martes, 26 de mayo de 2020

La Reforma y el Segundo Imperio

El triunfo de la Revolución de Ayutla sobre Santa Anna supuso el triunfo momentáneo de los liberales —sobre los conservadores— que entre 1855 y 1857 impulsaron una serie de reformas que consideraban necesarias para la pacificación del país, así como para equilibrar las finanzas públicas y lograr la anhelada estabilidad política, y estas reformas pasaban necesariamente por disminuir el poder de la Iglesia mexicana y el ejército, lo cual enardecía los ánimos conservadores.

Mural de Diego Rivera

    • La Ley sobre la Administración de Justicia y Orgánica de los Tribunales de la Nación, del Distrito y Territorios también conocida como Ley Juárez, fue promulgada el 23 de noviembre de 1855. En esta se restringía el poder de los tribunales tanto eclesiásticos como militares a intervenir solo en sus propios asuntos y no en las decisiones del gobierno.

    • La Ley Lerdo como se conoce a la Ley de Desamortización de las Fincas Rústicas y Urbanas de las Corporaciones Civiles y Religiosas de México, fue expedida el 25 de junio de 1856 por el presidente Ignacio Comonfort, y como su nombre lo indica expropiaba a favor de los respectivos inquilinos y arrendatarios las propiedades de la Iglesia y los pueblos indígenas.
     
    • Por su parte, la Ley de Obvenciones Parroquiales, también conocida como Ley Iglesias —por su autor José María Iglesias— expedida entre enero y mayo de 1857, regulaba el cobro de derechos parroquiales —el “diezmo” y cobros por bautismos, bodas, actos funerarios, etcétera.—, impidiendo que se exigieran a quienes no ganaran más que lo indispensable para vivir, e imponía castigos a los miembros del clero que no la observaran.

Para 1857 los liberales promulgaron la Constitución que fue considerada como demasiado radical por la sociedad conservadora, pues integraba estas leyes y seguía la línea de limitar los derechos de la Iglesia y el ejército, así como establecía por primera vez en la historia política del país la libertad de cultos, la libertad de prensa, de asociación, la enseñanza laica y el federalismo. La Constitución fue promulgada el 5 de febrero y entró en vigor en septiembre de 1857; por ella y debido a su triunfo en las elecciones el nuevo presidente fue Ignacio Comonfort y, por disposición de la misma, si este hiciera falta sería sustituido por el Presidente de la Suprema Corte de Justicia, que a la sazón era Benito Juárez.

Gral. Félix Zuloaga


En diciembre del mismo año un levantamiento conservador, con el obvio apoyo de la Iglesia, al mando del general Félix Zuloaga desconoció la Constitución al tiempo que se proclamaba presidente. Por su parte Comonfort, considerando que la Constitución había ido muy lejos, decidió apoyar la insurrección que al desconocer la Constitución desconocía su investidura, así de facto se desconocía a sí mismo, por lo que los liberales lo rechazaron, lo mismo que los conservadores, y no le quedó más remedio que abandonar el país, quedando Juárez como presidente. La situación tuvo nuevamente que resolverse mediante las armas en una guerra que duró tres años —lo que dio nombre a la misma: “Guerra de Tres Años”, aunque también se le conoce como la “Guerra de Reforma” por ser estas leyes las que le dieron origen y otras más se expidieron durante la misma—.

Entre las Leyes de Reforma destacan:
  • La Ley de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos, que modificaba la Ley Lerdo adjudicando ahora la expropiación de los bienes al Estado y no a los inquilinos y arrendatarios. La idea era ponerlos a la venta para fomentar la pequeña propiedad y allegar al mismo tiempo recursos al Estado.
  • La Ley del Registro Civil, que expedida en 1859 quitaba el control de llevar el registro de nacimientos, matrimonios y defunciones a la Iglesia y se lo brindaba al Estado.
  • La Ley del matrimonio civil, que como su nombre lo indica establecía el matrimonio como un contrato civil que debía verificarse ante el Estado y no necesariamente ante la Iglesia.
  • La Ley de Libertad de Cultos, proclamada en 1860, que establecía la libertad de culto y el rechazo a la imposición religiosa.
  • La Ley de Extinción de las Comunidades Religiosas, expedida en 1863, en que se decretaba la extinción de comunidades religiosas, que solían imponer sus demandas y ejercían la privación ilegal de la libertad de las personas.
Algunos efectos prácticos de estas leyes fueron la secularización de los cementerios, con la que se quitaba la administración de éstos a la Iglesia —lo que suponía la entrada de recursos económicos al Estado—, así como la enseñanza laica, pues se establecía específicamente en el artículo 3o de la Constitución que ninguna orden o congregación religiosa como tal pudiera impartir instrucción en México. Pero sin duda el principal efecto de la Reforma fue la separación entre la Iglesia y el Estado.

Ambos bandos buscaron la ayuda de intereses extranjeros para ganar la guerra y como era de esperarse los conservadores lo hicieron contratando préstamos con bancos europeos —suizos— que se sumarían a las exigencias francesas que a la postre esgrimiría la potencia para justificar su invasión del país. Por su parte los liberales firmaron con los Estados Unidos el conocido Tratado McLane-Ocampo en el que a cambio de ayuda económica comprometían el paso a perpetuidad por el Istmo de Tehuantepec, así como el paso de Guaymas a Nogales —los estadunidenses buscaban un paso estrecho que hiciera más fácil el traslado de tropas, enseres y mercancías de una a otra de sus costas, abreviando tiempo y reduciendo los costos, lo cual lograrían después fomentando la separación de Panamá de Colombia, y financiando la construcción del Canal de Panamá en 1914, quedándose con los derechos y la administración que sólo entregarían hasta 1999—. Por suerte el acuerdo nunca fue ratificado por el Senado de Estados Unidos porque, debido a la guerra de secesión, podía fortalecer a los estados separatistas del sur. Sin embargo sirvió para que los Estados Unidos reconocieran al gobierno de Juárez y consecuentemente se derrotara a los conservadores.

Tratado McLane-Ocampo
Finalmente los liberales vencieron a los conservadores hacia 1861. Sin embargo, la precariedad económica del Estado obligó a Juárez a suspender momentáneamente el pago de la deuda externa, lo que motivó a los países acreedores —con excepción de los Estados Unidos— a intervenir en México. Así entre diciembre de 1961 y enero de 1862 flotas francesas, inglesas y españolas fondearon en aguas del Golfo de México y desembarcaron en Veracruz toda vez que tomaron el control de las aduanas del país. De inmediato el gobierno de Juárez destacó al Ministro Manuel Doblado a conferenciar con las tropas invasoras llegando un acuerdo con el General Prim —representante de la alianza invasora— con lo que las armadas inglesa y española se dieron por satisfechas y se retiraron del país, no así la fuerza francesa que contrariamente avanzó hacia la capital del país, no quedándole más remedio que defenderse. Fue entonces cuando se llevó a cabo la Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862 en que las tropas mexicanas al mando del General Ignacio Zaragoza pudieron detener el avance francés momentáneamente, lo cual le valió el descrédito y la destitución al general francés al mando —el Conde de Laurencez—. Sin embargo el ejército francés fue reforzado y finalmente tomó la capital y el país, donde estableció un protectorado francés al mando del Archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo, quien fue coronado como nuevo emperador del Imperio Mexicano.

Maximiliano de Habsburgo

Entre 1860-1861, una comisión de ciudadanos conservadores mexicanos encabezada por José María Gutiérrez de Estrada, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar y Juan Nepomuceno Almonte, negoció con el emperador francés Napoleón III una nueva intervención en México y la implantación una monarquía constitucional. Se decidió que el candidato ideal para el trono del Imperio Mexicano era Maximiliano de Habsburgo, a quien no fue fácil convencer, pues pidió pruebas de que el pueblo de México lo requería, por lo que se levantaron las famosas “Actas de Adhesión al Imperio”, en las cuales le mostraban miles de firmas de mexicanos que lo demandaban. Finalmente Maximiliano aceptó el ofrecimiento y tras firmar los Acuerdos de Miramar, en que Napoleón se comprometía a mantener el ejército de ocupación hasta que Maximiliano se consolidara en el poder —obviamente a cambio de un buen pago de dinero— se embarcó junto con su esposa Carlota Amalia de Bélgica hacia México, donde tuvo un frío recibimiento en Veracruz que contrastó con la cálida bienvenida que le organizó la rancia sociedad de la Ciudad de México.

Carlota Amalia de Bélgica
 Sin embargo, Maximiliano resultó una decepción para los conservadores que esperaban el retorno de los privilegios de la Iglesia, el ejército y los sectores acomodados —así como la supresión de las Leyes de Reforma—, pues Maximiliano resultó ser muy liberal y no sólo no derogó las leyes sino que las mantuvo y aplicó. Por otra parte, trató de convencer a Juárez —cuyo gobierno se encontraba reducido a la población del Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez—, pero éste se mantuvo incólume y resistiendo hasta que la configuración de la balanza internacional cambió y posibilitó que el ejército francés saliera del país y poco a poco el gobierno juarista fuera recuperando el territorio.

Para 1867 los Estados Unidos venían saliendo de su Guerra de Secesión —el enfrentamiento entre los estados separatistas del sur esclavista (confederados) contra los estados del norte antiesclavista (yanquees), que terminó con la victoria de estos últimos y la abolición de la esclavitud en los EUA— lo les que permitió reactivar la ayuda al gobierno juarista y reclamar la invasión y ocupación francesa del territorio mexicano. Aunado a ésto, lo que llevó a Napoleón III a retirar su ejército de México fue la posibilidad de entrar en guerra contra una Prusia que triunfante de la guerra contra Austria ahora amenazaba al estado francés —guerra que se llevaría a cabo entre 1870 y 1871 y que daría como resultado la unificación de Alemania— por lo que Francia no habría querido apostar a una guerra en dos frentes y concentró sus tropas en Europa.

Presidente Benito Juarez
Así Maximiliano quedó sólo a sus fuerzas e hizo frente al avance liberal con lo que quedaba del ejército conservador al mando del general Miguel Miramón, que contaba entre otros jefes importantes con militares de la talla de Tomás Mejía y Leonardo Márquez. Pero no pudo hacer mucho y finalmente cayó derrotado en Querétaro, preso, enjuiciado, condenado a muerte y finalmente fusilado en el Cerro de las Campanas, junto con Miguel Miramón y Tomás Mejía.

La Emperatriz Carlota, entre tanto, había viajado a Europa a exigir de Napoleón III el cumplimiento de los acuerdos de Miramar, pero fue ignorada, y aunque apeló al Papa, incluso, fue finalmente declarada demente y recluida en el Castillo de Miramar —y posteriormente en los castillos de Tervuren y de Bouchout en Bélgica— hasta su muerte el 19 de enero de 1927.

Carlota y Maximiliano
Así, la república fue restaurada con la entrada triunfal del presidente Benito Juárez a la Ciudad de México el 15 de julio de 1867, donde gobernaría, luego de reelegirse presidente, hasta 1872 en que murió de un infarto. Entre 1872 y 1876 tocaría el turno de gobernar a Sebastián Lerdo de Tejada a quien en su intento por reelegirse se enfrentarían el general Porfirio Díaz y José María Iglesias, venciendo Díaz y estableciéndose en el poder durante los siguientes treinta y tres años.


Tarea: Para complementar tu conocimiento sobre el tema mira el capítulo "Imperios de Papel" de la Serie Coleccionista del Canal 14 y elabora un reporte del mismo. Puedes buscarlo en la página del Canal 14 (http://www.canalcatorce.tv/) pestaña Videoteca, opción: Coleccionista, temporada 1, capítulo 9. Imperios de Papel.

O haciendo click en la siguiente liga: Coleccionista. Imperios de Papel

miércoles, 13 de mayo de 2020

California y la fiebre del oro

Para colmo de males una vez terminada la invasión estadunidense a México que obligó a nuestro país a "ceder" el territorio de California a los Estados Unidos, se descubrió oro en la superficie del territorio. Bastaba excavar sólo un poco para extraerlo. Todo ello detonó la inmigración masiva de buscadores de oro, con la intención de hacer fortuna, que provocó la explosión demográfica del territorio y la extracción de toneladas de oro que supusieron el crecimiento de la economía de los Estados Unidos. Esta historia se cuenta de una forma magistral en el capítulo sobre el tema de la serie El Efecto Mariposa de Pierre Lergenmüller y Jean Mach, producida por Mad Films, Triarii Prod, Les Films de la Butte y Arte G.E.I.E., que aquí les comparto.

Véanla y hagan un comentario en la entrada del blog.

Ver "California la fiebre del oro".

martes, 12 de mayo de 2020

Liberales y conservadores. De 1824 a 1857

Como hemos visto, tras el fracaso de la aventura imperial de Agustín de Iturbide el país se dio una constitución —en 1824— y adoptó la forma de una república federal, nombrando a su vez al primero  de sus presidentes —Guadalupe Victoria— quien sería el único en un largo periodo de casi 50 años que lograría concluir su periodo presidencial sin ser derrocado o pedir licencia y ausentarse del cargo.

La inexperiencia política de los mexicanos cobró factura y pronto fueron captados por los intereses internacionales que bajo la máscara de las logias de la masonería comenzaron a manipular la política interna tratando de abonar a sus propios intereses. Así mismo la pretendida unidad del movimiento trigarante pronto se vio disuelta en la práctica, pues surgieron diferentes formas de concebir la dirección política que debía darse al país y se formaron diferentes corrientes que podemos denominar genéricamente como liberales y conservadores, aunque la pluralidad es más amplia.

Masonería símbolo
Algunos —conservadores— consideraban que la tradición monárquica y virreinal del país requería un sistema de gobierno de similares características; así surgieron posturas centralistas e incluso francamente monárquicas. Otros en cambio —liberales—, seguidores de los nuevos cambios democráticos instaurados en países como Francia o los Estados Unidos de América, consideraban que debían remedarse tales formas de gobierno en la naciente República Mexicana, aunque dentro de éstos había quienes consideraban que las reformas necesarias —como el acotamiento del poder e influencia de la Iglesia, el ejército y las clases pudientes— debían implementarse de forma inmediata —los “puros” o “radicales”—; mientras otros consideraban que éstas debían irse implementando con el tiempo, poco a poco —los “moderados”—. Estos últimos sucumbieron a la intromisión que desde la masonería yorquina implementaron los intereses estadunidenses a través de su embajador en México, Joel R. Poinsett y que, con el interés de lograr la compra-venta de los territorios norteños de México, incidieron en la política mexicana aún apoyando alzamientos e imponiendo presidentes. Los conservadores por su parte se cobijaron en la masonería de rito escocés.

Joel Robert Poinsett

Así tuvimos, como ya adelantamos, un periodo de aproximadamente cincuenta años de lucha por el poder entre liberales y conservadores —centralistas y federalistas, monarquistas y republicanos— sin poder consolidar un gobierno y crear la estabilidad necesaria para el crecimiento económico y político del país y dejándolo a expensas de los intereses internacionales que inmediatamente trataron de sacar provecho de las nuevas naciones de la América Latina recién independizada.

Para prevenir que España, o cualquier otra potencia europea, retomara el control de sus perdidas colonias los Estados Unidos de América manifestaron, tan temprano como 1823, su denominada “Doctrina Monroe” según la cual ellos no permitirían que ninguna potencia europea amenazara a las nuevas naciones americanas recién independizadas, lo cual se ha traducido para efectos prácticos, y no sin ironía, como su máxima: “América para los americanos”. No es que a potencias europeas en franca expansión como Inglaterra les intimidara, o no importara, tal aseveración, pero resultaba adecuada para mantener a raya a su sempiterno rival: Francia, que pronto hizo muestra de sus intereses en México al invadirlo en 1838, en la denominada “Guerra de los Pasteles” en que en reclamo del reconocimiento de afectaciones y pretendidos adeudos del país —entre los cuales se encontraba una cuenta no pagada por militares mexicanos a un restaurantero francés, en que supuestamente se habrían comido algunos pasteles— bloqueó los puertos mexicanos y desembarcó tropas de ocupación en Veracruz, lo que se contrarrestó por parte del gobierno mexicano —con la ayuda de Inglaterra— aceptando las indemnizaciones impuestas por el gobierno francés, pero no las concesiones comerciales que éste pretendía imponer.

"Toma del fuerte de San Juan de Ulua y de la Veracruz por la marina francesa"


Por su parte España intentó, mediante la expedición de Isidro Barradas, en Tampico en 1829, llevar a cabo la reconquista del territorio Mexicano. Sin embargo, el intento fracasó y con él la intención española de reconquistar su antigua posesión, no quedándole sino otorgar su reconocimiento final a la independencia de México en el año de 1836.

Por su parte, los Estados Unidos de América creyéndose predestinados a expandirse desde el Océano Atlántico hasta el Pacífico y dominar la América Septentrional habían venido creciendo a partir de la compra y ocupación sin más de territorio. En 1803 compraron a la Francia napoleónica el extenso territorio de la Louisiana, que ésta había forzado a España a devolverle. De tal forma se convirtieron en vecinos de la Nueva España y en breve comenzaron a ocupar el territorio de la Florida, la cual, viéndola perdida España entregó a cambio del compromiso firmado en 1819 —Tratado Adams-Onís— de no pretender —ni invadir— en el futuro territorios españoles en América. Conscientes de ello los estadunidenses apoyaron con todo la lucha de independencia de México, pues consideraban que el acuerdo de límites quedaría sin efecto una vez conseguida y podrían conseguir de México por medio de la compra la sesión de tan necesarios y anhelados territorios. Cuando, lograda la independencia, vieron que el gobierno mexicano era reacio a la venta de sus provincias norteñas hicieron uso de la ocupación y el despojo —no sin ayuda de los propios políticos mexicanos, que enamorados de las instituciones estadunidenses y europeas, emitieron leyes como la de “colonización” de 1824 que permitía, e invitaba, a cualquier europeo y/o sus descendientes estadunidenses a colonizar el territorio norteño de Texas con los requisitos de ser ciudadanos “de buenas costumbres”, hablar español, ser católicos y jurar obediencia a las instituciones mexicanas. Requisitos que muy pocos, o ninguno, de los colonos estadunidenses reunía, pero no tenían ningún reparo en jurar, ni en desobedecer.

Doctrina Monroe
Así, llegaron en tropel los estadunidenses a colonizar Texas, tan pronto que en cuatro años en las pocas ciudades en que se hallaban mexicanos, a decir de Manuel Mier y Terán, enviado por Guadalupe Victoria a levantar un informe de la situación de la provincia, éstos eran superados en proporción de diez norteamericanos por cada mexicano y surgieron asentamientos donde únicamente había estadunidenses.

“Hay dos clases de pobladores: los unos son los fugitivos de la república vecina, muchos marcados en el rostro con la señal que allá se acostumbra poner a los ladrones y facinerosos; prontos a pasar y repasar según tienen necesidad de separarse del terreno en que acaban de cometer un delito. La otra clase es la de los jornaleros pobres que no han tenido cuatro o cinco mil pesos para comprar un sitio de tierra en el norte y por el deseo de ser propietarios”.

Manuel Mier y Terán, 1828.

En todo caso el plan de obtener el territorio del norte estaba en marcha y tan pronto como 1835, aprovechando el golpe de estado dado por Antonio López de Santa Anna y el viraje al centralismo impuesto, los texanos al mando de Samuel Houston se declararon independientes de la República Mexicana hasta en tanto no se restableciera el federalismo. Sin embargo combatidos por el propio Santa Anna, quien les propinó la derrota de El Álamo y a quien capturaron en la batalla de San Jacinto y obligaron a firmar los Tratados de Velasco, los texanos se consideraron totalmente independientes de México y formaron un estado que diez años después fue anexado a los Estados Unidos de América.

La mitificada Batalla del Álamo
Sin embargo, aunque Santa Anna era un presidente de la república con licencia cuando fue prisionero de los texanos, no tenía el poder de conceder territorio y el Congreso mexicano jamás aceptó la independencia de Texas sino lo consideró un estado en rebeldía al que tarde o temprano había de someter a la obediencia, pero dada la inestabilidad política y la falta de recursos nunca pudo concretarse la campaña de Texas. Por otro lado los Estados Unidos inmediatamente dieron su reconocimiento al nuevo Estado “independiente” y a la postre se lo anexaron en 1846.


La anexión de Texas no podía sino suponer el rompimiento de relaciones entre México y los Estados Unidos, así que los embajadores de ambos países se repatriaron e inmediatamente surgieron “problemas” limítrofes entre los dos países. El presidente James Polk reclamaba la frontera de Texas hasta el río Bravo, desconociendo que desde siempre se había considerado ésta en el río Nueces, más al norte, lo cual dio lugar a establecer un “territorio en disputa” que luego el mismo Polk violaría al mandar a sus tropas al mando del General Taylor a ocupar el territorio. Mordiendo el anzuelo las tropas mexicanas traspasarían el Bravo y se llevaría a cabo una escaramuza que sería magnificada por el propio Polk para forzar la declaración de guerra a México, argumentando que se había ultrajado territorio norteamericano y “derramado sangre estadunidense en territorio estadunidense”.

James Knox Polk

Así se llevó a los mexicanos a una guerra que de antemano tenían perdida. Para 1846 México cumplía 22 años de lucha interna sin lograr la estabilidad política que le permitiera hacer frente a una invasión como la que sufriría de parte de los Estados Unidos. De hecho la fracción conservadora no solamente se abstuvo de apoyar al gobierno liberal a hacer frente a la invasión, sino que aún financió levantamientos contra las leyes tendientes a obtener recursos para la defensa, como sucedió con la sublevación de los polkos.

Así el ejército estudunidense, bien armado, bien pertrechado y bien entrenado en una época de paz de 60 años, con la moral en alto debido a su rápida expansión alimentada en la doctrina del “Destino Manifiesto” de los estadunidenses a la grandeza. Apoyado por un gobierno de una economía sólida —que le permitía al mismo tiempo firmar un acuerdo de límites con Inglaterra, que le posibilitó quedarse con el territorio de Oregon y lograr la anhelada expansión al Océano Pacífico— se enfrentó con un ejército pobre, mal armado y desmoralizado por la leva y la miseria al que  no sería difícil derrotar.



El país fue invadido por varios frentes: por el norte ya con mucha antelación una flota de guerra al mando del Comodoro Sloat había desembarcado y ocupado las costas de California, incluso cuando aún no se había declarado la guerra, en un descarado “madruguete”. Por Nuevo México, las tropas al mando del general Stephen Kearny se encargaron de ocupar Santa Fe y la región del norte de California; por Tamaulipas el viejo zorro Taylor avanzó hacia Matamoros y Monterrey; mientras que por mar nos llegaron dos flotas de ocupación: por San Blas en el Pacífico —con lo que se bloquearon los puertos de Guaymas y Mazatlán—, pero la que resultó definitiva llegó por Veracruz y se internó por la ruta de Cortés, a quien emulaba, el general Winfield Scott, quien para el 13 de septiembre de 1847 tomaba el Castillo de Chapultepec y para el 15 de septiembre ondeaba la bandera de las barras y las estrellas en el Palacio Nacional en el Zócalo capitalino.


Como quitarle un dulce a un niño, ahora sólo quedaba fijar las demandas de la rendición. En los Estados Unidos se llegó a discutir incluso la pertinencia de quedarse con todo México, lo cual si no sucedió se cree fue porque había que guardar las apariencias de legalidad de la invasión —algunos creen que el factor del racismo jugó un papel preponderante en la decisión, pues se trataba de una nación con grandes cantidades de criollos, indios y mestizos, católicos y supersticiosos— y porque suponía un problema la anexión de tierras que habrían de integrarse a una nación que ya enfrentaba el conflicto interno entre estados esclavistas y no-­esclavistas que estallaría diez años después en su “Guerra de Secesión”.

Finalmente, cuando se firmó el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, que puso fin a la guerra, los Estados Unidos Obtuvieron el territorio de Nuevo México y California —además de la ya anexada Texas— a cambio de unos cuantos pesos que le dieron la apariencia de una “cesión de territorio”, como gustan llamar al despojo que llevaron a cabo. Nada mal si consideramos que este territorio actualmente alberga los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Arizona y partes de Wyoming, Colorado, Kansas y Oklahoma, y de que tan sólo unos días después se encontraran grandes yacimientos de oro en California que desatarían la llamada “fiebre del oro”, provocando la rápida colonización y el crecimiento económico de la zona y del país.

Adquisiciones territoriales de los EU
Las crónicas abundan sobre la sensación de ignominia que tuvieron algunos estadunidenses durante la invasión y las demandas. Quizá la más ostensible sea la anécdota de que el mismo día de la firma del tratado de Guadalupe habrían llegado instrucciones al ministro plenipotenciario de los Estados Unidos, Nicholas Trist, de aumentar las demandas hasta obtener también la Baja California, Sonora y el derecho de paso a perpetuidad por el Istmo de Tehuantepec, pero que Trist habría fingido no recibirlas hasta haber firmado el acuerdo eufemísticamente llamado: “Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América” que daba fin a la guerra.



Terminada la Invasión de los Estados Unidos a México los mexicanos volvieron a sus consabidos conflictos no resueltos y los conservadores resucitaron en 1853 al malogrado Santa Anna para establecer un gobierno conservador, detrás del cual estaría como artífice Lucas Alamán, que sin embargo murió entonces sin ver el triunfo del mismo, lo cual significó la dictadura de Santa Anna, quien se hizo dar el título de “Alteza Serenísima” y se dedicó a gobernar sin constitución estableciendo toda clase de impuestos para allegar recursos al erario. Famosos al respecto son los impuestos a las puertas y ventanas y a la posesión de gatos y perros.

Para 1854 mediante un levantamiento dirigido por los generales Ignacio Comonfort y Juan N. Álvarez, conocido como la Revolución de Ayutla, se derrocó y exilió a López de Santa Anna, estableciéndose alternadamente en la presidencia Juan Álvarez y Comonfort. Entonces se dictaron las primeras leyes de Reforma y se promulgó la Constitución liberal de 1857 que dio origen a la Guerra de Tres Años o de Reforma, pero ésta la trataremos en otra sesión.

 

viernes, 8 de mayo de 2020

domingo, 3 de mayo de 2020

La independencia de México. Clase Virtual

Hola, les comparto la clase virtual que grabé para ustedes y subí a mi cuenta de You Tube. Se encuentra dividida en dos partes. Saludos.



viernes, 1 de mayo de 2020

La Independencia de México


Si leíste la pasada publicación sobre los antecedentes de la independencia de México entonces ya sabes la problemática que enfrentaba —en la cúspide de la sociedad novohispana— a los criollos con los españoles peninsulares, o “gachupines”, recelo alimentado durante siglos por el orden impuesto que colocaba a los gachupines en los puestos importantes de gobierno y que los nuevos criollos ilustrados buscaban revertir.

También sabrás ya que el emperador Napoleón I Bonaparte había arrebatado la corona española y entronizado a su hermano Jośe I como rey de España, causando la inconformidad de la población hispana y el levantamiento popular en contra de la imposición y a favor del restablecimiento de la monarquía española en la persona de Fernando VII.

José I

Al conocerse la usurpación del trono español por Francia en la Nueva España nadie apoyó el reconocimiento del nuevo rey francés, José I Bonaparte. Sin embargo surgió el problema de quién gobernaría con legitimidad la Nueva España. Los criollos, agrupados en el Ayuntamiento de la Ciudad de México, defendieron la idea del síndico Francisco Primo de Verdad y Ramos de que preso como estaba el soberano español la soberanía regresaba al pueblo y éste podía darse el gobierno creando un gobierno provisional al mando del propio virrey José de Iturrigaray, hasta en tanto el monarca español fuera liberado. Tal propuesta fue tomada como el espaldarazo del Ayuntamiento criollo al virrey y el intento de independizar a la Nueva España, y motivó el levantamiento de los simpatizantes del partido español quienes depusieron al virrey Iturrigaray y apresaron a varios miembros del Ayuntamiento, entre ellos al Licenciado verdad, quien murió extrañamente en la cárcel del Arzobispado en octubre de ese 1808. Los alzados colocaron como nuevo virrey al Mariscal Pedro Garibay, viejo curtido que sin embargo carecía de legitimidad por no haber sido nombrado por instancia legítima alguna. Garibay se dedicó a perseguir a los partidarios de la independencia agriando la disputa entre criollos y peninsulares y, finalmente, fue sustituido en julio de 1809 por la Junta de Sevilla, que se había creado para gobernar España en ausencia de Fernando VII, quien nombró como nuevo virrey al arzobispo de México Francisco Javier Lizana.

Francisco Primo de Verdad

Lizana resultó ser demasiado indulgente, durante su gobierno se llevó a cabo la “conspiración de Valladolid”, auspiciada por José Mariano Michelena, José María García Obeso y el fraile Vicente de Santa María, entre otros. Cuando la conspiración fue denunciada y presos sus participantes el arzobispo-virrey se conformó con arraigarlos en la ciudad de Valladolid (Morelia), donde pudieron seguir libres. Su benevolencia le valió ser destituido por la Junta Central de Sevilla, quien nombró como su sucesor al virrey Francisco Javier Venegas, en mayo de 1810.

Fco. Javier Lizana


Para entonces los novohispanos criollos acusaban a los peninsulares de pretender entregar el país a los franceses, mientras que a su vez eran acusados por éstos de pretender independizar a la Nueva España de la Madre Patria. Lo que era claro es que los sucesos en Europa habían dado a los criollos americanos el pretexto ideal para quitarse de encima la hegemonía peninsular. Pero no sería fácil.

Las conspiraciones siguieron dándose, pero de éstas la más significativa fue la de Querétaro, en la que participaban personajes como el propio corregidor Miguel Domínguez y su esposa Doña Josefa Ortiz, el cura de Dolores Miguel Hidalgo, y los militares Ignacio Allende —quien había también participado en la conspiración de Valladolid— y Juan Aldama, entre otros.

La finalidad de los conspiradores de Querétaro era formar una Junta que rigiera la Nueva España y la conservara para Fernando VII, mientras España estuviera invadida por Francia, como “un deber de los Americanos”. Es decir, formar un gobierno de americanos para americanos, o sea de criollos. Para ello hicieron acopio de armas y formaron células del movimiento en otras poblaciones. Su intención era aprovechar la fiesta de San Juan de los Lagos, en octubre de 1810, para llevar a cabo el levantamiento. Sin embargo, como sabemos, la conspiración también fue denunciada y se giraron órdenes de aprehensión contra sus organizadores, pero esta vez la noticia fue conocida por los conspiradores y éstos decidieron adelantar el levantamiento. “No queda más remedio que ir a coger gachupines” habría dicho Hidalgo a Allende, así como que “quienes inician empresas como la nuestra no viven para saborear sus frutos”. Tales frases son de conocimiento común en México.

Miguel Hidalgo


El levantamiento de Hidalgo, que por cierto fue invitado y puesto al frente del ejército insurgente por su carisma y arraigo entre los sectores populares, alcanzó a reunir cerca de cien mil personas, con las que se dirigió hacia la Ciudad de México, pasando por Atotonilco —donde tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe— y por Guanajuato —donde se llevó a cabo la toma de la Alhóndiga de Granaditas, el saqueo y la matanza de españoles que le valieron el descrédito a Hidalgo, así como el inicio de sus diferencias con Allende.



El hito que marca la historia de Hidalgo y su movimiento es su negativa a tomar la Ciudad de México. Algunos opinan que tuvo miedo de que se repitieran los excesos de Guanajuato. Lo cierto es que se detuvo en Cuajimalpa donde fue derrotado por el ejército realista, bien preparado, al mando de Félix María Calleja —que posteriormente sería nombrado virrey en sustitución de Venegas—, quien fácilmente desbandó con su ejercito bien preparado a las bandas desorganizadas de los insurgentes, forzándolos a huir hacia Guadalajara, donde José Antonio Torres había tomado la plaza e instaurado un gobierno insurgente.

En Guadalajara Hidalgo instaló su gobierno, recibió el título de “Alteza Serenísima” y emitió algunas de las disposiciones que caracterizarían a su movimiento, como la supresión de la esclavitud, la supresión de los diezmos y tributos, y la publicación del primer periódico que difundió la causa de los insurgentes: “El Despertador Americano”. Sin embargo el gobierno de Hidalgo en Guadalajara duró muy poco, pues las fuerzas realistas llegaron en su búsqueda forzándolos a trabar batalla en el puente de Calderón, en las afueras de Guadalajara, dónde nuevamente fue derrotado y desbandado. Con los pocos hombres que les quedaban los insurgentes marcharon con rumbo a los Estados Unidos, con la esperanza de reorganizarse y lograr el apoyo a la causa independentista, pero no lograron hacerlo, pues fueron detenidos en las norias de Baján, en Coahuila, luego fueron enjuiciados, fusilados y sus cabezas exhibidas en las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas para escarmiento de los insurgentes.



Morelos



Como dicen poéticamente en la historia patria, la llama independentista fue retomada por el antiguo alumno de Hidalgo: José María Morelos, que había sido comisionado por el mismo Hidalgo para levantar la insurgencia en la costa sur del país. Morelos resultó más metódico y organizado que Hidalgo, y mucho mejor estratega. A diferencia del cura de Dolores, Morelos no reclutó indiscriminadamente gente para la causa, sino únicamente hombres disciplinados y dispuestos a la lucha, a la demás gente la convencía de apoyar a la causa de otras formas, aportando insumos y difundiendo sus motivos.

Morelos tuvo sus mejores apoyos en personajes de la talla de Don Hermenegildo Galeana, hacendado de la costa grande, y los Bravo —Leonardo y Nicolás— con quienes estableció la Provincia de Tecpan como territorio libre y autónomo. Así mismo, en su campaña por Puebla adquiriría el apoyo de otro prócer, Mariano Matamoros. Con estos y otros hombres Morelos llegó a controlar un importante territorio en el sur y centro del país —los actuales estados de Guerrero, Morelos, Puebla y Oaxaca—, incluso, junto con Ignacio López Rayón y otros insurgentes, como José María Liceaga, instalaron el Congreso de Chilpancingo y proclamaron la Constitución de Apatzingán, es decir los ejercicios de una nueva nación independiente ya totalmente de España. Aunque esto último fue causa de distanciamiento entre Morelos y Rayón, pues este defendía aún los derechos del rey Fernando VII sobre una Nueva España independiente.


La humildad de Morelos hizo que no aceptara el tratamiento de “Alteza Serenísima” que tan gustoso había aceptado Hidalgo y se llamara a sí mismo sólo “Siervo de la Nación”, pero la misma humildad hizo que se sometiera a las disposiciones erráticas, primero de la Junta de Zitácuaro —y de López Rayón— y luego del Congreso de Chilpancingo, lo que le valió serias derrotas de parte de los realistas, y finalmente su aprehensión y fusilamiento, con lo que se descabezó el movimiento insurgente.



Como corolario conviene recordar el ideario de Morelos expresado en sus “Sentimientos de la Nación”:

Que la América es libre e independiente de España y de toda otra Nación, Gobierno o Monarquía, y que así se sancione, dando al mundo las razones.”

Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto.”

Que la esclavitud se proscriba para siempre y lo mismo la distinción de castas. Quedando todos iguales, y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud”.

Así mismo se le atribuye la frase:

Que se eduque al hijo del labrador y del barrendero como al del más rico hacendado.”


Derrotado Morelos la lucha independentista no volvió a tomar fuerza ni a tener una dirección fuerte ni a controlar un territorio extenso, sino se disgregó a diferentes zonas del país, desde donde continuó la resistencia.

Al virrey Venegas lo sustituyó Félix María Calleja –en 1813– de quién conviene recordar que le correspondió poner en vigor la Constitución de Cádiz, sin embargo la libertad de imprenta establecida en ella le fue adversa pues surgieron infinidad de publicaciones favorables a la causa insurgente, por lo que de facto Calleja se vio obligado a suspenderla.

Desde 1810 la Junta Central había convocado a representantes de las posesiones españolas, incluidos los virreinatos, a las Cortes Generales Españolas que se reunieron entre 1810 y 1812. El resultado fue una Constitución liberal que acababa con la monarquía absoluta en España y establecía la división de poderes, toda vez que limitaba el poder de la Iglesia y la nobleza españolas.

Sin embargo la Constitución de Cádiz sólo estuvo vigente hasta 1814, cuando fue derrotado Napoleón y por lo tanto liberado Fernando VII quien la desconoció y restableció la monarquía absoluta. Así mismo Fernando VII desconoció y combatió los movimientos independentistas en América. En el caso de la Nueva España nombró como nuevo virrey a Juan Ruiz de Apodaca, quién para acabar con la insurgencia ofreció indultar a todos los insurgentes que entregaran las armas.

Francisco Javier Mina

Muchos insurgentes se acogieron al indulto y entregaron las armas. Sólo algunos como Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria se mantuvieron en la lucha. Para 1820 el movimiento insurgente era prácticamente inexistente; el único intento de reactivación había sido el protagonizado por Francisco Javier Mina, liberal español que habiendo reunido un grupo de combatientes desembarcó en Tamaulipas y llevó a cabo algunas batallas, pero fue finalmente derrotado y fusilado por las tropas realistas. A Mina lo acompañaba fray Servando Teresa de Mier en su campaña.

En una vuelta del destino, curiosamente, serían los realistas opuestos a la independencia quienes terminarían proponiéndola, cuando en España el levantamiento liberal de Rafael del Riego obligó al rey Fernando a decretar la puesta en vigor de la Constitución de Cádiz, que como ya vimos era contraria a los intereses de la Iglesia y la oligarquía novohispanas.

Entonces se reunieron en la iglesia de La Profesa –que hoy se encuentra en la calle de Madero esquina con Isabel la católica, en el centro de la Ciudad de México– y formularon un plan para separar a México de España mientras estuviera en vigor la Constitución de Cádiz, y pusieron al mando del mismo a Agustín de Iturbide, criollo realista, fiero cazador de insurgentes.

La Profesa

Ambicioso como era, a Iturbide le cayó como anillo al dedo el nombramiento y como fue destacado para combatir a Vicente Guerrero aprovechó para convencerlo de unir fuerzas en pro de una única causa, la independencia, pues era práctico también. Así formuló el Plan de Iguala, o de "las tres garantías", pues garantizaba la independencia, la unión y la religión católica. Simbolizó estos principios con tres colores que son el origen de nuestra actual bandera.

Habiendo aceptado Guerrero, poco a poco generales insurgentes como realistas se fueron adhiriendo al Plan de Iguala. Entre tanto llegó a la Nueva España el último virrey –en realidad su nombramiento según la Constitución de Cádiz era de Jefe Político– Juan O'Donojú.



No fue difícil convencerlo, pues era liberal. Así para el día 24 de agosto de 1821 Iturbide y O'Donojú firmaron los tratados de Córdoba que reconocían la independencia del nuevo Imperio Mexicano.

Así finalmente el 21 de septiembre de 1821 el ejército de las tres garantías hizo su entrada triunfal en la Ciudad de México consumando la independencia de México, aunque España no lo reconocería sino hasta que en 1829 salió su último piquete de ejército que se hallaba en San Juan de Ulúa.

Tanto el Plan de Iguala como los tratados de Córdoba estipulaban que de no aceptar el rey Fernando, o algún miembro de su familia, el trono del Imperio Mexicano, los propios mexicanos podrían elegir a su nuevo emperador. Y como ninguno aceptó, finalmente Iturbide presionó al nuevo congreso –apostando al ejército frente al recinto legislativo– a nombrarlo emperador. Así la Nueva España pasó de ser un virreinato a un nuevo imperio con un también novel emperador: Agustín de Iturbide.