Habla Anaí, hija de un refugiado chileno:
Mi padre es chileno. Vivió en Chile durante veinticuatro años. Creo que no se imaginaba lo que iba a soportar. El once de septiembre de 1973, el General Pinochet, con la ayuda del ejército chileno y de los Estados Unidos, tomó el poder, derrocando al gobierno democrático del Presidente Salvador Allende. Un año después, mi papá llegó a Francia porque huyó la dictadura.
¿Qué es una dictadura? Una dictadura no es más que un régimen en el que ya no hay libertad de expresión, ni respeto de los derechos humanos, ni siquiera libertad individual. De hecho, todo lo que podía representar una amenaza era enseguida aniquilado, y mi papá estaba considerado como una amenaza. En efecto, estaba comprometido en una organización de resistencia que era muy pequeña, y lo que mi papá tenía que hacer puede parecernos insignificante, su papel era hacer circular un periódico clandestino, para que los chilenos se dieran cuenta de lo que pasaba en el país, y Dios sabe lo importante que es la información en este tipo de régimen.
Pero luego, se integró en una organización más importante y por eso tuvo que hacer cosas más peligrosas. Nunca me ha dicho lo que tenía que hacer, lo único que sé es que tenía que esconderse durante el día. Un año después del golpe de estado, mi papá fue arrestado y encarcelado en una de esas cárceles en las que no hay luz. Me dice que sólo podía escuchar que una mujer era torturada o quizás violada, un grito de terror, un disparo de fusil, y nada más. Me contó que no se oían más que gritos de terror, risas sádicas, llanto, insultos y disparos. Durante semanas y más semanas fue lo que mi papá oyó, ...y fue torturado. Nunca me cuenta lo que aquellos sádicos le hicieron.
Pero leí cosas a propósito de eso. Semejante horror no puede ser entendido por alguien que nunca lo ha vivido. Se trataba de un cantante chileno muy comprometido contra la dictadura. La D.I.N.A. (los servicios secretos de Pinochet) le arrestaron. El cantante no se acompañaba más que de una guitarra, le cortaron las manos antes de matarle. ¿Su delito? Su delito era el mismo que el delito de mi padre; juntos habían afirmado sus opiniones políticas y luchado por la Libertad.
A causa de eso, mi papá fue encarcelado, insultado, torturado y casi asesinado, como tantos otros chilenos y chilenas. Pero él, a diferencia de los demás, consiguió escaparse de la cárcel, y se refugió en la Embajada de Francia.
Pero, aunque no ha tenido muchos heridas físicas, ha tenido, tiene y siempre tendrá heridas psicológicas; la pérdida de sus amigos que están muertos o "desaparecidos", la huida lejos de su país, de sus orígenes, de sus antepasados, de su familia, de todo lo que formaba su vida.
Estoy muy orgullosa de mi padre y de lo que ha hecho. Yo no considero su pasado como una carga sino como una riqueza, aunque es muy difícil para mí hablar de eso. Lo que no puedo soportar, es que para nosotros, niños de los países ricos, todo en la vida nos parece fácil: tenemos todo lo que queremos, cuando lo queremos, donde lo queremos. Es como si todo se nos debiera.
Nosotros, no podemos imaginar lo que es arriesgar su vida para ser libres; no podemos imaginar lo que es luchar para defender las ideas; no podemos imaginar lo que es dar su vida para que el prójimo viva en paz. Y por eso considero que tengo un deber de memoria, aunque sólo sea por respeto hacia mi papá y todos los demás que lucharon a su lado, dispuestos a sacrificar sus vidas para defender un mundo mejor. Eso me atañe directamente, pero creo que el deber de memoria no es solamente mío. Creo que los chilenos tienen que acordarse de su historia. Digo eso porque recuerdo que las dos veces que fui a Chile, a nadie le gustaba hablar de esa parte de la historia chilena. Era como si todo el mundo siguiera teniendo miedo. Pero pienso que "un pueblo que olvida su pasado es condenado a vivirlo de nuevo" y por eso puedo afirmar que no soy la única que tiene un deber de memoria, todo el mundo tiene que saber lo que pasó allá.
Mi padre, todos los chilenos y yo, estamos listos a hablar de eso a condición de que haya alguien para escucharnos. El deber de memoria no puede funcionar si no hay nadie para oír lo que las personas que sufrieron tiene que decir. Esas personas tienen que difundir su pasado porque es la única manera que tenemos para decir "No" a la violencia, "No" a las ejecuciones, "No" a la dictadura, "Viva la libertad y la Vida".
Finalmente, creo que el mejor ejemplo de justicia y deber de memoria sería que el General Pinochet fuera juzgado por la justicia chilena, a pesar de su edad. Pienso que criminales como él tienen que pagar por sus crímenes.
La gente tiene que acordarse de eso. Y recordar es la mejor manera para que nadie olvide. Y para recordar Pinochet tiene que ser juzgado.
La impunidad ya no debe ser.
Anaí León-Serrano
Plus jamais ça, No. 3, Montpellier, septiembre 2000.
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