lunes, 4 de septiembre de 2017

La Alta Edad Media

En el año 395 d.C. el emperador Teodosio dividió el vasto Imperio Romano en dos regiones, con el fin de administrarlo mejor: la parte Occidental con capital en Roma, que caería en el año 476 d.C. a manos de pueblos de origen germánico llamados genéricamente bárbaros, y la parte oriental, con capital en Constantinopla (Estambul), que permanecería mil años más hasta su caída en manos de los turcos en el año 1453.
 
La unidad geográfica y mental que los romanos habían alcanzado se desintegró, dando paso a tres civilizaciones contemporáneas: la bizantina, en la parte oriental de lo que fue el imperio romano, la islámica, abarcando la Península Arábiga, el Norte de África y con presencia en la Península Ibérica y la civilización occidental, un territorio que actualmente cubre desde España hasta Alemania. 
 
Emperador Justiniano (483-565). Imperio Bizantino.
Emperador Justiniano (483-565). Imperio Bizantino.


La caída de la parte Occidental del Imperio Romano se debió a la llegada de pueblos extranjeros que los romanos llamaron bárbaros por el hecho de no hablar latín, no tener las mismas leyes ni prácticas culturales comunes. Las invasiones fueron llevadas a cabo por distintas tribus, a largo de ciento cincuenta años, en las que se apoderaron, en un proceso de reacomodo de fuerzas, de distintas partes del Imperio. Los pueblos germanos fueron “empujados” debido a la llegada de un pueblo de Asia Central conocido como los hunos, cuya bravura y capacidad para hacer la guerra obligó a los germanos a trasladarse a sitios más seguros. Y las causas por las cuales pudieron conquistar las provincias del imperio se encuentran, por una parte, en la superioridad militar: el uso de la caballería complementada por el arma de los invasores: la espada larga, cortante y puntiaguda. Pero, sobre todo, por la complicidad de los propios romanos, sobre todo los de las clases sociales inferiores, que cada día se veían más explotados por una minoría de ricos.
 
Para el año 526 d.C. los vándalos, ya se habían establecido en una parte de las costas mediterráneas del norte de África; los ostrogodos, en la Península Itálica; mientras que los visigodos prácticamente se habían apoderado de toda la Península Ibérica, a excepción del norte que fue dividida entre los suevos y los vascos; lo que prácticamente hoy es Francia fue territorio conquistado por los francos; la parte oriental de Inglaterra ya era controlada por dos pueblos, los anglos y los sajones, estos últimos también se establecieron en la parte continental de Europa ubicados en lo que actualmente es Holanda; los jutos ocuparon Dinamarca y finalmente, los eslavos habían tomado posesión de las tierras entre los ríos Elba y Vistula.
 
La red de caminos se paralizó, puentes y acueductos fueron destruidos, el comercio declinó y las ciudades fueron saqueadas; la lengua romana fue reducida a un lenguaje culto accesible para unos cuantos, la legislación romana perdió vigencia y las actividades literarias, la especulación filosófica y las manifestaciones artísticas decayeron.
 
Pero una buena parte de los conocimientos prácticos sobrevivieron y fueron adoptados por los pueblos invasores: telares, instrumentos agrícolas, utilización del caballo, técnicas de fabricación de objetos de uso cotidiano. Igual de trascendente fue el hecho de que estos pueblos adoptaron la fe cristiana que fue lo que permitió la unidad cultural durante la Edad Media.
 
El cristianismo tuvo su origen en la comunidad judía durante el reinado del emperador Augusto y se expandió vigorosamente por el Imperio, al grado tal de ser adoptada como religión de Estado por el emperador Teodosio.

El crecimiento de los conversos y la expansión geográfica de la Iglesia impuso la necesidad de una organización más ordenada. De esta forma, fue cada vez más frecuente que un territorio fuera atendido y supervisado directamente por un obispo, que tenía su sede en una ciudad importante desde donde organizaba las actividades de la Iglesia en forma jerarquizada. Este sistema organizativo tenía su origen en la tradición cristiana en la que Jesús había elegido, entre sus apóstoles, a Pedro como sucesor de la obra evangelizadora. Con el tiempo, el obispo sucesor de Pedro, con sede en Roma y llamado Papa, se convirtió en la autoridad máxima de la Iglesia y cuando el Imperio Romano se derrumbó, la Iglesia encabezada por el Papa se convirtió en una de las autoridades más importantes para justificar el poder terrenal de los reyes y príncipes.
 
Los siguientes dos siglos a la caída del Imperio Romano fueron un periodo de caos, de abandono de las ciudades y su decadencia, de combates constantes entre los nuevos reinos germanos y de retroceso gradual. Entre estos reinos de origen germánico destaca el reino de los francos. Su fundador, Clodoveo, se apoderó de Galia, que era una provincia romana, donde derrotó al último gobernador romano en el año 486, posteriormente hizo frente a una tribu germánica conocida con el nombre de alamanes, en el 496 y por último a los visigodos en el 506. Su conversión al catolicismo, en el año del 496, facilitó el apoyó que le brindaron los poderosos obispos católicos de Antioquía. Sin embargo, la debilidad más grande se encontraba en la costumbre germánica de dividir, a la muerte del soberano, el reino entre distintos hijos dando paso así a la desintegración y las intrigas políticas. Para el siglo VII, los sucesores de Clodoveo ejercían sus dominios sobre extensiones más pequeñas y habían perdido el interés de administrar de manera directa los asuntos de gobierno. El poder era delegado a funcionarios principales, que eran conocidos como "intendentes del palacio" o "mayordomos". 
Clodoveo.


 
Entre estos mayordomos, destacó la figura de Carlos Martel, quien en la práctica ejercía un poder muy amplio en el Norte y Este del Reino Franco. Su prestigio se vio fortalecido cuando, lidereando a los nobles francos, venció en el año 732, en la batalla de Poitiers, al ejército musulmán encabezado por Abderramán. Hasta entonces el Islam había sido una religión muy vigorosa en su expansión, surgida en Arabia bajo la inspiración del profeta Mahoma, cien años antes, y en sólo un siglo sus seguidores habían convertido al Islam a los pueblos de la Península Arábiga, el antiguo reino persa, el norte de África y la Península Ibérica. La batalla de Poitiers fue decisiva porque detuvo el avance musulmán y, para los cristianos, garantizó la continuidad de la Iglesia. De manera personal, este hecho facilitó a Carlos Martel fundar una nueva dinastía reinante: la carolingia.
 
Carlomagno, nieto de Carlos Martel, recibió como herencia no sólo la extensión territorial de un importante reino, sino el prestigio moral adquirido por su abuelo como defensor del cristianismo, junto con la fidelidad de los nobles francos adquirida a través de la donación de tierras y con la presencia de una estructura de gobierno sólida. De esta forma procuró restaurar la gloria del imperio Romano. Después de una serie de campañas exitosas que le permitieron ampliar su reino, en la Navidad del año 800, en la ciudad de Roma, el Papa León III coronó a Carlomagno con el título de "Carlo Augusto Emperador Romano". Para entonces su imperio se extendía a lo que actualmente es Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Austria y el norte de Italia. 
Carlomagno.


 
Tan vasto imperio era gobernado indirectamente por Carlomagno. En realidad estaba dividido en alrededor de 300 condados, cada uno de los cuales era directamente administrado por un conde designado por Carlomagno a través de un juramento de fidelidad y que tenía que asistir cada año a una asamblea para conocer los asuntos más importantes del imperio. A pesar de estos esfuerzos, la funcionalidad del imperio estaba íntimamente ligada al carácter del emperador y cuando éste murió el imperio se desmembró.
 
Aunque el imperio carolingio fue breve, su contribución más importante fue mantener vivo el ideal de una sociedad cristiana unificada ideológica y políticamente. Para ello, llevó a cabo 53 campañas militares, en las que la masacre y la conversión estaban mezcladas, la presencia de misioneros era acompañada por soldados que se dedicaban a matar, destruir, incendiar, desterrar. Por ejemplo, en el año 778, una revuelta encabezada por Widikind, líder de la población sajona en las costas del Mar del Norte, finalizó con la orden de Carlomagno de decapitar a 4500 amotinados.
 
El imperio de Carlomagno representó un periodo de resurgimiento artístico y cultural y el florecimiento del comercio de productos de lujo y a grandes distancias.
 
El fin del imperio carolingio significó la ausencia de un poder central fuerte y unificado, lo que facilitó la llegada de una nueva oleada de invasiones: los normandos o vikingos, los magiares y los sarracenos o musulmanes. En el siglo X, pueblos de origen nórdico conocidos como vikingos, llevaron a cabo incursiones militares, robando, matando y saqueando sitios tan distantes como Rusia o la costa mediterránea de España; incluso, algunos de ellos navegaron hasta Irlanda, Islandia y Groenlandia y llegaron, probablemente, hasta la isla de Terranova frente a las costas canadienses.
 
Estas invasiones nórdicas se presentaron simultáneamente con las de tribus originarias de Asia Central, llamadas magiares, que desde el Mar Negro invadieron Europa Central y el Norte de Italia, para finalmente convertirse al cristianismo, asumir practicas culturales de los pueblos de Europa Central y establecerse en forma definitiva en Hungría.
 
Finalmente, flotas de piratas árabes conocidos como sarracenos comenzaron, a partir del siglo IX, una serie de ataques en contra de los puertos cristianos de las costas mediterráneas de Francia e Italia. Saquearon Grecia en el año 806, conquistaron Sicilia en el 827 amenazando constantemente los puertos europeos. Europa se sumió una vez más en un periodo de inestabilidad e inseguridad generalizada.
 
Por tanto, el fin del imperio carolingio favoreció una fragmentación del poder y el regreso a una época de relativa anarquía. Así como el surgimiento de la Europa Feudal, un sistema económico y social basado en la preponderante producción agrícola, organizada a través de feudos y relaciones de vasallaje entre señores feudales y siervos, cuyo origen se relaciona con la necesidad de protección y defensa de la gente común ante el arribo inesperado de mercenarios especializados en saquear y asesinar.

Hacia el año mil, Europa estaba conformada de la siguiente manera, Inglaterra contaba con una monarquía centralizada, Alemania estaba dividida en ducados, Italia fragmentada en pequeños reinos, Francia tenía un rey pero con poco poder real y España iniciaba la Reconquista, un esfuerzo disperso para expulsar a los musulmanes. Así, los pueblos de Europa Occidental políticamente débiles se mantenían en pie sobre las ruinas del Imperio Romano, constantemente amenazados por la llegada de nuevos grupos invasores, con una diversidad de lenguas, sólo compartían en común la fe cristiana.
 
Fuente: Lemus Delgado, Daniel y Claudio Morales Sandoval, Historia Moderna y Contemporánea desde la fragmentación del sistema feudal hasta el Congreso de Viena, México, 2007, editorial Limusa, Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, pp. 42-69.

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