Juan Antonio Díaz Barrientos
A raíz de los últimos y funestos acontecimientos que han afectado a las mujeres de nuestra sociedad, me parece necesario reflexionar acerca de la misoginia que ha caracterizado a nuestra cultura y que me parece deviene en gran medida de nuestra herencia occidental judeo-cristiana, incentivada sin duda durante la Edad Media. A pesar de la opinión de Jacques Le Goff sobre que la época en cuestión fue favorable para la mujer ‒como prueba muestra el culto mariano que fue capaz de colocar en categoría de Dios a una mujer, la Virgen, como una especie de cuarto integrante de la Trinidad‒ me parece que la opinión popular medieval dista de ser propicia para la mujer y constreñía su actuación y sus posibilidades de libertad en casi todos los ámbitos. ¿De dónde proviene la misoginia de la Edad Media que hemos heredado? Podemos aventurar algunas nociones.
Si partimos de la situación de las mujeres en la Grecia clásica, de la que evidentemente la civilización occidental fue deudora, vemos una postura de la mujer no muy halagüeña.
En Grecia, en la época de Platón y Aristóteles, las mujeres tenían prácticamente la misma consideración social que los esclavos, lo que suponía que no podían participar en los asuntos políticos, es decir, no eran ciudadanas, estaban bajo la férula de sus padres y maridos, y por supuesto no tenían ningún derecho civil. Esto supone que las mujeres quedaban reducidas al trabajo doméstico, y al cuidado de los niños y de las personas mayores. Así, las mujeres estaban relegadas en la sociedad greco-latina al papel de madres reproductoras y transmisoras del status quo a la sociedad, y sin embargo sin derechos civiles.
Al respecto son ilustrativas, la anécdota según la cual Alcíbiades cuestiona a Sócrates por qué tolera a su esposa Jantipa, quien es una emblemática mujer irascible, celosa y egoísta. A lo cual el filósofo contesta:
"Pues, lo mismo que uno se acostumbra al ruido continuo de una polea de pozo, como aguantas tú el graznido de tus gansos". "Pero ‒le interrumpió Alcibíades‒ ellos me dan huevos y crías". "...También a mí Jantipa me da hijos..." respondió el filósofo.
Y, la opinión de Aristóteles, según la cual la mujer no es sino un varón deformado o mutilado. Opinión que más tarde rescatará Tomás de Aquino (siglo XIII), para quien la mujer será “una deficiencia de la Naturaleza, de menor valor y dignidad que el hombre y claramente creada para la reproducción”.
Con la introducción del cristianismo en el mundo romano y su triunfo se impuso en Occidente una visión de la mujer que la cargaba con la culpa de la expulsión de la especie humana del paraíso y sus implicaciones ‒el trabajo, el parto, la enfermedad y la muerte‒ y la convirtió así en la vía de pecado por antonomasia, y de seducción, debido a su erotismo y sensualidad.
Al respecto algunas consideraciones sobre la misoginia cristiana, la cual gira sobre todo, según mi consideración, en dos figuras femeninas: Lilith y Eva, las dos, figuras de los primeros tiempos según la Biblia y la tradición hebrea.
Según un pasaje del Génesis, en un primer momento Dios creó al hombre a su imagen semejanza:
“Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos, y sobre las bestias, y sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra.” Génesis (1:26)
“Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, …” Génesis (1:27)
Sin embargo, llama la atención que en seguida el versículo del Génesis dice:
“...varón y hembra los creó.” Génesis (1:27)
Es decir, según esta interpretación, hubo una primer mujer, anterior a Eva, creada al mismo tiempo que Adán, también de arcilla.
Según la tradición talmúdica, esta primer mujer de adán fue Lilith, quien considerándose igual que Adán no aceptó someterse a él y prefirió abandonarlo, marchándose hacia el Mar Rojo donde se entregó a la lujuria con los demonios. Posteriormente se negó a regresar, ganando el castigo divino consistente en la muerte de cien de sus hijos cada día, los cuales ella venga matando a los niños de los humanos. En Lilith vemos el contra-arquetipo de la mujer cristiana, toda abnegación, y resalta en ella una de las características que después se atribuirán a las brujas: el infanticidio.
Más adelante, prosigue el Génesis, ubicando a Adán en el Jardín del Edén, donde, “al verlo solo” Dios lo hizo caer en un profundo sueño y de su costilla extrajo a una mujer a quien se le llamó Eva. Al verla Adán exclamó:
“Esta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos”. Génesis (2:20)
En lo que a Eva respecta, la tentación, la debilidad de carácter y el pecado la caracterizan. Siguiendo el relato bíblico, Dios les habría prohibido comer del árbol del conocimiento, a lo que la mujer, convencida por la serpiente y mostrando su debilidad, desobedeció y, a su vez dio a probar el fruto prohibido a Adán. Es decir, que la serpiente sedujo a Eva y ésta a su vez sedujo a Adán.
El castigo del Dios fue implacable:
Dios procedió a decir a la serpiente:
“Por lo que has hecho tú serás la maldita de entre todos los animales. Sobre tu vientre irás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la de ella. Él te magullará en la cabeza y tú le morderás en el talón”.
A la mujer le dijo:
“Aumentaré en gran manera el dolor de tu preñez; con dolores darás a luz y desearás vehemente a tu esposo, y él te dominará”.
Y a Adán:
“Porque escuchaste la voz de tu esposa y desobedeciste. [...] Con el sudor de tu frente ganarás el pan hasta que vuelvas al suelo, porque de él fuiste tomado. Porque polvo eres y en polvo te convertirás”.
Y los echó del jardín de Edén.
Fue así que la pretendida pareja primigenia, por culpa de la mujer ‒según el relato bíblico‒, fue expulsada del paraíso, castigada con la muerte, la procreación, el dolor de parto y con las penurias que supone el trabajo para conseguir el alimento. Se dieron cuenta de su desnudez, sintieron vergüenza de ésta y de su erotismo. La desnudez y el sexo pasaron a ser vía de pecado, en tanto que reviven el pecado original, por el cual el ser humano fue expulsado del paraíso, según la ideología judeo-cristiana. En todo esto la mujer jugó, para la mentalidad cristiana un papel preponderante, cargándola con la culpa del pecado cometido, y poco a poco se fue convirtiendo ella, la mujer, en la vía del pecado mismo.
Otra figura femenina emblemática para la época es sin duda María Magdalena, la discípula preferida de Jesús. Algunos sugieren que la llamaban “apóstol” en los primeros tiempos del cristianismo. Sin embargo, el patriarcado de la Iglesia, liderado en un primer momento por Pedro y Pablo, se encargó, también dicen, de quitarla de ese lugar ponderable y la tradición misógina se encargó incluso de confundirla con la prostituta que Jesús salvó de ser lapidada. Se comenta que Magdalena habría dirigido a un sector de la Iglesia cristiana primigenia que habría derivado en la iglesia gnóstica.
Y sin duda, en este muy breve recuento de figuras femeninas emblemáticas del cristianismo debe tener un lugar de gran relevancia la virgen María, quien, muy en contraparte que las anteriores, se tornó en el ideal cristiano de mujer, en tanto que madre universal y consoladora, intercesora de sus hijos ante el Padre, y total abnegación y comprensión. La tradición cuenta que “concibió sin pecado original”, “sin conocer varón”, “ por obra y gracia del Espíritu Santo” y que “fue siempre virgen” ‒a pesar de que la propia Biblia consigna hermanos ulteriores de Cristo. Sin embargo, si no se es cristiano y no se acepta la virginidad de María, las cosas cambian diametralmente, pero esa es materia de otra disertación que no gastaremos aquí.
La importancia de la virgen María para el mundo cristiano y para el culto mariano hicieron, como expresamos arriba, opinar a Le Goff que la Edad Media ponderó y aún emancipó a la mujer. Al respecto, Jean Markale considera que más bien se dicotomizó a la mujer ‒y es lo que aquí sostenemos‒, aportando dos modelos: la madre y mujer abnegada ‒a la que hay que aspirar aún a costa de la negación de los impulsos eróticos y la sensualidad, de la humanidad misma‒ y la mujer libertina, sensual y pecadora, la "puta", la Magdalena, la diosa de los primeros tiempos.
El pecado de la carne
Hemos visto cómo la sensualidad y la sexualidad, en tanto que evocan y reviven el pecado original, se transformaron para el mundo cristiano medieval en vías de pecado y aún en el pecado mismo. Así tenemos a la lujuria y a la concupiscencia elevadas a pecados capitales y, por extensión, a todo aquello que las incentiva, como el erotismo y la sensualidad, sobre todo femeninas. Esto, aunado a la culpa del pecado original cargará sobre la mujer el peso de ser considerada vía de pecado, alimentando la consabida misoginia medieval.
Según Rehermann:
“El acto sexual se convirtió en pecado porque a través de la concepción, según el Génesis, se trasmitía el pecado original. De ser un mero transmisor del pecado, se convirtió en sí mismo en pecado. Toda la literatura bíblica permitía colocar a la mujer en el centro de las responsabilidades. ¿No había sido Eva el instrumento de Satanás? Fue durante la Edad Media que comenzó la tradición pictórica por la cual la serpiente se representaba con rostro de mujer. A estas imágenes se añadió más tarde un nuevo pecado: la vanidad. Numerosas pinturas a partir del siglo XIV muestran a la serpiente femenina sosteniendo un espejo en el cual se mira Eva. La mujer aparecía entonces a los ojos medievales como un ser propenso a la caída, solamente preocupada por sí misma, con el fin de provocar la falta del varón.”
Lo anterior llevó, opina Rehermann, a una tradición según las cuál era permitida toda práctica sexual no coital, para no transmitir el pecado original:
“Una tradición herética, aunque muy difundida, incitaba a la imitación de los goces inocentes del paraíso, que podían consistir en cualquier clase de juego erótico, salvo el coito, es decir, aquel que condujera a la procreación, que era la vía de trasmisión del pecado original. En el fresco de Miguel Ángel sobre la tentación se muestra a Eva sentada ante Adán, con la cabeza vuelta hacia la serpiente (que tiene torso femenino). Parece evidente que Eva fue interrumpida mientras mantenía una relación de sexo oral con Adán. Esto permite suponer que Miguel Ángel se inspiró en esa tradición que consideraba inocente y deseable el juego erótico no coital.”
La misoginia en el siglo XII
Georges Duby nos proporciona en su obra Las Mujeres del siglo XII una imagen acabada de la concepción misógina que se tenía de la mujer en la Europa medieval de la 12a centuria. Citando a Étienne de Fougéres, obispo de Rennes entre 1174 y 1178, Duby enumera los tres pecados dilectos de las mujeres ‒que ya habíamos esbozado arriba‒: la mentira, que alienta la vanidad; la indocilidad, que las lleva a vengarse del varón, y la lujuria, que las lleva a al “pecado feo”, “al más execrable de todos”, al adulterio:
“Este hombre de Iglesia que las juzga descubre en la naturaleza femenina tres vicios mayores. Las mujeres, según él, se inclinan en primer lugar a desviar el curso de las cosas, a oponerse por eso a las intenciones divinas, usando unas prácticas, en su mayoría culinarias, que se transmiten en secreto. Cual más, cual menos, todas brujas, las damas elaboran minuciosamente entre ellas sospechosas mixturas, comenzando por los afeites, los ungüentos, las ceras depilatorias que utilizan, trasvistiendo su apariencia corporal para presentarse, engañosas, a los hombres.
«De putas vuélvense vírgenes y de feas y arrugadas, bellas.»”
“Porque –y es la segunda falla– las damas, indóciles, agresivas, son naturalmente hostiles a este varón al que fueron entregadas por sus padres, sus hermanos o sus hijos mayores. Ellas no soportan la necesaria tutela. En el seno de la pareja conyugal, la lucha continúa sorda, tenaz, cruel. Frente al esposo que se irrita al encontrarla tan distante cuando se dispone al amor, la esposa se muestra siempre más «pesada», más «reticente», «taciturna» –Étienne, como buen conocedor, elige con cuidado sus palabras–, «muda». Las damas son rebeldes, las damas son pérfidas, vindicativas, y su primera venganza es tener un amante.”
“En efecto, la tercera tara que afecta su naturaleza –y aquí tocamos el fondo de su malignidad– en ese tiempo, en ese lenguaje, tiene un nombre: «lamerío». Es la lujuria. Débiles como son, un deseo las consume, les cuesta dominarlo y las conduce directamente al adulterio. Frente al marido que las requiere, se cierran, reprimiendo su ardor. En cambio, insatisfechas, corren por doquier detrás de los galanes.” (Duby, 1998)
El adulterio
Probablemente buena culpa de la misoginia del medievo la tenga el temor al adulterio de la mujer. Si bien el adulterio del varón ha sido condenable, siempre ha sido tolerado. Así, por ejemplo, Alfonso X, “El Sabio”, nos ha legado una clasificación de los hijos tenidos por los hombres de su época con concubinas y prostitutas, de donde se colige que hasta cierto punto era tolerado para los varones relacionarse sexualmente con mujeres que no serían sus esposas:
“...los naturales, casi legítimos por haber sido concebidos en barragana o amiga oficial y exclusiva; fornecinos hijos de adulterio, concebidos entre parientes o hechos a monjas; espureos, hijos de barragana que no guarda la fidelidad debida a su amigo; manzeres tenidos con mujeres que se dan a todos quantos a ellas vienen; y notos nacidos del adulterio de la mujer, pero criados por el marido como si fueran propios.” (González, 1991)
Por su parte Georges Duby nos ilustra sobre lo permisible del concubinato, sobre todo en los varones de clase noble a quienes se permitía con familiaridad relacionarse con concubinas y procrear con ellas hasta en tanto no tomaran esposa noble y tuvieran hijos legítimos a quienes heredar:
“En París, en 829, los dirigentes de la Iglesia franca se reúnen en torno al emperador Luis el Piadoso. [...] Iluminados por el espíritu, los obispos hablan. Su discurso, destinado a los laicos, trata evidentemente del matrimonio.
«Los que tienen una esposa no deben tener concubina» (pero es evidente que los hombres que no están casados pueden tenerla).” (Duby, 2013)
«Los que tienen una esposa no deben tener concubina» (pero es evidente que los hombres que no están casados pueden tenerla).” (Duby, 2013)
Sin embargo no sucede lo mismo con el adulterio femenino que, sin duda, fue severamente castigado. Al respecto Luis Zapata nos ilustra el caso de una dama a la cual tras hallarla en adulterio el marido la obliga –después de matar al amante– a comer “aquel quinto miembro que le proporcionaba tanto placer” (Zapata, 1990). Por su parte Aurelio González nos aclara que “el marido ofendido también podía tomar venganza y hacer justicia por propia mano y matar a la mujer adúltera y a su cómplice”.
(González, 1991)
(González, 1991)
Este temor al adulterio en buena medida se desprende de la consideración de la mujer como un bien propiedad del varón. No hace falta forzar demasiado el mandamiento de la ley mosaica “no desearás a la mujer de tu prójimo”, para constatarlo y ver que dicho mandamiento tiene la misma categoría del “no codiciarás los bienes ajenos”. Y es de llamar la atención que no existe un mandamiento en sentido inverso.
Solo que, a diferencia de cualquier otra posesión del varón, la mujer tiene decisión propia –libre albedrío– que el varón debe someter, pues está escrito como un imperativo: “y él te dominará”.
Esta libertad en la acción de la mujer hacía abrigar en el varón toda sospecha y, junto con una serie de factores, la tornaban enigmática e incomprensible a los ojos del hombre cristiano y lo hacían elucubrar características femeninas profundamente misóginas, como las ya mencionadas lujuria, charlatanería y brujería.
Magia y brujería
Magia y brujería
Sin duda, los secretos de las mujeres, transmitidos de generación en generación, tanto para embellecerse, para atraer a los hombres, para curar a los hijos –por medio de la herbolaria–, para evitar los embarazos –en una época en que no existían los fármacos anticonceptivos–, o bien para propiciarlos, provocaban en los hombres fascinación, asombro y temor. De ahí su asociación con la magia; estas mujeres debían ser mágicas. Las mujeres, dadoras de vida, también tenían la potestad de arrebatarla, pues eran ellas las encargadas de preparar los brebajes y alimentos, de preparar a los muertos, así tenían también potestad con la muerte. Y qué decir de la belleza de las mujeres, capaz de hechizar, de hacer perder la razón a los hombres. Debió ello ser decisivo factor en el temor que despertaban las mujeres –de allí su concepción como brujas. “La naturaleza, pensaban, ha abierto un abismo entre dos especies distintas, la masculina y la femenina”. (Duby, 1998)
Así, el obispo Burchard de Worms –haciendo gala de imaginación no inocente– interrogaba en el siglo XI a las mujeres con el fin de detectar el pecado y combatir a Satanás:
“¿Has probado el semen de tu hombre para que se consuma de amor por ti? ¿has mezclado en lo que bebe, en lo que come, diabólicos y repugnantes afrodisíacos, pequeños venenos que hiciste marinar en tu regazo, ese pan que amasaste sobre tus nalgas desnudas, o bien un poco de la sangre de tus menstruos o incluso una pizca de las cenizas de un testículo tostado?”.
“«¿Has elaborado minuciosamente un veneno mortífero y matado a un hombre con ese veneno? ¿O solo quisiste hacerlo?» Matar o, por lo menos, debilitar por encantamiento, aniquilar la virilidad, las facultades generadoras.”
“Cuando reposas en el lecho, con tu marido recostado en tu regazo, en el silencio de la noche, a puertas cerradas, ¿crees poder salir corporalmente, recorrer los espacios terrestres junto a otras, víctimas del mismo error, y matar sin armas visibles a los hombres bautizados y redimidos por la sangre de Cristo, para luego comer juntas su carne cocida, colocar paja, madera u otra cosa en el lugar de su corazón y, después de haberlos comido, volverles a la vida, otorgándoles como una tregua?” (Duby, 1998)
Parafraseando a Duby diremos que en esos tiempos, los hombres temían ese arsenal misterioso y mortífero, femenino. Creían que si menguaban sus fuerzas, con seguridad se trataba del efecto de los filtros, de las tisanas que preparaban las mujeres. Se aprecia con claridad que aquellos atributos de la mujer inquietaban a los hombres:
“Si un niño muere, nacido o por nacer, sólo puede tratarse de la madre; si por la mañana se descubre a un marido muerto en su lecho, sólo puede tratarse de su esposa, que lo debió hacer por medio de drogas misteriosas cuyas recetas sólo conoce ella.”
De allí la pregunta que Duby expresa:
“¿Eran escasos los que, al dormirse, temblaban con la idea de que la dama que reposaba a su lado, aparentemente inofensiva, podría, durante el sueño, tomarles el corazón en sus garras y ponerle a cambio un puñado de paja?” (Duby, 1998)
Contestaremos que no.
A manera de conclusión
Para cerrar esta serie de nociones sobre la misoginia en la Europa medieval, de la que sostengo somos herederos –en tanto que productos del llamado “encuentro de dos mundos”–, me resta citar algunas célebres opiniones que sobre la mujer expresaron algunos santos doctos de la Iglesia –que recoge Aurelio González en su artículo:
“Por una parte tenemos la visión de padres de la Iglesia como San Juan Crisóstomo, San Antonino, San Juan Damaceno o San Jerónimo, para quienes la mujer puede ser soberana peste, puerta del infierno, amor del diablo, larva del demonio o flecha del diablo, posición que indudablemente implica la consideración de la mujer como, fuente del pecado. [..] Desde luego, no se llegó a extremos, como el que cuenta la "leyenda negra" sobre el medioevo, de discutir en un concilio si la mujer tenía alma o no. Tenemos entonces una posición eclesiástica que considera a la mujer, como un ser dedicado esencialmente a la reproducción, inferior al hombre y fuente segura de pecado.” (González, 1991)
Y cerrar con una reflexión que tan pronto como en el prólogo a su obra El amor cortés o la pareja infernal expresa Jean Markale:
“En el siglo XII aparece una realidad cegadora, tanto que nadie la había visto, la existencia de la mujer junto a un ser masculino. Lo inédito es que ocurre en una sociedad cristiana, esencialmente edificada para los varones, que sólo admite a las mujeres como seres inferiores. A comienzos del siglo XI, más que nunca, la mujer es la sierva del hombre en el sentido de que le ayuda a obtener la plenitud.
Por una parte, la mujer es a menudo heredera de una posesión o una fortuna, sin la que el hombre no podría llevar a cabo la misión divina; por otra parte los teólogos y místicos que rechazan cualquier influencia de la misteriosa María de Magdala sobre Jesucristo, comienzan a percibir que ese mismo Jesucristo tomó cuerpo en el vientre de una mujer, a la que debe su humanidad y su encarnación como hijo de Dios.
Eso revela la extremada complejidad del problema, pues a fuerza de presentar a María como el modelo de todas las mujeres, como la madre universal, sólo se conseguía despertar las pulsiones agazapadas en las profundidades del inconsciente. Y, es necesario añadirlo, se despertaba también la antigua imagen de la diosa-madre, muy anterior a la era cristiana, especialmente céltica.
Y es sorprendente que el culto a la Virgen María coincida con el triunfo de la dama del amor cortés. Todo ocurre como si una misma concepción de la mujer hubiera sido presentada bajo dos formas aparentemente contradictorias, complementarias en realidad, depurada una de su contexto carnal, en un plano superior y trascendental, y trascendida también la otra, aunque destinada al plano profano.
Esta dicotomía es artificial. Nos hallamos tan empantanados en el contexto de la laicicidad que ya no vemos que se trata de dos rostros de una misma realidad: la dama del amor cortés no es otra que la Virgen María de las invocaciones pías, que llenan la liturgia cristiana.
A partir del momento en que una sociedad plantea de modo fundamental el principio de que la mujer es el eje necesario y esencial de su funcionamiento, sólo puede producirse la sublimación de la imagen femenina, y por todos los medios. La mujer aparece tanto como una hada maravillosa brotada de las brumas de la isla de los Manzanos, o como una horrible bruja dotada de poderes negativos y castradores, como con los rasgos magníficos y depurados de una Virgen que dio a luz, milagrosamente a un Niño-Dios, proyección fantástica del ser humano en busca de su trascendencia.”
(Markale, 2006)
(Markale, 2006)
A esto es quizá a lo que se refería Jacques Le Goff cuando –como apuntamos al principio– afirmaba que la mujer debe su emancipación a la Edad Media.
Bájalo en PDF
Referencias
bibliográficas y documentales
- Béroul y Thomas. Tristán e Isolda, Traducción y prólogo de Luis Zapata. México, Conaculta, 1990, 156p.
- Cabanes Jiménez, Pilar; "Misoginia en la edad media, aproximación a un catálogo de los defectos femeninos". En Revista Arqueología. Historia y viajes sobre el mundo medieval, número 21. EDM revistas, 2007 edición VI/2007. España. pp. 42-52
- Corradini, Luisa; "Seguimos viviendo en la Edad Media", dice Jacques Le Goff”, en Diario La Nación, Miércoles 12 de octubre de 2005. http://www.lanacion.com.ar/746748-seguimos-viviendo-en-la-edad-media-dice-jacques-le-goff Vigente al 21 de septiembre de 2017
- Coulanges, Fustel de; La Ciudad Antigua, estudio sobre el culto, el derecho y las instituciones de Grecia y Roma; Estudio preliminar de Daniel Moreno, México, Editorial Porrúa, 13a ed. 2003, 419p.
- Duby, Georges; El caballero, la mujer y el cura. El matrimonio en la Francia feudal, Editorial Taurus, 2013, 336p.
- Duby, Georges; Mujeres del siglo XII. Volumen III. Tr. Cristina Vila R., Editorial Andrés Bello, Santiago - Chile, 1998, 194 p.
- González, Aurelio; “De amor y matrimonio en la europa medieval. Aproximaciones al amor cortés”, en Concepción Company Company, Amor y Cultura en la Edad Media, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, México, 1991. pp. 29-42.
- Las mujeres en el pensamiento platónico, lunes, 19 de diciembre de 2011, http://floridafilosofia.blogspot.mx/2011/12/las-mujeres-en-el-pensamiento-platonico.html Consultada el 21 de septiembre de 2017.
- Markale, Jean; El amor cortés o la pareja infernal, Palma de Mallorca, 2006, Editor J. J. de Olañeta, 256p.
- Rehermann, Carlos; “Cantos a la Dama Amor: Místicas y trovadoras de la Edad Media”, en H Enciclopedia. Publicado originalmente en Insomnia, Nº 34. http://www.henciclopedia.org.uy/autores/Rehermann/Literaturafemenina.htm Vigente el 20 de septiembre de 2017
- Rodríguez, Omar; Jantipa, la "Jantipática" esposa de Sócrates, publicado el 3 de mayo de 2010 http://josemarti91.blogspot.mx/2010/05/jantipa-la-jantipatica-esposa-de.html Consultada el 21 de septiembre de 2017.
- Tachen; Historia de la Filosofía, Sócrates y Xantipa, posteado en mayo 23 de 2006 http://blog.nueva-acropolis.es/2006/socrates-y-xantipa/ Consultada el 21 de septiembre de 2017.
Bájalo en PDF
No hay comentarios:
Publicar un comentario