lunes, 4 de septiembre de 2017

La Plena Edad Media

El periodo entre los siglos XI y XIII en Europa Occidental es la Edad Media Clásica. La idea que generalmente tenemos sobre la Edad Media, con sus castillos y caballeros, con las doncellas y los cantares de gestas heroicas, con sus monasterios y monjes, con las cruzadas y batallas contra los moros; con el establecimiento de las universidades y el surgimiento del pensamiento filosófico escolástico, con ciudades amuralladas y la vida de los campesinos en un feudo, se consolidó durante este periodo. Es el tiempo de un renacimiento artístico y el surgimiento de las lenguas romances. También es la época en que se inicia una competencia entre las ciudades por construir elevadas catedrales como símbolo de una sociedad teocéntrica, donde la vida se entiende entre el bien y el mal, en la lucha terrenal entre ángeles y demonios. Es decir, muchas de las ideas que tenemos sobre el mundo medieval que son parte de nuestro imaginario colectivo, se presentan en este periodo. No es exagerado decir que es la plenitud de la Edad Media.

A partir del año mil Europa experimentó una serie de transformaciones que permitieron dejar atrás el periodo de anarquía, se dará una seguridad mayor a la población, situación que se acompaña del incremento de la producción agrícola y el crecimiento de la población. Es un periodo de prosperidad, pero que beneficia a unos cuantos: un nuevo grupo social, la burguesía, que empieza acumular riqueza a partir de las actividades mercantiles y se convirtió en el grupo social aliado del rey para debilitar, lentamente, el poder de la nobleza. Así, la riqueza ya no sólo se medirá en términos de la posesión de la tierra, sino que gradualmente el dinero se convertirá en un símbolo de poder.

La cristiandad se expandió tanto al interior de Europa como al exterior. Los cristianos emprendieron en España la expulsión de los musulmanes y fueron hasta Tierra Santa, con la intención de recuperar Jerusalén, en manos musulmanas. Pero también es una expansión que se reflejó en la fundación de nuevos poblados, en el desmonte de los bosques para aprovechar la tierra para la agricultura, en el crecimiento de los pueblos y en un aumento en la demografía.

El imperio de Carlomagno favoreció la consolidación del sistema feudal, una mejor organización defensiva y una administración directa sobre los territorios, lo que permitió una continuidad en la producción agrícola. Durante este periodo se experimentó un crecimiento económico y poblacional en Europa, pero no existe un consenso sobre cuál fue la causa que posibilitó dicho crecimiento.

Estas transformaciones no ocurrieron ni de manera generalizada ni en forma sostenida. Ciertas ciudades y regiones experimentaron un mayor crecimiento económico y demográfico, mientras que en otras partes dicho crecimiento no ocurrió. Asimismo se trató de un proceso lento, no de un cambio radical ocurrido en 20 o 30 años.

La base de la vida material en la Plena Edad Media continuó siendo la agricultura, mientras que la ganadería era una actividad complementaria con un mínimo impacto. El comercio, sobre todo el comercio a grandes distancias, era una actividad especializada para unos cuantos. La mayor parte de las personas vivían en un mundo rural, a pesar del avance y consolidación de las ciudades. La tierra, era también la base del prestigio social de la nobleza.

¿Por qué en este periodo se experimentó un incremento en la capacidad productiva agrícola? La respuesta la debemos encontrar en las nuevas técnicas agrícolas o en la difusión de técnicas antiguas cuyo uso se empezó a generalizar, como la rotación de cultivos: los campesinos dejaban una cantidad de tierra, llamada barbecho, sin utilizar, de rotación trienal, lo que permitió aumentar la superficie cultivada, ya que el barbecho ocupaba sólo un tercio de las tierras en lugar de la mitad, además de variar los tipos de cultivos y no depender de una sola cosecha al año, permitiendo hacer frente a las inclemencias del clima.

La productividad agrícola se incrementó también por la adopción del arado asimétrico de ruedas, el empleo cada vez más generalizado del hierro en instrumentos de labranza, en lugar de la madera que se utilizaba tradicionalmente, y el uso de la vertedera, un instrumento que sirve para voltear y extender la tierra levantada por los arados; de esta forma fue posible sembrar a mayor profundidad.

No menos importante fue la invención del "tiro moderno", una especie de collarín de hombros que permitió emplear al caballo como fuerza motriz para mover los arados que resultó ser más rápido que el buey para arar la tierra, lo que aumentó la productividad. Este invento fue complementado por el uso de las herraduras, que dieron seguridad al caballo para apoyar sus patas y cuidaron sus pezuñas.

También se difundió el uso del molino, tanto hidráulico como de viento, como fuente de energía. Su difusión favoreció actividades como amasar la harina y preparar el pan, lo que permitió "tiempo libre" para el labrador que le permitió redistribuir este tiempo en otras actividades productivas.

Estas técnicas permitieron aumentar la superficie dedicada al cultivo, el rendimiento de las cosechas, la variedad de los productos agrícolas, lo que significó que la alimentación mejoró y disminuyó la mortandad debida a hambres o enfermedades asociadas a una inadecuada alimentación. Pero a pesar de estos avances, la población siempre vivió "al límite", las hambrunas no desaparecieron y cada año se presentaba la incertidumbre sobre si la producción de alimentos alcanzarla para satisfacer las demandas de una población en aumento.

La expansión agrícola probablemente se debió al incremento de la población, que se duplicó entre los siglo X y XIV; se estima que Europa occidental tenía una población de 14.7 millones de habitantes en el año 600, para el año 950 se incrementó a 22.6 y, hacia el año 1348, la población había llegado 54.4 millones.

Otro rasgo distintivo de la Plena Edad Media es el crecimiento de las ciudades. Algunas eran antiguas ciudades romanas, otras estaban situadas estratégicamente como puntos de interconexión en caminos o puertos, algunas más eran sede de poderes episcopales o de los reyes. Pero, en conjunto, las ciudades se beneficiaron de la expansión agrícola y demográfica ocurrida en el mundo rural, ya que los excedentes productivos favorecieron el incremento de los intercambios urbanos, materias primas y alimentos, fortaleciendo las funciones de la ciudad como centros artesanales y comerciales. Los excedentes demográficos permitieron un éxodo rural, lo que llevó al crecimiento de la población urbana.

Hacia el año 1300 las ciudades más importantes en Europa eran Milán, Florencia, Venecia, Génova y París con una población superior a los 80 mil habitantes; mientras que ciudades como Verona, Londres, Brujas y Colonia tenían entre 40 y 80 mil habitantes. Las ciudades fungían como centros de población que concentraban sus edificios dentro de una muralla y servían como centros mercantiles y artesanales. La producción manufacturera se especializó y los artesanos se organizaron en gremios de zapateros, herreros, costureros y panaderos entre otros. Los gremios determinaban la cantidad, la calidad y el precio de los bienes que producían y se organizaban jerárquicamente con la presencia de aprendices, oficiales y maestros. Se limitaba también el número de artesanos que se podían dedicar a una actividad específica.

Cada ciudad era administrada de manera diferente y algunas gozaron de gran autonomía. Se empezaron a consolidar minorías de poder y el surgimiento de un nuevo grupo, social: la burguesía. Y, a partir del siglo XIII, cada vez más las ciudades estuvieron bajo el control directo del rey, lo que a la postre le redituaría en un mayor poder frente al de los señores feudales.

Así, junto al aumento de la productividad agrícola, se presentó un fenómeno económico que lentamente socavó las estructuras mismas de la sociedad feudal: el resurgimiento del comercio de largo alcance. El comercio no dejó de ser una actividad marginal, sin embargo, su importancia es más cualitativa que cuantitativa: se consolidó la burguesía, con una mentalidad distinta, que introdujo el valor del dinero y la riqueza para acumular más riqueza, surgiendo un nuevo modelo de vida, distinto al ideal de los caballeros.

En este contexto las cruzadas permitieron abrir los ojos de los europeos a otras civilizaciones, descubrir nuevos productos y abrir nuevas rutas comerciales. Surgió así la posibilidad de comerciar productos de regiones distantes. Y esta oportunidad fue aprovechada por los burgueses. A lo largo de Europa se instalaron ferias comerciales anuales. Se dictaron leyes para proteger los caminos y los mercados. Se realizaron nuevas monedas. Se crearon las primeras sociedades mercantiles, las letras de cambio y sistemas primitivos de crédito. Se revalorizó la actividad comercial.

En el ámbito político, durante la Plena Edad Media existieron dos modelos sobre la mejor manera de organizar el territorio, que buscaron imponerse uno sobre el otro. Un modelo de gobierno era representado por el Papa y el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, heredero del Imperio Carolingio, que luchaban por imponer un gobierno universal; es decir, dominar y organizar diferentes pueblos sobre el poder espiritual del Papa y el poder terrenal del emperador. Por otra parte estaban las monarquías feudales que revitalizaron su poder, cobijadas por la expansión económica del momento, y lentamente se apoderaron de espacios regionales, tal es el caso de la dinastía Capeta en Francia o la dinastía Plantagenet en Inglaterra, cuya rivalidad desembocaría posteriormente en la Guerra de Cien Años.

La Plena Edad Media no sólo fue una época de expansión territorial o económica, sino también fue un periodo de expansión ideológica. Esta expansión se presentó sobre todo, a partir de la institución universal de la Europa Medieval: la Iglesia. Fueron las órdenes monásticas las que sirvieron como instrumento para fortalecer la visión única del cristianismo, instituyendo la Inquisición como tribunal eclesiástico para juzgar a aquellas personas que mantenían una postura contraria a los dogmas de la Iglesia y renovando las órdenes mendicantes como una presencia persuasiva y activa a favor de la Iglesia.

Entre estas destaca la orden cisterciense, fundada en el año de 1098 en la población francesa de Citeaux por monjes benedictinos. Los primeros monjes pretendieron regirse por una interpretación estricta de las reglas monásticas de San Benito, orientadas a practicar un rígido ascetismo, complementar la oración con el trabajo manual y mantener una postura contraria a las concesiones que el sistema feudal otorgaba a unas cuantas personas. Para el año de 1153 la orden contaba con más de 300 monasterios. Durante el siglo XII, los cistercienses eran la orden con mayor influencia dentro del catolicismo, difundieron las nuevas técnicas agrícolas, impulsaron el estilo arquitectónico gótico y dedicaron una parte importante de sus recursos para transcribir y conservar manuscritos para sus bibliotecas.

Esta expansión ideológica se fortaleció con el surgimiento del pensamiento escolástico. En Occidente, hasta antes del siglo XIII el pensamiento filosófico descansaba sobre las obras de San Agustín, que se había inspirado a su vez en una interpretación cristianizada de la filosofía de Platón. Sin embargo, después del siglo XIII se empezó a difundir la filosofía de Aristóteles surgiendo una escuela de pensamiento que afirmaba que se podía conocer no sólo a través de la revelación sino de la razón. Se retomó, así, la importancia de la experimentación en el proceso de conocer. En este contexto, Tomás de Aquino desarrolló un pensamiento filosófico que afirmaba que tanto la fe como la razón son complementarias. Algunas verdades, como la Trinidad, sólo pueden ser conocidas por la fe, mientras que otras, como el conocimiento del mundo material, por la experiencia. Esta reconciliación permitió, lentamente, el avance del conocimiento experimental.

El avance en el conocimiento fue fortalecido por el surgimiento de las primeras Universidades en el siglo XII, fundadas en Italia y Francia y extendidas, años más tarde, por toda Europa. En ellas se enseñaban gramática, retórica, lógica, aritmética, geometría, música y astronomía y los alumnos se especializaban posteriormente en medicina, derecho o teología. Las universidades otorgaban primero el título de bachiller, después el de licenciado y por último el de doctor. A estas universidades acudían alumnos de diferentes regiones por lo que las clases se impartían en latín: el idioma culto de Europa. Entre los años de 1200 a 1400 se fundaron 52 universidades convirtiéndose en centros de enseñanza, investigación y discusión. Algunas universidades fueron erigidas por mandato real, mientras que otras bajo el patrocinio del Papa. Entre las universidades más importantes se encontraban las de París, Bolonia, Salamanca y Oxford.

Esta expansión tanto económica como poblacional, acompañada por el crecimiento de las ciudades y la consolidación del cristianismo favoreció una nueva manifestación artística: el arte gótico, un arte eminentemente urbano, financiado por la burguesía, que expresa en las catedrales un símbolo de prosperidad y refleja la mentalidad de la época.

Fuente: Lemus Delgado, Daniel y Claudio Morales Sandoval, Historia Moderna y Contemporánea desde la fragmentación del sistema feudal hasta el Congreso de Viena, México, 2007, editorial Limusa, Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, pp. 42-69.

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