jueves, 14 de junio de 2018

Arte y literatura griegos



La transformación del mundo griego entre los siglos VIII y VI se produjo en todos los campos: en la cultura, en la religiosidad y en la vida espiritual.


En poesía, en una forma nueva, la lírica. Bajo esta denominación se agrupaban multitud de temas y diversos autores, con un común denominador: el hombre como individuo que contemplaba su propia alma.


Según los antiguos griegos, lírica es toda poesía acompañada de música, divisible en tres categorías: elegía, yambo y mélica (de melas, «frase musical»).


La elegía y el yambo se separaron pronto de la música para convertirse en poesía rítmica destinada a la recitación;


la mélica se especializó de acuerdo al instrumento musical de acompañamiento en


  • citaródica (con instrumento de cuerda similar a la lira: cítara) 
  • aulódica (con flauta).


La lírica era


  • monódica cuando era cantada por una sola persona, y
  • coral cuando era cantada por un coro.


Después los filólogos alejandrinos, respondiendo a su exigencia de ordenar el patrimonio cultural griego, crearon un canon también para la lírica y señalaron los nueve poetas líricos principales de los siglos VI y V a.C.: Alceo, Safo, Anacreonte (monódicos); Alcmán, Estesícoro, Íbico, Simónides, Baquílides y Píndaro (corales).


La producción lírica se articula en tres fases, de las que:


  • la primera se remonta al siglo VlI a.C., predominan las elegías y los yambos y se establecen los pródromos de la lírica coral;

  • la segunda (siglo VI a.C.) se caracteriza por la poesía monódica, pero también por el perfeccionamiento de la coral;
  • la tercera (siglo V a.C.) es la de los grandes líricos corales Simónides, Baquílides y Píndaro.


Las raíces de la poesía lírica han de buscarse en el culto y en los himnos cantados en honor de los distintos dioses; en las celebraciones, los acontecimientos que jalonaban la existencia como el matrimonio (himeneo, canto para las bodas) y la muerte (threnos, lamento fúnebre); en los cantos populares (nanas, cantos de estaciones, del trabajo), de guerra, de alabanza de hombres (epinicio, que celebraba la victoria de un atleta en los juegos olímpicos).

El nacimiento de la lírica coral tuvo lugar en ámbito dórico y Esparta -que en el siglo VII a.C. estaba mucho más abierta a la vida y a los estímulos externos de cuanto habría de estarlo después, al convertirse en un estado militarista- albergó dos escuelas de música y poesía.

Desde sus inicios el canto coral estuvo conectado al culto, como lo estuvo también la tragedia, que nace precisamente del canto coral, y además estaba ligado a movimientos de danza y a la elaboración del acompañamiento musical; la falta de la transcripción musical crea una grave laguna en el conocimiento de dicho género poético, del que sólo nos ha llegado la parte textual.


La lírica coral


Alcmán (nacido en Sardi poco después de 690 a.C.) es el primer poeta de que se tiene noticia, y su nombre está ligado a los partenos, coros para voces de muchachas, con los que se fijaron tres elementos esenciales para el desarrollo futuro de la lírica coral: el mito, la gnome (sentencia universalmente válida) y la admonición contra la ýbris (transgresión presuntuosa), por los que el hombre no debe pretender aquello que no le es concedido por los dioses,


Estesícoro e Íbico. Los temas heroicos y míticos, extraídos del género épico, son característicos de la lírica de Estesícoro (630-556/553 a.C.) y de Íbico (fines del siglo VI al V a.C.), ambos nativos de la Magna Grecia, como también la citarodia erótica que celebraba la belleza y el amor y que mejor convenía al ambiente privilegiado para dicho tipo de obras, el simposio.

Simónides de Geo (557/6-468/7 a.C.) era jonio. Su lírica privilegiaba el aspecto gnómico y los temas de la brevedad de la vida, sujeta a una fuerza ineluctable, contra la que ni los dioses pueden luchar.


Baquílides. En las odas de Baquílides (520 a.C.mediados s. V), los temas del mito se funden con la reflexión gnómica sobre la situación social de su tiempo.


Píndaro (522-518 c. 442 a.C.) es, después de Hesíodo, el poeta más grande de Beocia. Los puntos esenciales de su poesía gravitan en torno a una concepción aristocrática del hombre y a su valor innato: Los atletas olímpicos celebrados con frecuencia en su poesía son símbolo de dicha visión, como lo son los héroes del mito, de quienes los primeros descienden a menudo.



La lírica monódica

Alceo y Safo. La lírica monódica está ligada a la isla de Lesbos, por la presencia de Alceo y Safo, que trabajaron entre fines del siglo VII y principios VI a.C. Uno se distingue por la visión amarga y desolada del destino humano en un contexto político convulsionado; la otra por los cantos de amor, en los que expresa su emoción y su sufrimiento.


Anacreonte, nativo de Asia Menor, opera en una situación social, política y cultural diferente; asiste al declive de la aristocracia y contrapone, como expresión del surgimiento de una nueva clase artesana y comerciante, principios como la templanza y el amor.

Solón. En la poesía lírica, en el género elegíaco, se expresa también el primer poeta ateniense, Solón (s. VII a.C.), que ilustra en sus obras su compromiso político y su Visión ético religiosa.


El drama

Pasado el período arcaico entre fines del siglo VI e inicios del V a.C., mientras Atenas instauraba en su seno la democracia y se aprestaba a asumir la dirección política de Grecia, las viejas formas de la lírica ceden el paso a un género más complejo y adecuado a la cultura ética: el drama.

La tragedia era un acontecimiento público; todo el pueblo, comprendida la clase más pobre, se reunía en el teatro con ocasión de las representaciones. Estas eran puestas a punto por los choregoi, los ciudadanos más ricos de la comunidad y eran el elemento principal de la fiesta ateniense de las grandes Dionisiacas, durante la cual se proclamaban las honras para los ciudadanos eméritos, se recibía a los embajadores y se presentaba a los hijos de los caídos por Atenas. Concluida la celebración de Estado se daba inicio a la competición trágica, que enfrentaba a tres dramaturgos, cada uno con tres tragedias y un drama satírico, este último con el fin de mitigar el clima tenso de las tragedias. El público con su participación influía en el éxito de las tragedias, que a menudo presentaban temas, sentimientos o acciones que debían ser reprimidos, porque socialmente se consideraban desintegradores: el canibalismo por parte de padres, el incesto, el matricidio, o el suicidio permitían a los espectadores identificarse con los personajes a través de sus propios impulsos negativos, hasta llegar a la catarsis (purificación).

La estructura de la tragedia fue constante durante el siglo V:


  • un prólogo, que esbozaba los problemas y definía el clima;
  • el parodos, la entrada del coro;
  • los diálogos de los actores y entre éstos y el coro; y
  • el exodos, último canto del coro que acompañaba su salida de escena.


La estructura poética de las diversas partes preveía la división del coro en estrofas que se correspondían simétricamente desde el punto de vista métrico y que se combinaban con otro fragmento lírico, el épodo. El diálogo era en trimetros yámbicos, el metro más próximo al discurso cotidiano, y recurría a veces a un ritmo más sincopado, la sticomytia (hablar por líneas), un intercambio verso a verso entre dos personajes más afín aún a la conversación. Todos los papeles eran interpretados por hombres, aparte del coro, y no aparecían más de tres actores en el mismo drama. El hecho se ha explicado con la hipótesis de que el tres era la expresión perfecta de la familia o bien reflejaba la estructura indoeuropea de las personas: yo, tú, él (nosotros, vosotros, ellos).

El traje y la máscara eran el disfraz necesario para el actor; la máscara, además de desempeñar la función práctica de amplificar la voz, también era un medio para que el actor se «metiera» en el personaje.

La música y la danza completaban la representación y sobre todo referían la presencia del coro en escena.

Aunque los orígenes de la tragedia son oscuros se sabe que el coro fue un elemento originario; pero durante el s. V a.C. disminuyó su importancia, por lo que mientras en los dramas de Esquilo el coro intervenía influyendo sobre la acción, en los de Eurípides parece superfluo, o adquiere la naturaleza de interludio.

Los temas proceden casi siempre del mito, aunque pueden reflejar hechos históricos conocidos o contener alusiones a la situación política, como por ejemplo Los persas de Esquilo, drama que se desarrolla tras la batalla de Salamina (480 a.C.), donde Atenas logró una victoria aplastante, y está ambientado en Persia. El tema son las esperanzas de Jerjes durante la preparación de la expedición y la desilusión que siguió a la derrota. Se omite la batalla de Salamina, que hace de trasfondo y de premisa indispensable al drama. Cabe citar también La Orestíada de Esquilo, que celebra la transferencia de la justicia de la familia a la polis, signo del declive del poder aristocrático, y Edipo rey de Sófocles, en el que se ocultaban, tras los personajes de Edipo y Yocasta, Pericles y su mujer, Aspasia. Numerosas tramas estaban extraídas de los acontecimientos relativos a algunas sagas famosas, como la de la familia real de Atreo (Orestiada de Esquilo, Electra de Sófocles, Electra y Orestes de Eurípides).

Esquilo aceptaba las antiguas creencias, que presentaba con solemnidad, fiel a un sumo dios omnipotente, que es sobre todo justicia y orden. Frente a la soberana sabiduría de Zeus el héroe de Esquilo, bajo el peso de la maldición hereditaria, debe someterse reconociendo sus propios límites.

Sófocles. En el centro del teatro de Sófocles (496-406 a.C.), que tampoco se aleja de la religiosidad tradicional, se halla el hombre y su destino. Sus héroes se mueven en un mundo de contradicciones, de las que precisamente un dios es el motor supremo: pero se les deja solos frente al absurdo de la existencia. Ello tiene lugar más allá del criterio de justicia que presidía la acción divina en las tragedias de Esquilo: Edipo es hijo de la Tyche, diosa de la suerte y del destino, que él mismo habrá de sufrir hasta la muerte, último refugio tanto para él como para cualquier otro hombre.

Eurípides. En los 15 años que separan a Sófocles del otro gran tragediógrafo ateniense, Eurípides (485/484-406 a.C.), tuvo lugar una revolución intelectual en la que tuvo un papel preminente el pensamiento sofista, que no dudaba en contestar las antiguas creencias y en criticar la tradición. Para Eurípides el mito se convierte en un pretexto a través del que afrontar temas discutidos en su época, dilemas políticos y éticos. Su héroe busca la explicación de su propia vida, se debate entre instinto y razón, entre ley y naturaleza, entre lo desconocido y dios, pero es incapaz de hallar dentro de si el equilibrio perdido.


La comedia. Nacida, según Aristóteles, de los cantos celebrados en las aldeas durante las fiestas dionisíacas, de cortejos de hombres disfrazados de animales, la comedia ética adquirió dignidad literaria en el siglo V con la obra de Aristófanes (444/441-386/385 a.C.). La principal característica de su comedia era su inspiración en la realidad de la vida cotidiana ateniense de la época, y, por tanto, las referencias a determinadas situaciones políticas, a hombres vivos, a costumbres y manías de sus contemporáneos, observadas siempre con humor e ironía, son una fuente de gran importancia para el conocimiento de dicha fase histórica.



La narración historica


Herodoto. También es el hombre el protagonista de la narración histórica de Herodoto, el griego de Asia, gran viajero, que vivió en la Atenas de Pericles. En el prólogo de sus Historias presenta su trabajo como una transcripción de cuanto ha visto en primera persona, pero también de lo que ha extraído de otras fuentes o de la "opinión común”. Como ocurre en la realidad, se insertan en la obra hechos y acontecimientos fantásticos e increíbles, pero porque él los siente como manifestaciones del misterio que domina la vida, frente a la que la racionalidad humana se detiene. Las causas mismas de los acontecimientos no están controladas por la voluntad del hombre, sino dominadas por un principio divino -al que Herodoto prefiere referirse sin identificar a ninguna divinidad determinada que rige incluso la casualidad. La acción de los dioses está a veces condicionada por razones morales, pero en otros casos está determinada por la necesidad de reconducir a sus límites al hombre que intenta superar su propia condición. La riqueza, el poder y la felicidad conducen al mortal a la úbrís (la envidia) del dios, que castiga toda transgresión de su orden. Por ello, Herodoto no indaga las causas de los hechos, incomprensibles, sino que observa la reacción del hombre frente a ellos; aunque no sea el motor de los acontecimientos narrados, el hombre es el auténtico protagonista de su obra.
Tucídides. Por el contrario, con Tucídides (segunda mitad del siglo V a.C.) el hombre, dueño ya de si mismo, es el artífice de su historia, en la que no tienen espacio lo irracional ni lo trascendente. El historiador, que trata la guerra del Peloponeso, excluye de la narración el elemento mítico y fabuloso, presente todavía en Herodoto: ello, afirma, podría hacer menos agradable la lectura, pero la hace sin duda más válida para quien busque la verdad. Y en nombre de ésta el autor narra sólo aquello a lo que él o sus contemporáneos han asistido, y somete a dura crítica la historia más antigua de la Hélade, interpretándola con racionalidad y con juicios a veces contrarios a la tradición y a toda autoridad.



La escultura

La estatuaria monumental en piedra, que sustituyó a la producción anterior en madera, nació en el siglo VII a.C. El kouros





y la kore,





es decir, la estatua masculina desnuda y la femenina vestida, aunque no representasen determinados personajes o divinidades, podían ser dedicados como ex votos en un santuario o como señales sobre una tumba. De la estaticidad de las figuras, con los brazos caídos a ambos lados del cuerpo y los puños cerrados, se pasó a poses algo distintas, los brazos,ya no adheridas al tronco, se plegaban hacia adelante en actitud de ofrenda. Un ejemplo de dicha evolución es el grupo del denominado Portador del ternero (Moscóforo) dedicado por Rhombos en la Acrópolis de Atenas en torno a 560 a.C. El joven, de poderosa figura, aparece en el acto de avanzar llevando el animal sobre los los hombros. Con el tiempo, los caracteres anatómicos de las figuras fueron objeto de estudios que llevaron a una plasmación cada vez más realista de la estructura ósea, de las articulaciones y de la musculatura; no quedó atrás la exigencia de buscar y representar una figura de belleza ejemplar, perfecta y, por tanto, aún abstracta. Hacia mediados del siglo VI .C. aumentó la actividad comercial ateniense: lo atestiguan los hallazgos de reductos de importación ética en lugares situados a lo largo de las antiguas rutas navales. Destaca entre ellos la bellísima ánfora recuperada en Vulci, en la que se describe un episodio de la guerra de Troya: dos héroes, aquiles y Ayax, sentados en escabeles y jugando a los dados. La técnica utilizada para su ejecución es la de figuras negras consistente en pintar los temas con barniz negro sobre la superficie roja de la vasija. El autor firmó su obra: «Exequias fabricó y pintó».

Quizás en la estela de los progresos realizados en el ámbito pictórico en la plasmación del movimiento, los escultores y los broncistas estudiaron diversas argucias para liberar sus representaciones de la rigidez primitiva. Una obra significativa de esta época, que registró el desarrollo de una nueva concepción estética denominada severa, es el Discóbolo





de Mirón, escultor nacido en Elentere, en Beocia, en la primera mitad del s. V a.C. y que trabajó en Atenas entre 450 y 440 a.C. El artista, empeñado en el estudio del cuerpo y de los diversos aspectos de la imagen en el espacio, presenta al atleta recogido en sí mismo, en la concentración que antecede al lanzamiento, en actitud de gran tensión. El creador de esta nueva concepción espacial parece haber sido el pintor Polignoto, nacido en la isla de Tasos y que trabajó en Atenas en torno a mediados del siglo V a.C., a quien conocernos únicamente a través de las descripciones que Pausanias hace de sus obras: Polignoto situaba sus figuras en diversos planos y daba a sus rostros un aspecto menos rígido y más variado, aunque la profundidad psicológica de sus obras se expresa más en la actitud de los personajes que en la expresión del rostro.

Mientras Mirón busca aferrar la realidad captando al atleta en el instante que precede al movimiento, otro escultor, Policleto de Argos (460-415 a.C.), representa la figura en equilibrio entre la parálisis y la acción con el célebre Doríforo.





La estatua, que concretiza la teoría formulada por el artista sobre las proporciones ideales de la figura masculina desnuda (el Canon), se convierte para los artistas en el modelo del que extraer medidas y líneas de fuerza.

Con Fidias, artista insuperable de la época de Pericles, se entra en plena época clásica. Su fama está ligada a su intervención en el Partenón como arquitecto y escultor. Dirigió las obras de ejecución de la metopa del friso dórico exterior (centauromaquia) realizadas entre 448 y 442 a.C. por varios escultores, que tenían ecos del «estilo severo». Sus influencias innovadoras se aprecian en el friso que rodea la cella (procesión de la fiesta panatenaica) y en las estatuas de los frontones. El suyo es un estilo rico y libre que busca el elemento humano en el reflejo psicológico: los distintos personajes no se diferencian por sus atributos, sino por caracterizaciones individuales, como hombres y mujeres, no como héroes del mito.

Su nombre también está ligado a dos estatuas colosales, la Atena Parthenos y el Zeus Olimpio crisoelefantinas, tan famosas que el Zeus estuvo considerado entre las siete maravillas del mundo.

Fidias plasmó la concepción de la época de Pericles según la cual el hombre es el protagonista de la historia y de la sociedad, y de esta realidad humana plasmó un retrato idealizado.

Fuente: Gran Historia Universal. Época Clásica. Barcelona, Ediciones Folio S.A., 2000, pp. 78-81.


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