"Seguimos viviendo
en la Edad Media", dice Jacques Le Goff
Fue una etapa
brillante, dice el historiador
Por Luisa Corradini |
LA NACION
Miércoles 12 de
octubre de 2005
PARIS.– Discípulos y
colegas llaman al francés Jacques Le Goff “el ogro historiador”.
Es una referencia al desaparecido Marc Bloch, cofundador de l’Ecole
des Annales, quien afirmaba que un buen historiador “se parece al
ogro de la leyenda: allí donde huele carne humana, sabe que está su
presa”.
De un ogro, Jacques Le
Goff tiene la estatura y el apetito. También tiene una insaciable
curiosidad que lo llevó a transformarse en una referencia mundial
sobre la historia de la Edad Media, período al cual el hombre
contemporáneo le debe muchas de sus conquistas, dice.
A los 82 años, Jacques
Le Goff sigue trabajando, a pesar de la profunda tristeza que le
provocó la reciente muerte de su esposa –después de casi 60 años
de vida en común– y de una caída que desde 2003 lo mantiene
recluido en su departamento de París.
Con cualquiera de sus
libros –tantos que podrían formar una biblioteca– todo lector se
siente inteligente y erudito.
Aún más que sus
condiscípulos Georges Duby, Emmanuel Le Roy Ladurie y François
Furet, Le Goff recurrió a todas las disciplinas para estudiar la
vida cotidiana, las mentalidades y los sueños de la Edad Media:
antropología, etnología, arqueología, psicología. Sus obras
mezclan conocimiento y perspectivas. Con ellas es posible
introducirse en un medioevo fascinante, donde se estudiaba y se
enseñaba a Aristóteles, Averroes y Avicena, las ciudades
comenzaban a forjarse una idea de la belleza y los burgueses
financiaban catedrales que inspirarían a Gropius, Gaudi y Niemeyer.
En esa Edad Media masculina, la mujer era respetada, las prostitutas
bien tratadas y hasta desposadas, y solía suceder que las jovencitas
aprendieran a leer y a escribir.
-Los historiadores no
consiguen ponerse de acuerdo sobre la cronología de la Edad Media.
¿Cuál es la correcta, a su juicio?
-Es verdad que no todos
los historiadores coinciden en esa cronología. Para mí, la primera
de sus etapas comienza en el siglo IV y termina en el VIII. Es el
período de las invasiones, de la instalación de los bárbaros en el
antiguo imperio romano occidental y de la expansión del
cristianismo. Déjeme subrayar que Europa debe su cultura a la
Iglesia. Sobre todo, a San Jerónimo, cuya traducción latina de la
Biblia se impuso durante todo el medioevo, y a San Agustín, el más
grande de los profesores de la época.
-Usted, gran
anticlerical, jamás deja de destacar el papel de la Iglesia en los
mayores logros de la Edad Media.
-¡Pero no es necesario
ser un ferviente creyente para hablar bien de la Iglesia! También
soy un convencido partidario del laicismo: principio admirable,
establecido por el mismo Jesús cuando dijo: "Al César lo que
es del César y a Dios lo que es de Dios". Pero, volviendo a la
cronología, la segunda etapa está delimitada por el período
carolingio, del siglo VIII al X.
-El imperio de
Carlomagno fue, para muchos, el primer intento verdadero de
construcción europea?
-Falso. En realidad se
trató del primer intento abortado de construcción europea. Un
intento pervertido por la visión "nacionalista" de
Carlomagno y su patriotismo franco. En vez de mirar al futuro,
Carlomagno miraba hacia atrás, hacia el imperio romano. La Europa de
Carlos V, de Napoleón y de Hitler fueron también proyectos
antieuropeos. Ninguno de ellos buscaba la unidad continental en la
diversidad. Todos perseguían un sueño imperial.
-Usted escribió que a
partir del año 1000 apareció una Europa soñada y potencial, en la
cual el mundo monástico tendría un papel social y cultural
fundamental.
-Así es. Una nueva
Europa llena de promesas, con la entrada del mundo eslavo en la
cristiandad y la recuperación de la península hispánica, que
estaba en manos de los musulmanes. Al desarrollo económico, factor
de progreso, se asoció una intensa energía colectiva, religiosa y
psicológica, así como un importante movimiento de paz promovido por
la Iglesia. El mundo feudal occidental se puso en marcha entre los
siglos XI y XII. Esa fue la Europa de la tierra, de la agricultura y
de los campesinos. La vida se organizaba entre la señoría, el
pueblo y la parroquia. Pero también entraron en escena las órdenes
religiosas militares, debido a las Cruzadas y a las peregrinaciones
que transformarían la imagen de la cristiandad. Entre los siglos
XIII y XV, fue el turno de una Europa suntuosa de las universidades y
las catedrales góticas.
-En todo caso, para
usted, la Edad Media fue todo lo contrario del oscurantismo.
-Aquellos que hablan de
oscurantismo no han comprendido nada. Esa es una idea falsa, legado
del Siglo de las Luces y de los románticos. La era moderna nació en
el medioevo. El combate por la laicidad del siglo XIX contribuyó a
legitimar la idea de que la Edad Media, profundamente religiosa, era
oscurantista. La verdad es que la Edad Media fue una época de fe,
apasionada por la búsqueda de la razón. A ella le debemos el
Estado, la nación, la ciudad, la universidad, los derechos del
individuo, la emancipación de la mujer, la conciencia, la
organización de la guerra, el molino, la máquina, la brújula, la
hora, el libro, el purgatorio, la confesión, el tenedor, las sábanas
y hasta la Revolución Francesa.
-Pero la Revolución
Francesa fue en 1789. ¿No se considera que la Edad Media terminó
con la llegada del Renacimiento, en el siglo XV?
-Para comprender
verdaderamente el pasado, es necesario tener en cuenta que los hechos
son sólo la espuma de la historia. Lo importante son los procesos
subyacentes. Para mí, el humanismo no esperó la llegada del
Renacimiento: ya existía en la Edad Media. Como existían también
los principios que generaron la Revolución Francesa. Y hasta la
Revolución Industrial. La verdad es que nuestras sociedades
hiperdesarrolladas siguen estando profundamente influidas por
estructuras nacidas en el medioevo.
-¿Por ejemplo?
-Tomemos el ejemplo de
la conciencia. En 1215, el IV Concilio de Latran tomó decisiones que
marcaron para siempre la evolución de nuestras sociedades. Entre
ellas, instituyó la confesión obligatoria. Lo que después se llamó
"examen de conciencia" contribuyó a liberar la palabra,
pero también la ficción. Hasta ese momento, los parroquianos se
reunían y confesaban públicamente que habían robado, matado o
engañado a su mujer. Ahora se trataba de contar su vida espiritual,
en secreto, a un sacerdote. Tanto para mí como para el filósofo
Michel Foucault, ese momento fue esencial para el desarrollo de la
introspección, que es una característica de la sociedad occidental.
No hace falta que le haga notar que bastaría con hacer girar un
confesionario para que se transformara en el diván de un
psicoanalista.
-Usted habla de
emancipación de la mujer en la Edad Media. ¿Pero aquella no fue una
época de profunda misoginia?
-Eso dicen y,
naturalmente, hay que poner las cosas en perspectiva. Yo sostengo,
sin embargo, que se trató de una época de promoción de la mujer.
Un ejemplo bastaría: el culto a la Virgen María. ¿Qué es lo que
el cristianismo medieval inventó, entre otras cosas? La Santísima
Trinidad, que, como los Tres Mosqueteros, eran, en realidad, cuatro:
Dios, Jesús, el Espíritu Santo y María, madre de Dios. Convengamos
en que no se puede pedir mucho más a una religión que fue capaz de
dar estatus divino a una mujer. Pero también está el matrimonio: en
1215, la Iglesia exigió el consentimiento de la mujer, así como el
del hombre, para unirlos en matrimonio. El hombre medieval no era tan
misógino como se pretende.
-La invención del
purgatorio, a mediados del siglo XII, parece haber sido también uno
de los momentos clave para el desarrollo de nuestras sociedades
actuales.
-Así es. Curiosamente,
lo que comenzó como un intento suplementario de control por parte de
la Iglesia, concluyó permitiendo el desarrollo de la economía
occidental tal como la practicamos en nuestros días.
-¿Cómo es eso?
-La invención del
purgatorio se produjo en el momento de transición entre una Edad
Media relativamente libre y un medioevo extremadamente rígido. En el
siglo XII comenzó a instalarse la noción de cristiandad, que
permitiría avanzar, pero también excluir y perseguir: a los
herejes, los judíos, los homosexuales, los leprosos, los locos...
Pero, como siempre sucedió en la Edad Media, cada vez que se hacían
sentir las rigideces de la época los hombres conseguían inventar la
forma de atenuarlas. Así, la invención de un espacio intermedio
entre el cielo y el infierno, entre la condena eterna y la salvación,
permitió a Occidente salir del maniqueísmo del bien y del mal
absolutos. Podríamos decir también que, inventando el purgatorio,
los hombres medievales se apoderaron del más allá, que hasta
entonces estaba exclusivamente en manos de Dios. Ahora era la Iglesia
la que decía qué categorías de pecadores podrían pagar sus culpas
en ese espacio intermedio y lograr la salvación. Una toma de poder
que, por ejemplo, permitiría a los usureros escapar al infierno y
hacer avanzar la economía. También serían salvados de este modo
los fornicadores.
-Pero hasta la
aparición del sistema bancario reglamentado, en el siglo XVIII,
tanto la Iglesia como las monarquías sobrevivieron gracias a los
usureros. ¿Por qué condenarlos al infierno?
-Porque así lo
establecían las escrituras, como en la mayoría de las religiones.
En el universo cristiano medieval, la usura era un doble robo: contra
el prójimo, a quien el usurero despojaba de parte de su bien, pero,
sobre todo, contra Dios, porque el interés de un préstamo sólo es
posible a través del tiempo. Y como el tiempo en el medioevo sólo
pertenecía a Dios, comprar tiempo era robarle a Dios. Sin embargo,
el usurero fue indispensable a partir del siglo XI, con el
renacimiento de la economía monetaria. La sed de dinero era tan
grande que hubo que recurrir a los prestamistas. Entonces la
escolástica logró hallarles justificaciones. Surgió así el
concepto de mecenas. También se aceptó que prestar dinero era un
riesgo y que era normal que engendrara un beneficio. En todo caso, y
sólo para los prestamistas considerados "de buena fe", el
purgatorio resultó un buen negocio.
-La Edad Media también
inventó el concepto de guerra justa, vigente hasta nuestros días,
como lo demostraron los debates en la ONU sobre la guerra en Irak.
Curioso, ya que el cristianismo es portador de un ideal de paz. Hasta
se podría decir que es antimilitarista.
-Es verdad. Ordenándole
a Pedro que enfundara su espada, Cristo dijo: "Quien a hierro
mate, a hierro morirá". Los primeros grandes teóricos
cristianos latinos eran pacifistas. Pero todo cambió a partir del
siglo IV, cuando el cristianismo se transformó en religión de
Estado.
-En otras palabras, los
cristianos se vieron obligados a cristianizar la guerra.
-En esa tarea tendrá
un papel fundamental San Agustín, el gran pedagogo cristiano. Para
él, la guerra es una consecuencia del pecado original. Como éste
existirá hasta el fin de los tiempos, la guerra también existirá
por siempre. San Agustín propuso, entonces, imponer límites a esa
guerra. En vez de erradicarla, decidió confinarla, someterla a
reglas. La primera de esas reglas es que sólo es legítima la guerra
declarada por una persona autorizada por Dios. En la Edad Media, era
el príncipe. Hoy es el Estado, el poder público. La segunda regla
es que una guerra es justa sólo cuando no persigue la conquista. En
otras palabras: las armas sólo se toman en defensa propia o para
reparar una injusticia. Esas reglas siguen perfectamente vigentes en
nuestros días.
-¿Se podría decir que
el hombre medieval trataba de preservar la cristiandad de todo
aquello que amenazaba su equilibrio?
-Constantemente. Déjeme
evocar como ejemplo el que para mí fue el aspecto más negativo de
la época: la condena absoluta del placer sexual, simbolizado por el
llamado "pecado de la carne". La alta Edad Media asumió
las prohibiciones del Antiguo Testamento. Desde entonces, el cuerpo
fue diabolizado, a pesar de algunas excepciones, como Santo Tomás de
Aquino, para quien era lícito el placer en el acto amoroso. Frente a
la opresión moral, la sociedad medieval reaccionó con la risa, la
comedia y la ironía. El universo medieval fue un mundo de música y
de cantos, promovió el órgano e inventó la polifonía.
-Hace un momento hizo
referencia a los fornicadores que tuvieron un lugar en el purgatorio.
¿Cómo fue esto posible en una época de tanta represión sexual?
-Hay una anécdota que
ilustra perfectamente la dualidad medieval. El rey Luis IX de
Francia, que después sería canonizado como San Luis, tenía una
vitalidad sexual desbordante. En los períodos en que las relaciones
carnales eran lícitas (fuera de las fiestas religiosas), el monarca
no se contentaba con reunirse con su esposa por las noches. También
lo hacía durante el día. Esto irritaba mucho a su madre, Blanca de
Castilla, que en cuanto se enteraba de que su hijo estaba con la
reina intentaba introducirse en la habitación para poner fin a sus
efusiones. Luis IX decidió entonces poner un guardián ante su
puerta, que debía prevenirlo y darle tiempo de disimular su
desenfreno. Ese hombre lleno de ardor tuvo once hijos y cuando partió
a la Cruzada, en 1248, llevó a su mujer, a fin de no privarse de sus
placeres sexuales. ¡No imaginará usted que la Iglesia podía enviar
a San Luis a arder en el fuego eterno del infierno!
-¿También podríamos
decir que la Edad Media inventó el concepto de Occidente?
-La palabra "Occidente"
no me gusta. Pronunciada por los occidentales, tiene un contenido de
soberbia para el resto del planeta.
-Pero entonces, ¿cómo
definir, por ejemplo, a América, heredera de Europa?
-América ha dejado de
ser la heredera de Europa. Lo fue hasta finales de la Segunda Guerra
Mundial, cuando tanto Estados Unidos como el resto del continente
dejaron de tener al hombre como centro de sus preocupaciones.
-Usted es un apasionado
estudioso de la imaginación colectiva de la Edad Media. ¿Por qué
eso es tan importante?
-Felizmente, las nuevas
generaciones de historiadores siguen cada vez más esa tendencia. La
imaginación colectiva se construye y se nutre de leyendas, de mitos.
Se la podría definir como el sistema de sueños de una sociedad, de
una civilización. Un sistema capaz de transformar la realidad en
apasionadas imágenes mentales. Y esto es fundamental para comprender
los procesos históricos. La historia se hace con hombres de carne y
hueso, con sus sueños, sus creencias y sus necesidades cotidianas.
-¿Y cómo era esa
imaginación medieval?
-Estaba constituida por
un mundo sin fronteras entre lo real y lo fantástico, entre lo
natural y lo sobrenatural, entre lo terrenal y lo celestial, entre la
realidad y la fantasía. Si bien los cimientos medievales de Europa
subsistieron, sus héroes y leyendas fueron olvidados durante el
Siglo de las Luces. El romanticismo los resucitó, cantando las
leyendas doradas de la Edad Media. Hoy asistimos a un segundo
renacimiento gracias a dos inventos del siglo XX: el cine y las
historietas. El medioevo vuelve a estar de moda con "Harry
Potter", "La guerra de las galaxias" y los
videojuegos. En realidad, la Edad Media tiene una gran deuda con
Hollywood. Y viceversa. Pensé alguna vez que provocaría un
escándalo afirmando que el medioevo se había prolongado hasta la
Revolución Industrial. La verdad es que ha llegado hasta nuestros
días.
-¿Se podría decir
entonces que seguimos viviendo en la Edad Media?
-Sí. Pero esto quiere
decir todo lo contrario de que estamos en una época de hordas
salvajes, ignorantes e incultas, sumergidos en pleno oscurantismo.
Estamos en la Edad Media porque de ella heredamos la ciudad, las
universidades, nuestros sistemas de pensamiento, el amor por el
conocimiento y la cortesía. Aunque, pensándolo bien, esto último
bien podría estar en vías de extinción.
Fuente: Luisa Corradini, "Seguimos viviendo en la Edad Media", dice Jacques Le Goff, LA NACIÓN, Miércoles 12 de octubre de 2005.
http://www.lanacion.com.ar/746748-seguimos-viviendo-en-la-edad-media-dice-jacques-le-goff
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