciudadanos excluidos del gobierno por no ser nobles, pero que están dotados de medios económicos e intelectuales) explotar las nuevas fuentes de riqueza. Los siglos VII y VI a.C. están muy marcados por largas luchas entre demo y nobleza, resueltas a menudo gracias a la intervención de árbitros, generalmente extranjeros, o de legisladores que garantizan la igualdad de los ciudadanos en el seno de la polis mediante la promulgación de leyes escritas, e incluso la subida al poder de jefes absolutos (tiranos).

En Atenas la codificación atribuida a Dracón (621 a.C.) ‒pero cuya historicidad es incierta– sustrae al arbitrio de los magistrados nobles la interpretación y la aplicación de las normas consuetudinarias vigentes. Pero como las condiciones económicas y sociales del pueblo ateniense seguían siendo críticas, se confió a Solón, hombre probo y culto que había sido elegido en 594 a.C., la tarea de reordenar la Constitución, que con su reforma adquirió un carácter censitario, es decir, que reconocía la plenitud de los derechos políticos a todo poseedor de un censo, capitalizado en especie, suficiente para procurarse una armadura completa. Concluido su mandato, Solón se retiró de la vida pública, dejando al Estado sin un poder central. Pisístrato, jefe del partido de los diacrios o habitantes de las zonas montañosas del interior, se aprovechó de la situación; derrotó a los ejércitos de los ricos propietarios de las llanuras y de los habitantes de las costas, se apoderó de la ciudad y la gobernó con poder tiránico de 545 a 528 a.C. Durante su mandato, Atenas progresó desde el punto de vista económico, y el nivel de vida medio de los ciudadanos mejoró notablemente. Por tanto, cuando, a su muerte, su hijo Hipias siguió ejerciendo el poder, el pueblo lo acogió de buen grado. Pero el nuevo tirano habría de hacer frente a difíciles cuestiones tanto de política exterior como interior.

En los confines del Ática se había consolidado, bajo la guía de Tebas, la hostil Liga de las ciudades beocias, al tiempo que otra Liga, la del Peloponeso, capitaneada por Esparta, recogía cada vez mayor número de adhesiones. Además, tras el asesinato de su hermano Hiparco –aunque se cree que fue perpetrado por dos nobles, Armodio y Aristogitón (los tiranicidas), por razones exclusivamente personales– el gobierno de Hipias adquirió tintes más oscuros hasta la reacción de los ciudadanos que, ayudados incluso por los espartanos, expulsaron al tirano y a toda su familia (510 a.C.).

La Constitución en que se basaba el Estado espartano, atribuida tradicionalmente a Licurgo (que vivió en el siglo IX a.C.), pero que era en realidad fruto de sucesivas reelaboraciones desde el siglo IX al VII a.C., sancionaba el control total de la vida pública por parte de los ciudadanos de pleno derecho, descendientes de los antiguos aqueo-dórícos que desde el siglo XV al XIV a.C. habían conquistado el Peloponeso sometiendo a la población indígena. Los órganos fundamentales de gobierno eran, además de los dos reyes con funciones sacerdotales y jurídicas, los éforos, cuya competencia era la jurisdicción civil y penal, el consejo de los ancianos, con la tarea de redactar las leyes a someter al juicio de la asamblea del pueblo. En el siglo VI a.C. los espartanos ya habían extendido sus dominios a casi todo el Peloponeso, vinculando a las distintas ciudades con un pacto federal que garantizaba su autonomía a la vez que establecía, en caso de guerra, el mando de Esparta. Probablemente el rey de Esparta Cleomenes, gracias a cuya intervención Atenas había sido liberada del poder tiránico, aspiraba a establecer en ella un gobierno oligárquico, pero ésa no era la intención de Clístenes, el jefe de la oposición a los pisistrátidas, quien puso en marcha la reforma de la constitución. Con objeto de fragmentar el poder nobiliario, creó una nueva división del pueblo basada no en el nacimiento, sino en criterios de carácter territorial, a los que estaba conectada la composición de todos los órganos de la vida política y militar. El centro de su reforma fue la Bula de los Quinientos (507 a.C.): subdividida la ciudadanía en 10 tribus, se elegía de cada una de ellas a 50 representantes menores de treinta años; cada 36 días los representantes de las distintas tribus asumían por rotación la tarea de presidir la asamblea.

El ateniense se convirtió en el modelo de régimen antitiránico y popular para las ciudades jónicas que, sujetas al imperio persa en 546 a.C., expresaban a la sazón su deseo de una relativa autonomía política y económica. Aristágoras, tirano de Mileto, dio el visto bueno a la revuelta. Los jonios, abolidas las tiranías, garantía de fidelidad hacia Darío el Grande, y tras recibir de Atenas cinco naves y veinte de Eubea, asaltaron e incendiaron algunos barrios periféricos de Sardi, ciudad a cuyo mando se hallaba el sátrapa persa Artafernes. A estos hechos siguió la contraofensiva de los persas: muerto Aristágoras en 497 a.C. y atacada y vencida Mileto (494 a.C.), todas las ciudades griegas de Jonia fueron obligadas a rendirse y a renovar el pacto de sumisión al rey. Con una expedición capitaneada por Mardonio, Darío logró de nuevo el sometimiento de Tracia y Macedonia. En 490 a.C., la expedición de castigo contra Atenas y Eretria se confió a un prestigioso general, Dati, y a Artafernes, hermano del rey. Como consecuencia, se sometieron las Cícladas, y la ciudad de Eubea fue tomada y saqueada. Pero en el Ática, en la llanura de Maratón, en agosto del mismo año, entre 6.000 y 7.000 hoplitas (infantes atenienses) mandados por Calímaco y diez estrategas, entre ellos Milcíades, derrotaron al poderoso ejército persa.

Tras la batalla de Maratón, surgió en Atenas un nuevo personaje político, Temístocles, que puso en marcha la construcción de una flota de, al menos, 100 trirremes, capaces de hacer frente a una posible nueva expedición persa y de responder a las ofensivas de Egina, que había humillado a Atenas unos años antes (488-487 a.C.). Por ello, cuando en 482 a.C. se descubrieron nuevos filones de plata en Laurio, Temístocles propuso destinar la nueva riqueza a dicho objetivo. Arístides, contrario a la propuesta, fue víctima del ostracismo (destierro político), institución que, introducida por Clístenes con objeto de salvaguardar al Estado de la vuelta de la tiranía, se utilizaba a la sazón para eliminar a los adversarios políticos.

Muerto Darío en 486 a.C., competía a su sucesor, Jerjes, llevar a cabo el plan de la nueva expedición punitiva contra Grecia. En 480 a.C. el ejército persa, tras atravesar el Helesponto sobre dos puentes de barcos, alcanzó Tesalia, mientras la flota le seguía por mar. Mientras tanto, a invitación de atenienses y espartanos, todos los estados griegos decididos a resistir a los persas se reunieron en el santuario de Poseidón, en el istmo. Así se proclamó la paz general entre los griegos y se discutió el plan de defensa: la flota ateniense, concentrada en el cabo Artemision, consiguió bloquear a la persa, pero los 4.000 hombres, entre ellos 300 espartanos, que debían defender el paso de las Termópilas bajo el mando del rey Leónidas, sucumbieron frente a la superioridad numérica del enemigo. En pocas semanas, el ejército persa, atravesada Beocia, devastó el Ática e incendió Atenas, que había sido evacuada con anterioridad. Sin embargo, la campaña militar de 480 a.C. concluyó con una gran victoria griega, y, sobre todo, ateniense: Temístocles desplegó la armada naval en el estrecho brazo de mar que separa la isla de Salamina y la costa del Ática y obligó a retirarse a la flota enemiga. En la primavera de 479 a.C., el ejército persa capitaneado por Mardonio fue derrotado en Platea por las tropas aliadas; las mandaba el espartano Pausanias, tutor del joven rey Plistarco, sucesor de Leónidas. Por fin, con Ia victoria de la flota en las cercanías del promontorio de Mical (479 a.C.) a la que siguió la toma de Sesto (478 a.C.) se considera cerrada la época de las guerras persas.

En el período denominado pentecontaetia (los cincuenta años aproximadamente comprendidos entre 478 y 431 a.C.) se registró el crecimiento del poder de Atenas. La ciudad, dotada de nuevas murallas y de un puerto fortificado, el Pireo, se hallaba en el centro de una nueva confederación de ciudades jónicas, de las Cícladas occidentales y de Eubea. El objetivo declarado de la Liga delio-ática era la continuación de la defensa frente a los persas, a la que todos los aliados contribuyeron materialmente con el pago de un tributo en dinero (phoros) o con naves. El lugar asignado para las asambleas federales y para la custodia del tesoro común fue el santuario de Apolo en Delos.

Temístocles en Atenas y Pausanias en Esparta, convencidos de la inevitabilidad de un conflicto entre las dos ciudades más grandes de Grecia, intentaban cada uno por su lado atraerse el favor de Persia. Pero los partidos conservadores y antipersas de las dos ciudades se pusieron de acuerdo para eliminarlos.

Pausanias, que se había establecido como soberano en Bizancio en 478 a. C., fue obligado por el ateniense Cimón a volver a Esparta (472 a.C.). Acusado de traición y connivencia con el rey de Persia, fue condenado a muerte y emparedado vivo en el templo de Atenea (468 a.C.). El propio Temístocles, reducido al ostracismo, se refugió en Argos, desde donde siguió azuzando a los demócratas del Peloponeso contra Esparta. Después, tras ser acusado de traición, fue obligado a refugiarse en Magnesia del Meandro, junto al rey de Persia, donde estuvo hasta su muerte en 461 a.C.

En este período llegó a Atenas Cimón, hijo de Milcíades, que dirigió las primeras operaciones de la Liga naval; protagonista de la doble batalla librada por tierra y por mar cerca de Eurimedonte contra los persas (469 a.C.), terminó en 461 a.C. su brillante carrera reducido también al ostracismo. Había cometido el grave error de comprometer militarmente a Atenas en dos frentes, al lado de los espartanos para sofocar la revuelta de los mesenios, y al lado de Inaro, príncipe egipcio que capitaneó una revuelta de los egipcios contra los persas.

A la sazón, el ya popular Pericles, salido de las filas del partido democrático, fue elegido durante una treintena de años consecutivos, a partir de 460 a.C., presidente del Consejo de estrategas, que en la época era el órgano esencial del poder ejecutivo del Estado. A él se debe la introducción de la inviolabilidad de los jueces populares y de la mistoforia, la remuneración de los oficios públicos, lo que benefició a los menos pudientes. Y por voluntad suya se inició en aquellos años la fase más agresiva del expansionismo ateniense: frente a Persia, frente a algunas ciudades griegas e incluso frente a la propia Esparta. Y cuando ya parecía inevitable el conflicto con los peloponenses, Pericles firmó un tratado de paz con Persia (la denominada paz de Calia, por el jefe de la misión ateniense en Susa), que duró treinta años (desde 449 a.C.). Durante su gobierno, la Liga delio-ática se transformó en imperio: dejó de respetarse el principio de adhesión voluntaria de las ciudades y el tesoro federal se trasladó a la acrópolis, donde quedó a la total disposición de los atenienses. Continuaron las escaramuzas con Esparta sin llegar a ningún resultado, pero alimentando la oposición a Pericles, afectado por una serie de procesos iniciados contra sus familiares y amigos. Murió en 429 a.C., dos años después del inicio de la guerra del Peloponeso, víctima de la peste que devastó Atenas en otoño de aquel año.

La primera fase del conflicto concluyó en 421 a.C. con una paz, negociada por el ateniense Nicias, que sancionaba el statu quo anterior. En la segunda fase la guerra se desplazó a Occidente, con la infortunada expedición ateniense a Sicilia, en contra de Siracusa, bajo la dirección de Nicias, Lamacos y Alcibíades (415-413 a.C.). Los atenienses resistieron aún varios años e incluso lograron derrotar a los espartanos en las islas Arginusas (406 a.C.). Pero dos años más tarde, la flota espartana conducida por Lisandro, al regreso de una decisiva victoria sobre el enemigo en la desembocadura del Egospótamos, entró en el Pireo y sometió a la ciudad, a la que impuso el gobierno conocido como el de los treinta tiranos, entre los que estaba el violento y ambicioso Critias (404 a.C.). Al año siguiente, los expatriados de Atenas, conducidos por Trasíbulo, volvieron a entrar en la ciudad, y expulsaron a los treinta oligarcas, matando a su jefe Critias. Se restableció la antigua Constitución popular de Clístenes y se pactó una amnistía con Esparta. iniciada una nueva guerra con Persia, los espartanos, bajo el mando de Agesilao, lograron entrar en Asia Menor y derrotar al sátrapa Tisafernes bajo las murallas de Sardi (395 a.C.); pero en 387 a.C. se vieron obligados a firmar una nueva paz con el enemigo oriental (paz de Antálcidas, del nombre del negociador espartano) para dirigir sus fuerzas contra las ciudades de Grecia que, deseosas de independencia, se habían rebelado contra su hegemonía. La paz que impidió la unión política entre los estados helénicos, también comportó la disolución de la Liga de los beocios, con cabeza en Tebas. Reconstituida en 371 a.C. por obra de dos generales, Pelópidas y Epaminondas, la Liga logró derrotar a los espartanos en la batalla de Leutra, que dio la supremacía a Esparta frente a Tebas. Pero muy pronto la nueva potencia había de mostrar también su precariedad: a la muerte de Pelópidas en Tesalia (364 a.C.), y de Epaminondas en la batalla de Mantinea (362 a.C.), siguió una paz general en Grecia que, debilitada por largos años de guerra, no sabría resistir a la ingerencia de la monarquía macedonia.

“Grecia y colonias asiáticas”. Gran Historia Universal. Época Clásica. Barcelona, Ediciones Folio S.A., 2000, pp. 12-15.


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